domingo, 1 de diciembre de 2013

JFK, la seducción del mito

Querido diario: el 22-N de 1963 John Fitzgerald Kennedy (JFK) era asesinado. Yo tenía 8 años, asistía a la escuela de chicos de Almajano, mi pueblo, con don Teófilo, un maestro con bigote facha, de los de la letra con sangre entra. El mágico espejo de la televisión, que 2 años antes lo aupara a la presidencia de EEUU, en apretada pugna con Richard Nixon, emitía ahora al mundo las dramáticas imágenes en blanco y negro, captadas en directo. Secuencias que se quedaron grabadas en mi retina infantil.
Eran las 12,30 en los relojes cuando cruzaba por calle Elm de Dallas (Texas) el Cadillac presidencial. A su paso: unos árboles, la explanada de hierba y, quedándose atrás, un alto edificio. Solo a cámara lenta se podía apreciar el magnicidio. Jacqueline, su esposa, que iba a su lado, lo narró así: “Oí esas pequeñas detonaciones. Vi como Connally [Gobernador de Texas] se agarraba los brazos…Jack se volvió y yo me volví…Todo lo que recuerdo es un edificio grisáceo enfrente. Entonces Jack se volvió…Parecía desconcertado…Entonces se desplomó hacia atrás…Pude ver como se le caía un pedazo de cráneo”. Ingresado de urgencia en el hospital Parkland, pasados 12 minutos, fue declarado cadáver. Era la 1 en punto de la tarde.
Solo 80 minutos después del tiroteo, arrestaban a Lee Harvey Oswald, el supuesto francotirador asesino, que dijo no haber matado a nadie. Poco más pudo hablar ya que un tal Jack Ruby, relacionado con el hampa, disparó contra él. Crecería el enigma, pues son muchos los que creen imposible que Oswald actuara solo.
JFK (ambición, dinero y poder) es el presidente más querido de EEUU. Su frase memorable: no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país. Mujeriego sin fin, se le atribuye un romance con Marilyn Monroe. Aquí, el mito de morir joven no dejaba un cadáver presentable, porque la tercera bala le borró su sonrisa franca. Su leyenda evoca Camelot y a los caballeros de la tabla redonda. En Arlington, sobre su tumba, arde una llama perenne. Ha pasado medio siglo de aquello, mas no ha cambiado mucho el escenario del crimen. La calle Elm de Dallas sigue gris y deprimida. Todo igual, salvo los árboles, que son 50 años más viejos, como quienes hoy lo recordamos.
José María Martínez Laseca
(28 de noviembre de 2013)


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