jueves, 29 de enero de 2015

Don Cerdo

De siempre, el cerdo desempeñó un papel trascendental como alimento. Sin embargo, guarda su propio enigma, ya que muchos se niegan a comerlo, así como nosotros rechazamos, entre otras, la carne de perro. El cerdo, en tanto que animal omnívoro, actúa como auténtica planta de reciclaje al ser capaz de transformar granos y tubérculos en proteínas de alta calidad. Pese a ello, la Biblia y el Corán lo condenan por animal impuro, y millones de judíos y cientos de millones de musulmanes abominan de él. Aún siendo limpio, lo tildan de sucio y transmisor de enfermedades a los hombres (triquinosis). Lo que, paradójicamente, no tienen en cuenta con cabras y ovejas (brucelosis). James Frazer, autor de “La rama dorada”, achaca el tabú a que originalmente era un ser divino, aunque la teoría de Marvin Harris, más acertada, remite a que su cría constituía una amenaza a la integridad de los ecosistemas naturales y culturales del Oriente Medio.
De mi admiración por él, surgieron estos versos: Cerdo, marrano, puerco y aún cochino / son, entre otros, los apelativos / del ser humano desagradecido / a ti animal entrañable y tranquilo. / A ti, que eres, cual dios desconocido, / consagrado en ritual de sacrificio. / Enciclopédico en lo gastronómico: / jamón, morcilla, torrezno, chorizo…/ Nada en tu cuerpo encuentra desperdicio. / Permite que en tu honor lance mi grito: / ¡Viva quien te parió, bendito te hizo, / pues dice el comensal que estás de vicio!
Regresando a mi infancia, yo recuerdo a los cerdos dentro de la casa de mis padres labradores, engordados con mimo para después, con la llegada de los fríos invernales, ser protagonistas de la tradicional matanza. El ritual de sacrificio de los cerdos constituía una fiesta familiar, ya que nos convocaba a todos a su alrededor. Mediante su descuartizamiento y elaboración artesanal se obtenían los ingredientes fundamentales de la dieta alimentaria. Era, sin duda alguna, la despensa de la casa, dentro de aquella economía rural de autosuficiencia y de carencias. Curiosamente, su figura conformaba las huchas donde guardábamos nuestro tesoro. Símbolo de las Cajas de Ahorro que parecían sólidas y quebraron también, cual frágil barro.
 José María Martínez Laseca 
(22 de enero de 2015)    

viernes, 16 de enero de 2015

Tristeza en París

Mis ojos se resintieron al pasar de la clara luz del día a la penumbra del bar “El Cielo”, por lo que no advertí la presencia de mis colegas. Pensé que llegaba el primero. No era así, y al punto me percaté de que ya estaban allí los dos. Al fondo del local, acodados en la barra, con sendas cañas de cerveza. Me acerqué a ellos y los saludé. Venía yo de mi larga caminata por las márgenes del Duero que, junto a la lectura, constituían ahora mis principales ocupaciones. “Mueve tus músculos y moverás tu corazón y tu cerebro” era mi máxima. Pero también había que divertirse y relacionarse. “El Chismoso” ojeaba la prensa, mientras que “El Espabilao” atendía al fluir de imágenes en la televisión de plasma, y repasaba los textos circulantes por la parte inferior de la pantalla.
Todavía, los atentados terroristas en la Francia de los principios republicanos copaban la cresta informativa, opacando otras noticias. París –uno de los epicentros del arte, cuya luz atraía a artistas y bohemios de todas partes, se había convertido así en una indiscutible y tal vez última capital cultural del mundo– estaba triste. El saldo final de los dos atentados –contra el semanario satírico “Charlie Hebdo” y un supermercado judío– era de 20 personas, con los 3 terroristas, lo que había causado una enorme conmoción. La gran manifestación de coraje contra el yihadismo, inédita por su amplitud, mostraba la solidaridad con Francia y su rechazo al terrorismo, tan poco amigo de la educación y la cultura.
“Hay locos en todas partes, como también hay gentes que incitan a la ira. Se ha de buscar la raíz del problema. Recuperando el sano juicio y el espíritu de convivencia, frente a quienes pretenden reprimir derechos y libertades que son de todos”, dijo “El Espabilao”. “Ha sido un claro ataque a la libertad de expresión –añadí yo–. Porque la caricatura hará burla, pero nunca mata. A los poderosos e intransigentes la crítica no les hace la menor gracia, pero nosotros sin la risa (y con miedo) estaríamos ya todos muertos”. “El Chismoso”, que nos estaba escuchando, extrajo de su bolsillo una bolita que se incrustó en la punta de su nariz. Era su particular manera de rendir homenaje a los humoristas asesinados y a las otras víctimas. Porque rojo era su color, como la misma sangre derramada.
José María Martínez Laseca
(15 de enero de 2015)       

    

domingo, 11 de enero de 2015

Somos menos

Estos días pasados, el bar El Cielo estaba a rebosar. En su ámbito no cabía un alfiler. Se notaba esa gran afluencia de gentes nostálgicas que habían vuelto a casa por Navidad: estudiantes, currantes, emigrantes… Dispuestos todos ellos a recuperar la memoria y a compartir recuerdos. Además, cuando llegan tales fechas tienden a reblandecerse nuestros corazones pétreos. Que todos parecemos ser mejores personas, pese al perverso capitalismo de amiguetes. Más solidarios y menos egoístas. Al menos por fuera. Paseamos las calles esparciendo a mansalva felicitaciones y deseos de lo mejor para el año nuevo 2015, que acaba de comenzar.
El sol de invierno calentaba un poquito la abarrotada Plaza de Herradores y el resto de animación lo prendía el alcohol que se consumía a espuertas. Conversaciones en corrillos. Pese a todo había más justos que villanos. Por eso, cuando yo traté de alcanzar mi local de costumbre, me resultó imposible. Así que dije para mí: el Cielo puede esperar. Y yo esperé pacientemente a que todo esto pasara. A que transcurriera la Fiesta de los Reyes Magos cargada de ilusión para los más pequeños. De mañana, los pueblos de San Andrés y Almarza se juntaron un año más en la linde de Cantogordo para repetir el ritual del tradicional traslado del Arca. Dentro van documentos, de ordenanzas y sentencias, sobre la gestión de la dehesa comunal, que se remontan a la Edad Media. En la antigua “Hermandad de los Cuatro Lugares” también se integraban los pueblos de Cardos y Pipahón ya desaparecidos. Esta vez por ser año impar toca llevarla desde San Andrés hasta Almarza. La conmemoración de la concordia es toda una manifestación popular y festiva.
El día después pude, por fin, volver al bar El Cielo. Me esperaban mis colegas posesionados en la barra. “El Chismoso”, al verme entrar, se dirigió a mí: “¡Ya se ha vaciado el patio. Fin de Fiesta!” “Es como si hubiera bajado la marea y quedara al descubierto la tristeza del invierno”, dijo “El Espabilao”. “Ha sido un mero espejismo –apunté yo–, la cruda realidad es que ha descendido el censo de sorianos, también de trabajadores (muchos funcionarios, por los recortes) y que a la hora de fijar población se han frustrado los polígonos industriales, fondos europeos y hasta la nueva cárcel”. 
José María Martínez Laseca 
(8 de enero de 2015)

martes, 6 de enero de 2015

El sueño del spahi.Un soriano en la guerra civil ( y 2)

La fantasía, en cuarto lugar, irrumpe en esta novela mediante una serie de artificios mágicos, al modo de historias dentro de la historia, como se constata tanto en el capítulo 5º “Alba de Aljubarrota” (derrota en la que intervinieron caballeros cristianos sorianos), con todo lo que tiene de onírico, así como en el capítulo 7º de “Las cueva de la Indecisión, los salones del Despiste”.
En quinto lugar: la profecía que es un tono de voz. Aquí estaría caracterizada por el narrador, que se nos manifiesta en primera persona al dirigirse al lector de este modo: “Yo soy Anselmo, Anselmo Pedroviejo, capitán derrotado en la guerra que terminó en España en abril pasado…” (pág. 8). Eso entraña una mayor emoción o cercanía al lector. Cual en la novela picaresca. Además lleva implícita una filosofía iconoclasta e irreverente que pone en cuestión todos los grandes principios oficializados.
En sexto y séptimo lugar estarían la forma y el ritmo. Respecto a la primera es de señalar la capacidad del autor de concebir este libro como una totalidad ya que las diversas subtramas convergen perfectamente en la trama principal. Del ritmo, bien se puede decir que, pese a la densidad de la información que aporta con sus digresiones, es capaz de llenarnos de sorpresa, frescor y esperanza en sus distintos capítulos, algunos de los cuales están cargados de lirismo, como se da en el ya citado capítulo 5º “Alba de Aljubarrota”, aludiendo al Cantar de los Cantares, y en el 15º “El libro de la vida”, con sabías reflexiones a modo de autoayuda.
Entre otros ingredientes narrativos están los escenarios por donde se desarrolla la acción, como son, dentro de su variedad, territorios de Francia, las ciudades de Barcelona y Madrid, los frentes de Aragón y la Sierra de Guadalajara y las mismas Tierras Altas de Soria (con el mágico lugar de Azacuerna). La temática es, asimismo, múltiple ya que encontramos presentes los tres tópicos literarios clásicos a los que aludía Miguel Hernández al decir: “Con tres heridas vengo, / con tres heridas yo: / la de la muerte, la de la vida y la del amor”. Sobre el desarrollo de la guerra yo advierto dos capítulos que nos tocan muy de cerca como sorianos. Son: el capítulo 6º “Las cien mil pesetas del Vizconde de Eza (De Bujaraloz a Bujalaro”) relativo al mítico Batallón Numancia fundado por Benito Artigas Arpón y al que se incorporó nuestro ilustre paisano Juan Antonio Gaya Nuño; y el capítulo 9º “Ellos vienen a veces” sobre la impactante represión padecida por vecinos de la localidad de San Pedro Manrique. (Referencias a la ciudad de Soria, a los Doce Linajes y a las Comunidades de Villa y Tierra).
No se desprende de lo dicho que estamos ante una novela de tesis política, sino, por el contrario, ante la evolución personal de un personaje complejo, como es Anselmo Pedroviejo, que trata de ajustar en sí mismo muchas pulsiones centrífugas.
Al fin y al cabo, la guerra que aquí nos cuenta Anselmo no Pedroviejo no es la de los nacionales ni la de los republicanos, sino la del pueblo en armas que desde los primero momentos toma las riendas de su destino y se lanza a hacer la revolución social, algo para lo que llevaba entrenándose desde hacía décadas. Tras el fatídico desenlace, ya en el campo de concentración de Argelés, Anselmo considera que la guerra no se perdió en abril de 1939, sino mucho antes, probablemente el mismo día que alguien decidió que había que sacrificar la revolución para defender la "legalidad republicana".
Afirmaba, con razón, Vargas Llosa que la lectura es la mejor academia del escritor. ARV es buena prueba de ello, ya que nos demuestra haber leído mucho y bien para poder documentar como es debido esta su novela. Aportando el conocimiento de un erudito en cuanto a pertrechos bélicos. Como cuando Anselmo tiene que enfrentarse a la invasión de los panzer alemanes, en el norte de Francia
Acabo ya. No sin antes hacer una escueta e interesada referencia al impulso y promoción de la lectura. De ello se nos habla también en la novela. Así en la página 134 nos dice el protagonista: “Como universitario y lector compulsivo, también me daba cuenta de las ingenuidades en la que a menudo caían los teóricos de la Anarquía”, y en la página 132: “Por esos años leí casi todos los clásicos del anarquismo, Bakunin, Kropostkin, Malatesta, etc, así como la abundante bibliografía libertaria publicada en España, tanto libros como publicaciones periódicas”. Y aún cuando en la 202 responde en el interrogatorio: “Bueno hay que leerlo todo. Además ¿no habéis oído eso de que “del enemigo el consejo”?
El acto de la lectura nos forja como personas lingüísticas que somos y mejora nuestra calidad de vida, nos dota de capacidad crítica para pensar por nosotros mismos. Leer es uno de los grandes placeres de esta vida. No hay más que observar a esa gente absorta con un libro en las manos cuando viaja en el metro de Madrid, por ejemplo, rumbo a su trabajo.
Que esta novela, “El sueño del spahi”, resultará gratificante para todo lector que se adentre en sus páginas. Por la amplitud de de su mirada que injerta lo local soriano en lo global o universal. Con acontecimientos históricos que forman parte de nuestra conciencia colectiva. Algo de obligado conocimiento y reflexión, aunque solo fuera para que nunca más vuelvan a repetirse. Y es que los tiempos cambian y la historia se olvida.
José María Martínez Laseca
(3 de enero de 2015)

El sueño del spahi. Un soriano en la guerra civil (1)

La presentación de un libro debiera suponer un acontecimiento digno de celebración social, como el nacimiento de un niño, pues es algo que no ocurre todos los días, máxime por estos lares, toda vez que su alumbramiento en este caso requiere de un periodo de tiempo de gestación superior incluso al de de una criatura humana. Más gozoso, si cabe, por tratarse de una obra creativa que toca interesantes asuntos referidos tanto a nuestra historia inmediata cuanto a hechos alusivos a nuestra tierra de Soria. El título: “El sueño del spahi”. Su autor: Antonio Ruiz Vega (ARV), soriano, bien que nacido en Ibiza (1955), sobradamente conocido en estas lides literarias, tanto de índole editorial como periodística, investigadora y creativa.
Diré que ARV me parece todo un mentiroso. Y me explico. Como advertía Vladimir Nabokov en su “Curso de Literatura Europea”: “La literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo, del valle neandertal gritando “el lobo, el lobo”, con un enorme lobo gris pisándole los talones: la literatura nació el día en que un chico llegó gritando “el lobo, el lobo”, sin que le persiguiera ningún lobo. (…).
Todo gran escritor es un gran embaucador como lo es la architramposa naturaleza. La naturaleza siempre nos engaña. Desde el engaño sencillo de la propagación de la luz a la ilusión prodigiosa y compleja de los colores y protectores de las mariposas o de los pájaros, hay en la naturaleza todo un sistema maravilloso de engaños y sortilegios. El autor literario no hace más que seguir el ejemplo de la naturaleza”.
En este caso, pienso que ARV le ha cogido gusto a esto de practicar el arte de mentir, mediante el molde literario de la narración, contándonos sus inventadas historias, en lo que Mario Vargas Llosa definió como “La verdad de las mentiras”. Porque, esta es ya la tercera de sus novelas publicadas, si bien cuenta con otras dos más inéditas.
Pero vayamos a hablar de su libro. De la invención de un mundo distinto, una realidad paralela cuya génesis es la fantasía y los deseos. En concreto, de “El sueño del spahi”, subtitulado “Un soriano en la guerra civil”. Se trata de una novela de corte histórico (Episodios Nacionales) ya que aporta una visión libertaria de la revolución y de la Guerra Civil Española, por antonomasia, la de 1936, a la que incorpora aspectos de temática Soriana. Frente a las muchas publicaciones realizadas hasta la fecha, tanto desde el lado franquista como del republicano, asistimos aquí a una original visión libertaria de la contienda
Para su análisis, me fijaré en los siete aspectos que concurren en toda novela. En primer lugar: la historia, que debe tener un único mérito: conseguir que el público lector quiera saber lo que ocurre después. Aquí, así sucede ya que se trata de un viaje en el tiempo donde se sitúa la peripecia política, militar y social del héroe o protagonista; las adversidades y fortunas, de ese spahi (o soldado indígena) soriano, que irá evolucionando, mostrándose y transformándose, a lo largo de todo el texto.
En segundo lugar: la gente. Esos personajes a los que les ocurren una serie de cosas creadas por el autor. Aquí, contamos con un personaje central que es precisamente Anselmo Pedroviejo (con apellido de raigambre soriana) al que, recién terminada su carrera de arquitectura, le sorprende el inicio de la Guerra Civil en la ciudad de Barcelona. Se tratará de un perdedor. Del mismo que se disfraza de saphi (p. 62). En Barcelona está su novia Marta Novell a quien considera una verdadera miliciana del amor. Y el padre de esta, el viudo Estevé, empresario catalán más relativista y cínico, que será su protector. También son de resaltar sus amigos de las tierras altas de Soria: Lucinda y Mauricio, junto a su medieval antepasado Maese Lucio, vinculado a instantes de delirio.
A estos personajes imaginarios, se añaden una serie de figuras históricas de aquel tiempo, que la dotan de mayor verosimilitud, como son muchos de los miembros del Gobierno de la Segunda República (Azaña, Largo Caballero…, o de la Generalitat de Cataluña (Lluis Companys, Josep Tarradellas, etc.) y, entre los que destacan los conocidos anarquistas como Juan García Oliver y Buenaventura Durruti. Sin que tampoco falte el torturador de la checa Laurencic o el oportuno comandante Soriano.
Pero es, sin duda, Anselmo Pedroviejo, que afronta las circunstancias en coherencia con su pensamiento anarquista, quien lleva todo el peso doctrinario y es el gran aglutinador, ya que toda la historia gravita en torno a él, que funciona a modo de personaje-sarta de los diferentes episodios.
En tercer lugar: el argumento, referido a elementos de causalidad, al por qué ocurren a nuestro personaje los hechos presentados en el total de 17 apartados o capítulos con un cierto desorden. Aunque el hilo conductor del desarrollo de la guerra civil nunca se pierde o rompe la serie de acontecimientos y decisiones que la desencadenaron. Una trama compleja que ARV desentraña mezclando la narración y el análisis en una estructura bastante original, donde da voz a los principales actores, tratando de diferenciar entre los supuestos factores objetivos y aquellos que se percibían desde los diferentes escenarios nacionales en los que actuaban.
José María Martínez Laseca
(2 de enero de 2015)