jueves, 24 de septiembre de 2020

¿La ciuddad creciente?

La ciudad es un hecho colectivo. Bajo su sustantivo entendemos un núcleo habitado que ocupa un amplio espacio, donde se prestan los servicios jurídicos, políticos, administrativos, comerciales, culturales, etc. y se desarrollan actividades profesionales diversas. En Grecia se les llamaba Polis/eis y en Roma Civitas/tis. Para los romanos tenía un doble contenido ya que por un lado se refería a una comunidad organizada y diferenciada de habitantes de pleno derecho, que vivían en un núcleo concreto, en un lugar determinado, y, por otro, remitía a un núcleo habitado que tenía al menos dos elementos definitorios fundamentales: uno el construido, el urbano: Urbs (aedificia), la ciudad material y su trazado urbano, y otro el Territorium que indicaba el espacio extraurbano que dominaba. 
      Y nos sirve muy bien esta breve introducción para adentrarnos en lo que vamos aquí a tratar respecto a nuestra ciudad de Soria. Calificada de natural e histórica. Lo primero por tener que adaptarse al terreno junto al tajo del Duero. E histórica, porque no en vano hay quienes afirman que se fundó ya en 1119, por Alfonso I el Batallador. Su emplazamiento inicial fue defensivo en el cerro del Castillo y luego se extendió por el collado, disponiéndose en 35 barrios o colaciones en torno a sus 35 parroquias. Una muralla de 4.100 m. enmarcaba este recinto medieval de unas 100 has. Es, pues, el arte románico lo que dejará su impronta en la ciudad, a lo que se añadirán a partir del s. XVI las casonas y palacios de las ricas familias ganaderas. Con el reinado de Carlos III saltará la muralla hacia el oeste con la calle del Arrabal, hoy de Numancia. No obstante, retrocedió con la Guerra de la Independencia, al incendiarse su arrabal y ver demolida su muralla defensiva y hasta 300 casas. El aumento demográfico de la 2ª mitad del XIX provocó su expansión por la llanura adoptando esa forma de raqueta. Si bien fue el s. XX quien le confirió su carácter plenamente urbano, ensanchándose en dirección a Madrid y Valladolid y hacia las eras de Santa Bárbara. 
      Curiosamente, Fernando Chueca Goitia en su libro La destrucción del legado urbanístico español de 1977, señalaba que el ambiente urbano modesto, pero entrañable y evocador con su marco paisajístico emotivo, sufrió un grado de deterioro máximo con agresivas construcciones. Sin ningún plan de rehabilitación su Casco Histórico quedó destrozado. Por lo que perdió su encanto. Importantes propietarios y constructores camparon a sus anchas en derribos y edificaciones. 
    Ya sabemos que son los planes Generales de Ordenación Urbana (PGOU) los instrumentos utilizados para planificar el crecimiento de las ciudades. Clasificando el suelo en urbano, urbanizable y no urbanizable (protegido o rústico) y fijando el tipo de uso que se va a dar al suelo (vivienda, dotacional, industrial) que se decide recalificar. 
       Con los Ayuntamientos democráticos y la legislación sobre el suelo se pretendió poner freno a los desmanes. El entonces PGOUvigente en Soria databa de 1961. El juego de intereses estaba ahí para dirigir la expansión urbana o para urbanizar por fases o a saltos y conseguir mayores volúmenes y alturas. Las expropiaciones para equipamientos requerían de la aprobación de la Consejería autonómica competente y la construcción de carreteras depende del Gobierno central. 
       Se presentaron candidaturas de constructores al Ayuntamiento de Soria. En 1992 hubo protestas de Empresas de la Construcción y Obras Públicas (AECOP) contra el avance del nuevo PGOU, que se aprobaría en 1994. Luego vendría, el 2001, en plena burbuja inmobiliaria, la revisión fallida con el Salto del Duero, que desembocaría en el actual PGOU de 10 de marzo de 2006. Ya, hasta nuestros días, solo ha habido diferentes modificaciones puntuales y también adaptaciones del Plan Especial del Casco Histórico. 
        El urbanismo sostenible, junto al importante sector económico de la construcción (con la promesa de acceso a una vivienda digna), siempre han constituido asuntos relevantes, de preocupación ciudadana. De aquí mi llamada de atención para pensar y debatir sobre nuestra ciudad: ¿en qué situación se encuentra? ¿hacia dónde va? La ciudad de Soria ha funcionado como un gran aspirador que ha succionado a la gente de los pueblos de la provincia, con muchas viviendas de segunda residencia o no principales. 
      En el marco del planeamiento y gestión urbanística municipal a corto y medio plazo que se apoya en una intervención pública activa basada en la creación y desarrollo de patrimonio público de suelo el Ayuntamiento de Soria ha adquirido 54,7 has. en los Royales Oeste, por 2,6 millones de euros. Una llamativa iniciativa, sin duda. Suele recomendarse que ello se haga a ser posible de manera concertada con la Administración Autonómica y Central cuando sea aconsejable y, en su caso, con la iniciativa privada más emprendedora. ¿Se ha obrado así? ¿Se trata tal vez de un chollo que otro nadie ha visto? ¿Tanta previsión tenemos en Soria de nuevas viviendas? ¿Acaso hemos renunciado definitivamente a dinamizar el casco histórico de nuestra ciudad? 
José María Martínez Laseca 
(23 de noviembre de 2020)         

lunes, 21 de septiembre de 2020

Rostros de literatos de por aquí

Puede que yo la viera anunciada en el periódico local o acaso –y me parece esto lo más probable– escuché la alusión en algún informativo de la radio amiga. Me atrajo por su connotación cultural. Y tomé buena nota en mi retentiva. Tengo que ir a verla un día de estos, me dije. Pero mi desván de los recuerdos acumula demasiados cachivaches y se me olvidó por completo. Casualmente, Santiago Caaveiro, cámara de televisión al que conocí hace no mucho cuando grabamos el documental “Machado esencial en Soria”, volvió a recordármelo en una conversación telefónica: –José María, tienes que ir a ver la “Exposición de Retratos de Félix de la Vega. Galería de escritores modernos y contemporáneos de Castilla y León”, te gustará. 
       Así que una tarde que pasaba por la Plaza Mayor de Soria me adentré en el Centro Cultural Palacio de la Audiencia y ascendí a su Sala B, donde se encontraba desplegada. Se trata de una muestra itinerante organizada por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, que ya se ha visto en distintos lugares de nuestra Comunidad y que ahora, en colaboración con el Ayuntamiento de Soria, recalaba entre nosotros. Desde el 4 hasta el 30 de septiembre. 
       Aporta un interesante proyecto creativo, ideado por el palentino Félix de la Vega, que marida pintura y literatura y que agavilla un amplio grupo de conocidos escritores procedentes de las nueve provincias de Castilla y León. Se pretendió llegar a los 100, pero se quedó en 59. De ahí que falten algunos. Debo reconocer que poco sabía yo sobre el pintor en cuestión. Y me sorprendí al enterarme de que había muerto el 8 de mayo de 2018, con 59 años de edad. 
       Curiosamente, este artista era el encargado de pintar todos los años los rostros de los autores galardonados con el “Premio de la Crítica de Castilla y León”. Félix de la Vega perteneció al Grupo Páramo y es conocido, sobre todo, por sus recreaciones del mundo teatral, con muestras como la de “Bululú. Cómicos de la legua y de la lengua”, aclamada en la Sala de Exposiciones del Teatro de la Comedia de Madrid. Y por su personal interpretación del mundo de la tauromaquia. 
       Solo en la sala de exposiciones, me sumí en esa “evocación de un pasado AL RESCATE DE LA MEMORIA”, puesto que “el animal humano necesita alimentarse de los recuerdos del ayer para sobrellevar la frágil promesa del mañana”. Yo contemplé las caras de los distintos autores. Entre ellos a José Jiménez Lozano (Ávila); Mª Teresa León, Antonio Bouza, Eduardo de Ontañón, Victoriano Crémer y Oscar Esquivias (Burgos); Antonio Gamoneda, José María Merino, Luis Mateo Díez, Antonio Colinas y Julio Llamazares (León); César Muñoz Arconada y Javier Villán (Palencia); Miguel de Unamuno, Carmen Martín Gaite, Fernando Arrabal, Aníbal Núñez y Gonzalo Torrente Ballester (Salamanca); Jorge Gillén, Miguel Delibes, Rosa Chacel y Gustavo Martín Garzo (Valladolid); María Zambrano y Luis Javier Moreno (Segovia); León Felipe, Claudio Rodríguez e Hilario Tundidor (Zamora) y Antonio Machado, Avelino Hernández, Abel Hernández, Fermín Herrero y Fernando Sánchez Dragó (Soria). Todos ellos acompañados por unas bellas semblanzas realizadas por Alicia de la Vega, hija del pintor. Son escritores que al leerlos en sus textos nos hacen sentir el palpitar del corazón de nuestra tierra. 
       De “pintura en el tiempo”, la califica Gonzalo Santonja Gómez-Agero, comisario de la muestra, ya que son “imágenes las suyas literarias que sugieren historias y revelan inquietudes, indagando en el alma de los retratados, revelando misterios y descubriendo obsesiones, lector apasionado que cuenta, poetiza y narra con los pinceles”. 
       Son dibujos clásicos, sin duda, pero tienen mucha fuerza en su trazo. Y componen una curiosa Galería que agradará a los ojos del curioso espectador. Porque a veces el tiempo da razón al olvido y no habrán de quedarnos sino solo palabras que nos salven. Y “es que a fin de cuentas no hay mayor verdugo que el olvido”. 
José María Martínez Laseca 
(16 de septiembre de 2020)

viernes, 11 de septiembre de 2020

La donante

Se entiende por donante a la persona que entrega generosamente algo a otro u otros. Y este es el caso que aquí nos ocupa y que se remonta ya atrás en el tiempo. Con sus protagonistas principales: Juan Antonio Gaya Nuño (Tardelcuende, 1913-Madrid, 1976) y Concepción Gutiérrez de Marco (Soria, 1916-Madrid, 1989), más conocida como Concha de Marco. Que se casaron por lo civil en 1937, durante el conflicto fratricida por antonomasia de nuestro país y que, en 1943, volvieron a hacerlo por la iglesia obligados por el nacional-catolicismo imperante de los vencedores. 
       Consecuencia de los trabajos y los días contracorriente, de los muchos sudores y no menos penalidades compartidos en el contexto de la dictadura franquista, dada la condición intelectual de Juan Antonio como escritor e historiador y crítico de arte, el matrimonio fue atesorando en su pequeño piso-ermita, sito en el número 23, 7º A de la calle Ibiza de Madrid, un rico patrimonio de libros y de cuadros de los principales pintores españoles del siglo XX. Yo recuerdo aquella casa con sus paredes llenas de estanterías que cobijaban dichos volúmenes y algunos lienzos espléndidos colgados. Tras la muerte de su compañero Juan Antonio, en Madrid, el 6 de julio de 1976, Concha de Marco quedó viuda y sola, desapareciendo prácticamente de la escena pública. Ahora el sentido de su vida se centraba en proyectar la vida y la obra de su esposo a quien idolatraba. 
         En 1987, el libro “Juan Antonio Gaya Nuño y su tiempo”, de Ignacio del Río Chicote y quien esto escribe, publicado por la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León, vino a sacarla de su ensimismamiento. Supuso todo un revulsivo. Ella pensó encauzar su objetivo existencial a través de una fundación, pero la frenó la evidencia de los fracasos de otras de reconocidos artistas. Dada la fidelidad a su tierra, quiso dejar la herencia al pueblo soriano. Tampoco confió en las instituciones del Ayuntamiento de Soria, ni en la Diputación Provincial. Y se decidió, al fin, por Caja Soria, que le pareció lo más sólido y seguro. Recientemente, José Sotillos, entonces responsable de la Obra Social de la entidad, me recordaba que recibió su llamada telefónica al respecto. Así, el acuerdo con la Caja para la custodia y difusión del legado bibliográfico, documental y pictórico de Juan Antonio Gaya Nuño se formalizó el 15 de enero de 1988 (que se elevaría a escritura pública el 12 de junio de 1989). 
      Con Ignacio del Río y conmigo trató largo y tendido Concha de Marco. Sobre todo, para preparar la exposición “Juan Antonio Gaya Nuño, 1913-1976. Entre el espectador y el Arte”, que fue inaugurada en Soria por el Director del Museo del Prado Alfonso Pérez Sánchez el 16 de febrero de 1990. Pero, Concha no la pudo contemplar, puesto que había fallecido en Madrid el 19 de octubre de 1989. De hecho, la urna con sus cenizas llegó a Soria con el traslado del conjunto de su legado cultural el 9 de enero de 1990. Por eso, el cumplimiento de lo acordado quedaba fuera de su control. Y lo que ella concibió como la Biblioteca-Museo Juan Antonio Gaya Nuño, se fue retrasando en el tiempo. Por la rehabilitación del edificio en donde se iba a ubicar en la Plaza de San Esteban, 1 de Soria y porque lo concerniente a la cultura siempre se hace de rogar. 
        Hubo que esperar a 1996 para la inauguración del que dio en llamarse Centro Cultural Gaya Nuño. Aún transcurrieron diez años más para su apertura al público en general. La cosa se complicó después con las fusiones y el proceso de reorganización de las antiguas cajas de ahorros. Todo lo que parecía sólido se licuaba. Hasta desembocar en Fundos (Fundación Obra Social de Castilla y León). El convenio aprobado por el Pleno de 12 de diciembre de 2019, otorgaba al Ayuntamiento de Soria la gestión conjunta con dicha fundación para un periodo de cinco años. 
       De ahí que este jueves, 10 de septiembre de 2020, se proceda a una nueva reapertura del Centro Cultural Gaya Nuño. En el mismo sitio, si bien ahora rotulado como Plaza de las Mujeres, 1. Esperemos, pues, que de una vez por todas fructifique el deseo de Concha de Marco. El de una gran mujer, con arrestos, en tierra de hombres. La generosa donante de un verdadero tesoro cultural. Poeta, por añadidura, a la que debiéramos mostrarnos agradecidos. Con una calle a su nombre en su querida ciudad, por ejemplo. Porque es de bien nacidos. 
José María Martínez Laseca 
(9 de septiembre de 2020)

jueves, 3 de septiembre de 2020

Sale agosto y entra septiembre

“Sale agosto y entra septiembre: / unos trillen y otros siembren”, señala en dos de sus versos el canto acostumbrado de “Las marzas” de Espejón, coreado por los mozos en la noche del 28 de febrero al 1 de marzo para recibir a la primavera, y en el que se caracterizan los diferentes meses del año según sus afanes, como se puede ver en el libro “De hoy en un año. Ritos y tradiciones de la provincia de Soria”, que publiqué, junto con Luis Díaz Viana, en 1992. Iba en consonancia con el calendario agrícola, que seguía el ritmo de las cuatro estaciones, marcado por el rotar de la tierra alrededor del sol y, también, bajo el influjo siempre misterioso y enérgico de la luna. 
       Escribo, una vez más, desde mi pueblo de Almajano. “Retirado en la paz de estos desiertos”, como advirtió Quevedo. Junto al extenso mar de rastrojos amarillos de los campos de cereal, engullidos por las voraces cosechadoras de ancho peine para extraer el grano de sus espigas y dejar un reguero de paja, después empaquetada en enormes alpacas con formas de prisma rectangular o cilíndrico. Y pienso en aquellos primeros agricultores y ganaderos. A ninguno se nos oculta la importancia que sigue teniendo hoy en día el cultivo de plantas como el trigo, el maíz o el arroz, y la cría de animales como los cerdos, las ovejas o las vacas. Si dichos agricultores y ganaderos no se dedicaran a su cultivo y crianza, sin duda que padeceríamos una gran carencia de alimentos. 
       Campesina, por su dedicación a tareas vinculadas a la tierra, ha sido tradicionalmente la inmensa mayoría de la gente asentada en nuestra provincia de Soria. Cuando los pueblos estaban repletos, con sus casas habitadas. Estructurados, pues había ancianos, hombres y mujeres trabajadores, mozas y mozos, niños y niñas, conformando los distintos escalones de una pirámide social bien construida. Dentro de una economía de subsistencia. Con mucha dependencia del agua caída de los cielos y de ahí sus creencias religiosas, encauzadas en su liturgia y en sus fiestas de guardar por el calendario del año cristiano. 
       A partir de finales de los cincuenta, coincidieron el desarrollismo español y la progresiva mecanización de las tareas agrícolas, con lo que el excedente de mano de obra del campo fue buscando un mejor porvenir en las fábricas de las grandes ciudades. Comportó el éxodo masivo o la denominada sangría de la despoblación, que dejó a nuestra Soria vaciada. Media docena de tractores roturan hoy todo un término municipal, apenas quedan pastores con rebaños de ovejas y las abundantes granjas de cerdos están automatizadas. 
       Muchos de esos nuevos urbanitas regresaban, de vacaciones en agosto y recargaban de vida a sus pueblos de origen. Por eso la mayoría de ellos mudaron sus fiestas patronales a este mes veraniego para celebrar así el gozoso reencuentro. Bien es cierto que este año, por culpa de la pandemia de la Covid-19, se han suprimido tales celebraciones, en evitación de contagios. No obstante, el desplazamiento evidente de gente desde la ciudad al campo ha tenido un efecto de huida del mundanal virus, buscando refugio en zonas rurales tenidas por más tranquilas y seguras. 
       Sale agosto y entra septiembre y regresan a sus casas aquellos que partieron. El calendario laboral también impone su tiempo a los trabajadores. Además, se inicia el curso escolar tan determinante en la vida cotidiana de las familias. Por ende, en septiembre se reanuda el curso político, con su riña de gatos y el mayor interés centrado en la aprobación de los próximos Presupuestos Generales del Estado. Y torna la liga de fútbol con su modorra. Y el coleccionismo en entregas por fascículos. Es un volver a empezar. Esta vez dentro de un tiempo extraño. De incertidumbre, por el Coronavirus. Que todo lo somete a su dictadura. En espera de la vacuna prometida. Sale agosto y entra septiembre: / unos trinen y otros siembren. 
José María Martínez Laseca 
(3 de septiembre de 2020)