sábado, 27 de julio de 2013

Marca Soria

Querido diario: de los tópicos o temas que la literatura usa reiteradamente se ha pasado a los tópicos sociales. Si, en el primer caso, rosa equivale a mujer bella; en el segundo, los sorianos se asocian con el victimismo quejica. Por achacar todos sus males al olvido institucional. Soria sería, así, una nueva Penélope o mujer que espera -tejiendo y destejiendo- lo que nunca llega. Al menos, ahora no se nos tilda de tacaños como hiciera en el siglo XV Joanot Martorell, en su novela de caballerías Tirant lo Blanch, al decir: sois como los burros de los sorianos, que van cargados de oro y comen paja. A Soria se la relaciona con el frío y la nieve; pero ya no nieva como antes. O con la dulce mantequilla, que dio título a una zarzuela cómica-sainetesca-sentimental con libreto de Antonio Ramos Martín y música del maestro Celestino Roig, estrenada en 1917. La mantequilla podría constituir, pues, una de sus marcas. Lo mismo que el románico. Otros han apostado por la micología: setas, hongos y el oro negro de su trufa. E inclusive por el torrezno del cerdo. Indudablemente que somos lo que éramos, más otras cosas. Numancia tal vez vaya por libre.
Empero, de un tiempo a esta parte, la marca Soria es la poesía. Poes(or)ia. “Por lo que Soria representa en la memoria de la dignidad colectiva de la sociedad civil. Por cuanto se emparienta con el último gran proyecto constructor de orden que fue Antonio Machado. Él es uno de esos hombres que con su sola presencia en el mundo mancharon de salvación y de radical luz las cerezas de los tiempos”, según Juan Carlos Mestre. No en balde, en Soria se respira una atmósfera especial, como advirtió Antonio Gamoneda.
Ante la tiranía neoliberal del poder capitalista, que ensancha las periferias del mundo; la poesía también sabe reaccionar, ya que -sigue Mestre- “las lágrimas que corren en estos momentos en la conciencia cívica de nuestro país son la acusación por la que no puede pasar la poesía”. Si como señalaba Kant en el mundo social todo tiene precio o dignidad, solo la poesía y el amor -que ni se compran ni se venden- están fuera del negocio capitalista que todo lo corrompe. Por eso la poesía es alimento y no mierda.
José María Martínez Laseca
25 de jukio de 2013

lunes, 22 de julio de 2013

A propósito de “El santero de San Saturio” y su reedición (y 2)

“Se canta lo que se pierde”, decía bien Antonio Machado. Por lo que muy poco le costará al atento lector comprender que “El Santero de San Saturio” es un libro de memorias. De “libro de la memoria” lo calificó Dionisio Ridruejo en su elogioso artículo: “G.N. rompe un fanal” (Barcelona, 1954). Se trataba de un libro al que Gaya tildó de estrafalario, por aquello de lo inclasificable dentro de los géneros literarios aristotélicos, dado su componente fragmentario. De “zarabanda de prosas”.
Su simétrica conformación se distribuye en 24 capítulos. Los que tratan sobre temas tan diversos como: La sociedad, Numancia, Los poetas, La gastronomía, Deportes y toros, Las de allá arriba, Los crímenes, Los labriegos, Las fiestas de San Juan y de San Saturio, etc.; observándose el paso de las estaciones para completar así todo un ciclo anual. “…Prefiero el quincenario, que da un más frecuente pretexto para picotear en un tema y saltar a otro diverso que es lo que me place”, dice Gaya. Se suman a ellos un “Yo santero” al inicio, un “Intermedio personal” y un “Final sobre el Duero”.
Para esta a modo de catarsis o desahogo personal, Gaya se sirve de un narrador en primera persona. De ese paisano nacido en Tardelcuende que, tras largos años de ausencia, regresa a la ciudad de Soria para ocupar la plaza vacante de santero en la ermita de San Saturio, respondiendo a un anuncio aparecido en el periódico local u hoja agraria. El nuevo santero, que bajo su barba y sayal esconde su propia historia, se convierte así en su principal protagonista –entre pícaro y místico-, y actuará como personaje sarta, uniendo unos capítulos a otros como la cuerda que ata los abalorios de un precioso collar.

TODO UN PROCESO JUDICIAL Y SENTIMENTAL

Si bien, al principio, parece que dicho narrador nos habla de acontecimientos del momento, estos no dejan de ser sino un mero pretexto para la reflexión sobre un pasado –el de la Soria de la segunda república- contemplado con añoranza, y en el que los pobres eran hidalgos, los socios de los casinos más cultos, las putas eran decentes y “no se habían perdido los buenos modales”.
Se trata, como allí se nos dice, de un “proceso judicial y sentimental de la ciudad, de la provincia y de sus moradores”, hecho con desparpajo e ironía. Como señala Consolación Baranda (en el prólogo a sus Obras Completas para la Biblioteca José Antonio de Castro) en el único lazo que vincula al pasado con el presente es la geografía: “Las ciudades, río, río Duero, son accidentales y cambiantes. Ya lo ves: esta misma Soria, que he ido barajando en mi quincenario, también es cambiante, porque está matando, o quizá el gerundio adecuado sea “superando” sus antiguos y honrados hábitos. Es la geografía la que no cambia…”, nos advierte.
Nada halagüeña, encomiástica o satisfactoria resultaba, en consecuencia, dicha conclusión para quienes, vencedores de una guerra civil todavía reciente, se veían ignorados en el libro y en el mejor de los casos, cuando son tratados, desde una perspectiva irónica, por un narrador que se identifica con los vencidos, y que haciendo gala de una fuerte superioridad intelectual y moral se siente capacitado para juzgarlos a todos ellos.
Ello justifica que las reacciones no se hicieran de esperar en nuestra capital. Muy sonada, la del mismísimo obispo de la diócesis de Osma-Soria, Saturnino Rubio Montiel (célebre por la venta de la iglesia románica de San Clemente, en pleno corazón de nuestra ciudad), que detuvo la procesión eucarística en los actos conmemorativos del VII Centenario de la muerte de Santa Clara, frente a la fachada de la casa familiar de la Calle Marqués de Vadillo, para advertir como “muy discutible la filiación de un hombre que quiere honrarse a sí mismo deshonrando a su madre”. Otras más, las constituyeron el intento de su secuestro en las librerías de la ciudad o el vilipendio al que se vio sometido desde la prensa local por parte de los adictos al régimen franquista.
Mientras tanto, en otros lugares exteriores, merecía unánime y cálido aplauso de la crítica literaria. Por parte de personas como Dionisio Ridruejo, Francisco Yndurain, Jorge Campos, José del Río Sanz, etc., como se puede comprobar en el referido cuaderno adjunto titulado “Del Santero de San Saturio y sus circunstancias”.
El periodista Marcos Molinero, desde “Soria Hogar y Pueblo” del 11 de noviembre de 1977, en su artículo “Conciencia sucia” asoció aquella crítica malévola traidora que se le hizo al libro a una mentalidad pacata, que no supo apreciar la cantidad de cariño desesperado de Gaya Nuño hacia la que, a fin de cuentas, no era otra más que su propia tierra natal.

SU GRAN VALOR ESTILÍSTICO

Una de las virtudes manifiestas del discurso narrativo del “Santero” es el uso que en él se hace de nuestra lengua española. La recia y certera prosa de su autor. El ambiente literario que le tocó vivir a Gaya, su entorno cultural entre noventayochos, novecentistas y la gran floración del 27, precisamente en Madrid, lo más de su tiempo en la fase primera de su vida. No podemos precisar con exactitud todo lo que tan ejemplar de aquello determinó su escritura, pero sí que en sus cimientos se advierte mucho del habla de su entorno primero, lo que le dota de un estilo muy personal. Gaya Nuño sazona su escritura con una mezcla de humor y de lirismo y algunos toques de filosofía entre existencialista y estoica. Se agradece, especialmente, su riqueza de léxico, tan bien ensamblado que no resulta en ningún caso pretencioso o fuera de lugar. A este léxico, tan castellano, ha de añadirse otro netamente soriano. Como cuando escribe que “las aguas del Urbión no se regalan en balde”. Gusta, pues, Gaya de una prosa rica, flexible y sonora.
“El Santero de San Saturio” es, a su vez, germen de otras obras literarias que con las que continuó su narrativa nuestro paisano. Como su Tratado de Mendicidad (1961), ya advertido en su capítulo primero sobre “Pedigüeños y hampones” de 1 de noviembre o el de su “Historia del Cautivo” (1966) novela que trata sobre la premonitoria guerra de África, con el desastre de Annual y Monte Arruit, aquí esbozado en un romance de ciego del capítulo XI relativo a “Los crímenes”, de 1 de abril.
Concluiré diciendo que, partiendo de este tarro de esencias de lo soriano, un grupo de gentes agrupadas en la denominada Hermandad del Santero hemos acometido una celebración gozosa. Es la ruta urbana de La Saturiada. A modo de la “Bloomsday” de Dublín, basada en el “Ulises” de Joyce o de “La noche de Max Estrella” de Madrid, inspirada en “Luces de Bohemia” de Valle-Inclán. Coincidiendo con el día del libro y la celebración de la fiesta de nuestra Comunidad. El 23 de abril. Para mejor darlo a conocer y promocionar con ello la afición a la lectura entre la gente, toda vez que sin conocimiento no hay prosperidad.
Y es que “El Santero” es ya, por méritos propios, uno de nuestros clásicos. Entiéndese por clásicos a ese tipo de libros a cuyas páginas acudimos una y otra vez para mirarnos, como en un espejo, a nosotros mismos. Para así conocernos mejor.
José María Martínez Laseca
(19 de julio de 2013)

A propósito de “El Santero de San Saturio” y su reedición (1)

Te diré, en primer lugar, amigo lector, que siento una gran alegría con motivo de la reedición de este libro de Juan Antonio Gaya Nuño (Tardelcuende 29-1-1913; Madrid, 6-7-1976) titulado “El Santero de San Saturio”, por parte del Ayuntamiento de Soria, y al que se le adjunta mi cuaderno que lo contextualiza: “Sobre el Santero de San Saturio y sus circunstancias”. Recuerdo, en este mismo sentido de afecto que, en mi condición de profesor de literatura, yo lo venía utilizando cada curso en el Instituto Antonio Machado de Soria como lectura obligatoria para mis alumnos de 4º de la ESO. No obstante, como consecuencia, de verse agotada su última edición, no me quedó otro remedio que el de suspender tal actividad.
Si mis cálculos no me fallan (aunque hay quien menciona una edición fallida a añadir de 2006), se trataría en este caso de la séptima edición de “El Santero de San Saturio”. La primera la acometió la editorial Castalia de Valencia en 1953. Prosistas Contemporáneos. Colección de escritores españoles de hoy. Dirigida por Antonio Rodríguez Moñino y Brey (el tío rojo de Rajoy). Figurando como colaboradores de los primeros números: Camilo José Cela, Antonio Díaz-Cañabate, Ignacio Aldecoa, Jorge Campos y Juan Antonio Gaya Nuño. “Prosistas Contemporáneos aspira a poner en manos del lector las páginas más selectas de diez escritores españoles de nuestros días”, se advertía a los lectores.
Su segunda edición, primera “especialmente autorizada por el autor”, dentro de la Colección Austral perteneciente a la editorial Espasa Calpe, S. A., es de Madrid, 1965. La segunda de Austral es de 18 de marzo de 1986. La tercera (de 1995) y la cuarta (de 1999), respectivamente, corresponden a esta misma editorial, figurando en ambas su Copyright o derechos de autor ya trasvasados a los Herederos de Juan Antonio Gaya Nuño.
Lo más llamativo de esta séptima edición facsímil, recientemente presentada, es que, al parecer, sus derechos de autor se han visto transferidos a las Hijas de San Camilo, monjas que gestionan una residencia privada para personas asistidas en la provincia de Salamanca y a donde todos los indicios conducen que fue a parar Ángela Gutiérrez de Marco, hermana de Concha de Marco y su heredera universal, al final de sus días, ya que se encontraba imposibilitada.

CONTANDO LOS CUARENTA

Cuarenta años cumplidos tenía su autor, Juan Antonio Gaya Nuño, cuando salió a la luz del sol este segundo volumen de Prosistas contemporáneos de la Editorial Castalia. Aconteció, concretamente, el 5 de marzo de 1953, en Valencia. Ocho días después de la muerte de su primogénito hermano Benito, catedrático de griego en el único Instituto de la ciudad de Soria.
Gaya había cobrado merecida fama hasta entonces como historiador y crítico de arte. (Autor de “El románico en la provincia de Soria” y gestor de las Galerías Layetanas de Barcelona). Con más de 20 libros publicados. Entre ellos “Zurbarán”, “Eugenio Lucas”, “Picasso”, “Dalí”, “Cossío”, “La pintura española del medio siglo”, “Historia del Arte Español”, etc., tal y como se indicaba en su solapa. “He dado a la luz no sé cuantos [libros] dedicados a estética, crítica e historia del Arte, procurando en los tales calidad y claridad, estilo y buena prosa, pero inútilmente. Estos libros no cuentan como producción de un escritor” declaró a Antonio Núñez en la revista “Ínsula” de 1969. Tal iniciativa respondía a su imperiosa necesidad biológica de dejar algo original, que fuera valorado como obra literaria. En este orden de cosas se considera al “Santero” como su obra inaugural, incorporándose así al panorama literario español de la postguerra como autor de ficciones.
“En el año 50, en 15 días escribió [Juan Antonio] el Santero, le llamaba la nostalgia. “Creo –recordaba Concha de Marco- que fue ese año cuando por primera vez volvió a Soria a pasar unos días de verano”. Sin embargo, en 1976, tras su muerte, en la revista “Celtiberia”, bajo el epígrafe de “Unos recuerdos” se anotaba: “Durante el verano de 1952, Concha y Juan Antonio pasaron una temporada de descanso en su Soria. Juan Antonio leyó el original a un pequeño grupo de amigos. No pudimos escuchar su lectura. Pero sí los comentarios de gozoso entusiasmo”.
Esta obra literaria supone, pues, para su autor una especie de catarsis, tras quince años de ausencia de la ciudad de sus amores. “Recién acabado el libro –declaraba Gaya- volví por primera vez a Soria después de la guerra. Si hubiese vuelto antes, quizá el libro no me hubiese resultado necesario.”

EL RASTRO EMOCIONAL

La secuencia emocional que evidencia el proceso seguido en la germinación de su escritura es la siguiente:
A.-¡Soriano que triunfa! El 21 de enero de 1947, con motivo de la publicación por el “Instituto Diego Velázquez” del CSIC, del nuevo libro de Juan Antonio Gaya Nuño sobre “El románico de la provincia de Soria” (que fue su tesis doctoral de 1934) congregó en Madrid a un grupo de sorianos, buenos amigos suyos, para festejar al autor. Entre la veintena de ellos se encontraban algunos tan conocidos como Blas Taracena, José Tudela, Gerardo Diego y Epifanio Ridruejo.
El poeta local Virgilio Soria leyó allí su tan elogioso como emotivo poema “Estampa de Soria” lo que, sin duda, supuso para Juan Antonio toda una descarga eléctrica de sensaciones y emociones.
B.-En 1949, encontrándose el matrimonio Juan Antonio-Concha en Barcelona, escribe Gaya un largo y sorpresivo poema, rimado en pareados, titulado “La Saturiada, o sea de San Saturio el Patrón, la vida en verso ramplón”, que firma bajo el acrónimo de Antonino Auñón y Aguja, Pbro. [Presbítero]. En concreto, lo fecha en Sauquillo de Boñices, 27 de agosto de 1949. Para mí lo tengo –por juzgar a las gentes de Soria y por la tremenda carga de ironía con que lo hace- por el más claro antecedente de “El Santero de San Saturio”.
C.-Se añade a lo anteriormente dicho una carta dirigida a la familia residente en la casa de Marqués de Vadillo de Soria, fechada en Barcelona, a 1 de octubre de 1949. En realidad, se trata, otra vez, de versos rimados, acometiendo noticias de sus quehaceres profesionales y lamentándose de no poder asistir a las Fiestas del patrón San Saturio. Concha lo tilda, en su posdata, de romance de ciego. Al cierre, se puede leer: LA SATURIADA o sea SAN SATURIO EL PATRÓN.
D.- Por si lo dicho hasta aquí fuera poco, aún faltaría anotar un acontecimiento que vendrá a actuar como resorte o espoleta. Me refiero a la noticia de la muerte de Antonino Mateo Tejedor (1876), nacido en Almajano, al igual que su madre Gregoria (1885-1978), y que durante muchos años había ejercido el cargo de santero de San Saturio. La reproducción de su necrológica “De CAMPO 19 de junio de 1951, figura al inicio del libro como ANTECEDENTE y funciona dentro de la narración como una especie de collage en la pintura.
Dicho lo cual, todo parece estar muy favorablemente dispuesto para que corra ligera y cristalina la tinta de “El Santero de San Saturio”.
José María Martínez Laseca
18 de julio de 2013)

La plaza robada

Querido diario: nunca yo, Santero Mateo, el “Sante”, tuve claro que eso de poner una agencia de detectives en Soria fuera una buena idea. Si al fin me decidí fue porque las contrataciones por cuenta ajena estaban muy feas y yo era hombre inquieto que no gustaba de hacer cola en la oficina del paro, ya que el escaso trabajo que surgía siempre se reservaba para parientes y enchufados. Por eso, ingenuamente, me acogí a la Ley de Emprendedores del PP que prometía incentivar a cuantos se arriesgaran creando empleo como autónomos. Alguna subvención para local que nunca llegó. Por si acaso, me había instalado en la calle Estudios, en un tercer piso de un viejo edificio, sin ascensor, ya que en la vía principal del Collado el alquiler era prohibitivo, pese al declive del comercio tradicional. Una placa dorada en el acceso al portal indicaba “Satur & Sante. Detectives privados”. Gustaba de trabajar en equipo y por eso asocié a la empresa a Don Saturio, un prejubilado que se hizo querer como sargento de la policía municipal y que así complementaría su baja pensión.
Aquel jueves de mercado –mientras escuchaba el clip de Tawas “No te gustaría” con Juaninacka–, nos sorprendió la llegada de nuestro primer cliente. Una viejecita de buena presencia, sin duda una belleza cuando joven, que nos sorprendió al denunciar el robo de una plaza pública: la de Ramón y Cajal, en pleno centro de la ciudad. Ella era testigo presencial, puesto que vivía enfrente. Nuestro oficio consiste en descubrir la verdad. Alumbrar el lado oscuro de la realidad, algo así como la cara oculta de la luna. Por eso tras escuchar atentamente a aquella viejecita nos desplazamos al lugar del delito. “Debiera cuidarse mucho más la convivencia entre la ciudad normal y la historia”, dijo don Satur al pasar bajo el edificio respingón construido cual palafito sobre suelo de todos. Ya “in situ” pudimos comprobar que la plaza no era tal. “Antes había bancos donde te podías sentar”, nos había dicho la anciana. En efecto, ahora tan solo quedaba una terraza privatizada y mercantilizada. Un engaño sutil del Ayuntamiento. “La mejor forma de esconder algo es ponerlo delante de nuestros ojos”, exclamé.
José María Martínez Laseca
(18 de julio de 2013)

miércoles, 17 de julio de 2013

El rostro del arte nos evoca a J. A. Gaya Nuño (y 2)

Otro día acudimos, también, al Museo, menos conocido, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cuya colección permanente incluye obras maestras (pinturas, esculturas, dibujos…) del arte español, italiano y flamenco. Especial atención al siglo XIX con ejemplares de conocidos creadores que ingresaron en la misma. Y aún otras muy interesantes piezas adquiridas. En una de sus salas en semipenumbra admiramos una parte de su valioso tesoro español y universal en torno al grabado, como lo constata la "Colección de estampas de asuntos caprichosos, inventadas y grabadas al agua fuerte por Don Francisco de Goya".
Previa a esta instancia se halla otro espacio dispuesto para albergar la biblioteca y archivo donada por el historiador del arte Enrique Lafuente Ferrari (Madrid, 1.898-Cercedilla, 1985), con 18.000 unidades, entre libros, folletos, artículos, manuscritos, cartas y fotografías. En su misma planta una exposición temporal de fotografía modernista 1923-1929 del fotógrafo checo FrantiseK DrtiKol organizada por PhotoEspaña.
Nos acordamos de Gaya Nuño. De las planchas de su “Bibliografía crítica y antológica de Gaya” perdidas en los sótanos del Ministerio de Cultura. De su biblioteca personal, que quiso comprar la Fundación Paúl Getty de Estados Unidos y que afortunadamente se encuentra en Soria. De uno de sus primeros trabajos tras la cárcel, como fue el de extraer copias del archivo fotográfico de Arte Hispánico Ruiz Vernacce, sito en la calle Carrera de San Jerónimo, por encargo de José Gudiol Ricart, para el Instituto Amatller de Arte Hispánico de Barcelona.
Y nos acordamos, otra vez más, de Gaya y del jugoso tráfico de obras de arte existente, mediante el hurto. la receptación y el contrabando, cuando al vencer ya la tarde acudimos a una sala de cine para ver la película “Trance” del director Danny Boyle. Un interesante “thriller” que gira en torno a las consecuencias del robo del cuadro de Goya “Vuelo de Brujas” puesto sobre la tarima de una casa de subastas londinense y que resultará truncado.
Sobre todo, nos acordamos muy mucho de Juan Antonio Gaya Nuño y lo celebramos cada vez que como ocurre durante estos días podemos contemplar los fondos artísticos de su legado, expuestos en las dos salas del Centro Cultural que, sito en la plaza San Esteban de Soria, lleva su ilustre nombre.
Una interesante panorámica del arte contemporáneo. Con esas obras que le fueron obsequiando sus amigos artistas, agradecidos, por haber escrito sobre ellos de manera elogiosa en sus reseñas, en sus catálogos y en sus libros. Pintores y escultores de estilos diversos como Ramón Rogent, Vázquez Díaz, Pancho Cossío, José Caballero, Álvaro Delgado, Francisco Mateos, Juan Barjola, Viola, Millares, Tàpies, Oteyza o Pablo Serrano entre otros, dentro de un largo etcétera. Un auténtico patrimonio cultural representativo de las vanguardias de la mitad del siglo XX que la ciudad de Soria parece no apreciar en su valor histórico, artístico y sentimental como el auténtico tesoro que es. Qué lástima que ésta no se conforme como una exposición o pinacoteca permanente.
Y nos acordamos, cómo no hacerlo, de Concha de Marco, de tan fuerte temperamento poético y compañera constante en el quehacer de Juan Antonio. Ella fue, realmente, la que hizo posible que ese regalo tan preciado llegara a la ciudad de Soria, a través de lo que era entonces su Caja de Ahorros provincial. Y se marchó, Concha, tan tranquila, al tiempo que se quemaban los rastrojos, por estimar –¿quién lo diría ahora? – que lo había dejado todo a buen recaudo.
Para el dramaturgo Jacinto Benavente existen dos tipos de muerte: una la de la sangre y otra la del olvido, que es la muerte verdadera.
A nosotros, a mi buen amigo Ignacio y a mí, siempre que se habla de las bellas artes, nos resulta tan fácil como grato evocar una figura intelectual de la gigantesca talla humanística de Juan Antonio Gaya Nuño. Porque como ya advirtió en su día José Camón Aznar: “Gaya Nuño es protagonista de una obra que sólo admirará el futuro, por su impresionante tarea erudita, por su gran calidad de escritor, por su gama, sensibilidad y dicción cerrada y brava”. Evocarlo sí, que es sinónimo de recordarlo, rememorarlo, desenterrarlo, despertarlo, retenerlo, repasarlo, añorarlo y pensarlo.
Que esto, y no otra cosa, es lo que, en definitiva, hemos pretendido facilitar a los curiosos lectores al escribir nuestro nuevo libro sobre el cautivo republicano –en tanto que combatiente perdedor de la guerra civil española (1936-1939)–, quien mediante el esfuerzo, la autoexigencia y el afán de superación en su ingente trabajo consiguió redimir la pena impuesta de tener que vivir el resto de sus días bajo la dictadura franquista. Nadando siempre contracorriente, para terminar convirtiéndose de ese modo en un auténtico santero del arte. Faceta con la que obtuvo el reconocimiento internacional.
José María Martínez Laseca
(14 de julio de 2013)

El rostro del arte nos evoca a J. A. Gaya Nuño (1)

La celebración, en este mismo año, del centenario del nacimiento de Juan Antonio Gaya Nuño (Tardelcuende, 29 de enero de 1913; Madrid 7 de julio de 1976) es un momento adecuado para la publicación del libro biográfico y divulgativo: “Juan Antonio Gaya Nuño: de cautivo a santero del arte” (Millán y Las Heras Editores, Soria, 2013)), del que somos autores Ignacio del Río Chicote y yo.
Recientemente, hemos coincidido en Madrid, Ciudad del Arte con sus afamados Museos, tres de los cuales configuran lo que se denomina Triángulo de Oro y que están ubicados, como ya saben los lectores, en la zona del Paseo del Prado. De aquí que mi amigo –profesor y pintor– y yo, cuando nos reencontramos en la capital de España, acudamos a visitar algunas de las muchas exposiciones abiertas.
De este modo, hemos podido disfrutar de “Terrenos de Juego” de Alberto Giacometti, en la Fundación Mapfre, centrada en el espacio creativo de su taller de apenas 18 m2, cerca de Montparnasse en París. El sueño tan ansiado de diseñar una escultura para un espacio público como la explanada ante el Chase Manhattan BanK de Nueva York se frustró. Empero, él persistió tenaz en la búsqueda de la totalidad de la vida, reflexionando sobre su propio yo en relación con los demás. Destacan dos esculturas: “El hombre que camina”, que puede ser interpretada como esencia de una búsqueda constante de la plenitud vital y “Mujer grande”, entendida como una imagen de culto. Ambas son realmente llamativas.
Para Giacometti, la mirada es el elemento que dotaba de totalidad a la cabeza. Por eso, al trabajar en los bustos de su hermano Diego se centra en la cabeza y, especialmente, en la zona de los ojos. Sus cabezas se alejan de una representación clásica, rompen formas y proporciones, con el fin de inducir al observador a buscar la mirada, que es la mirada de la conciencia.
Por todo esto nos acordamos de la hermosa cabeza de Gaya Nuño esculpida por Pablo Serrano (Gaya a lo Giacometti) en 1961, de sus enormes ojos, tan despiertos como los de Picasso.
Acudimos después al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía por ver la extensa muestra sobre el pintor Salvador Dalí. “Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas”, que tanta cola de visitantes está trayendo en su entrada. Acaso atraídos por el reclamo del pintor espectáculo, tan admirado como controvertido. Inventor del método paranoico-crítico, que se utiliza a sí mismo como objeto de estudio, sobre todo bajo el prisma del psicoanálisis freudiano y que se hace eco además de los descubrimientos científicos de su época que le impulsan a expandir constantemente los límites de sus experiencias en relación con el espacio y el tiempo.
Un total de 11 secciones: Del vidrio de multiplicar a la putrefacción; Autorretrato; La miel más dulce que la sangre; Surrealismo; El Ángelus; El rostro de la guerra; Surrealismo después de 1936; América; La vida secreta; Escenarios y El enigma estético, donde exhibe su discurso en sus diferentes posibilidades creativas.
Un Dalí transgresor, innovador, teórico, y enigmático-matemático. Coincidente con Lorca y Buñuel en la Residencia de Estudiantes. Tan influido por los pintores renacentistas. Con la línea de Leonardo, la geometría de Rafael y la luz de Vermeer y su propia concepción poética, la belleza clásica sonríe de nuevo. Ese Dalí poliédrico, rediseñador del logotipo del Chupa Chups, que tuvo como primera modelo a su hermana Ana María (véase su “Muchacha en la ventana”) hasta que se enamoró de Gala para los restos. Precisamente, es su retrato de Gala lo que estimaba Gaya Nuño de lo mejor, ya que dentro del surrealismo español se interesaba más por Miró -pintor abstracto y simbolista, si acaso con algún detalle figurativo que marcaba la frontera- y por José Caballero, bonísimo, o Gregorio Prieto. Aunque reconocía que a Dalí –bien dotado y derrochador de sus dotes– acaparó más de la fama.
A Madrid, vale la pena ir y tornar una y otra vez; aunque solo sea por visitar el Museo del Prado, como siempre decía nuestro paisano Gaya Nuño. En este caso, especialmente, nos lo recomendaría, para contemplar la exposición temporal titulada “La belleza encerrada”. Un conjunto de 281 obras de las colecciones de nuestra principal pinacoteca, que tienen por común denominador “su pequeña dimensión y unas características especiales de riqueza técnica, preciosismo, refinamiento del color y detalles escondidos que invitan a la observación cercana de estos cuadros de gabinete, bocetos preparatorios, pequeños retratos esculturas y relieves”.
La mitad de tales obras no se han expuesto con regularidad en este Museo durante los últimos años por corresponder bien al Prado tenido por oculto o bien al Prado disperso. Son piezas acumuladas en el transcurso de los siglos. Se inicia a finales del XIV y principios del XV con el temple sobre tabla de “La Anunciación” de Fra Angélico y que culmina con la pintura de pequeño formato del siglo XIX o de la burguesía con óleos radiantes de luz de Mariano Fortuny como “Marroquíes”, “El jardín de la casa de Fortuny” o “Desnudo en la playa de Portici”.
Están dispuestas, con delicadeza y buen gusto, en un conjunto de 17 salas, invitando al espectador –tenido por un auténtico voyeur o mirón por el ojo de la cerradura– a reflexionar sobre el modo en que los pintores del norte y del sur entienden una misma iconografía, una misma visión totalizadora del arte europeo y de su significado desde la Edad Media y el Renacimiento, a través del Barroco, hasta el naturalismo que dará paso al siglo XX, tan cambalache.
Lleva su tiempo contemplar extasiado tanta belleza creada por la mano del hombre. Embelesados nos quedamos contemplando “La mesa de los pecados capitales” con escenas de la vida cotidiana dentro de la imaginería de un pintor tan genial como El Bosco, que se encuentra en la sala nº 3. O los óleos, tan llamativos, que sobre la serie de “Los Sentidos” (Vista, El Gusto, El Oído, El Tacto, El Olfato) elaboraron conjuntamente Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo para los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia y que se nos muestra en la sala nº 7.
José María Martínez Laseca
(13 de julio de 2013)

Para fiestas, las de San Juan

No soy chovinista, con aprecio excedido de lo propio y menoscabo de lo ajeno. Antes peco de modesto, pues si pongo en valor nuestro patrimonio inmaterial identitario es cuando me veo obligado a contrastarlo con aquél del que tanto presumen otros. Tratándose de fiestas populares, gusto de comparar orgulloso las nuestras sorianas de San Juan, con las pamplonicas de San Fermín. Ambas transforman con su magia la rutina del tiempo y del espacio. Alteran el orden establecido. Giran en torno a un común sentimiento: el toro.
Reconozco que los Sanfermines, eminentemente urbanos, nos ganan como multitudinaria concentración festiva, que rompe las costuras de una ciudad mayor, con miles de foráneos atraídos por su gran difusión mediática y la fama universal que sobre ellos proyectó Ernest Hemingway en sus crónicas. Del 6 al 14 de julio. Los definen sus encierros. Disparo de un madrugador cohete y 850 metros de emoción. Desde la cuesta de Santo Domingo, donde empiezan, hasta la plaza de Toros, en que acaban, pasando por la peligrosa curva de Estafeta y Mercaderes. Unos minutos apenas en los que 3.000 corredores ofician una ceremonia especial en la que la vida y la muerte se dan la mano, expuestos a la embestida de unas bestias de más de 600 kilos. Rito tan espectacular se repite cada día.
Las fiestas de Soria son bien distintas. Más ricas en un sentido antropológico. Combinan campo y ciudad. Su ritual con el toro-varón mojona el calendario Sanjuanero en una suerte de mística gastronómico-sexual. Se juega con 12 novillos que han de sacrificarse públicamente para comulgar de su cuerpo y su sangre (tajadas). A modo de afrodisíaco, ante el sabido encuentro con la hembra generadora de vida, en el fértil marco de la romería de Las Bailas. Multiplicando y dando continuidad a la tribu. Un ciclo perfecto. Aquí las cosas transcurren con más calma. El encierro de La Saca es de largo recorrido. Desde los corrales de Valonsadero a los del Coso de San Benito, con descanso en la Vega de San Millán. En dos fases: mañana y tarde. Con la vistosa estampa de los caballistas. ¿Peligro?, el de algún que otro toro perdido por el monte, que siempre prolonga el temor de lo incierto.
José María Martínez Laseca
(11 de julio de 2013)

martes, 9 de julio de 2013

Hay sirenas en el Duero

Querido diario: Hay sirenas en el Duero, me dijo mi buen amigo G. A. aquel día de verano. No me crees, añadió, al ver mi gesto de sorpresa, pero te juro que las he visto en la orilla del río, reunidas en pequeños grupos, tomando el sol y charlando entre ellas, aunque usando una jerga que me resultó ininteligible. Que nadie las haya notado antes se debe a su gran desconfianza hacia los humanos. Huyen de los temidos pescadores, que pretenden atraparlas con los afilados anzuelos de sus cañas, los que les infringen graves heridas al clavárseles en sus tiernas carnes. También de los curiosos que miran su desnudez de modo perverso, como símbolos sexuales, o cual meticulosos forenses, dada su rara anatomía. Si fuera por ellos irían directas al circo de primeras estrellas del espectáculo. Pero, al igual que la Virgen solo se aparece a niños y pastores, las sirenas no son visibles más que por los poetas.
Incrédulos te dirán que estos seres no existen, que son un mito. Cuentos de marineros de todo el mundo hablan de ellas. Mitologías como la griega o la vikinga. Capiteles románicos las retratan. Esas “doncellas marinas, que atraen a los navegantes por su hermosura y la belleza de su canto. Desde la cabeza hasta el ombligo tienen forma de mujer y tienen colas escamosas de peces, moviéndose en las profundidades...”. El cuaderno de bitácora de Cristóbal Colón las describe como criaturas de vientres pálidos y moteados torsos color oscuro y cola en forma de remo. Sirenas son.
Grasa aislante, poco pelo, membranas entre los dedos resultan adaptaciones humanas para la vida en el agua. Los árboles habían sido nuestra cuna, pero podríamos descender de un grupo de simios que un día se convirtió en mamíferos marinos. ¿Qué los llevó hacia el mar? La comida. El cerebro se desarrolló gracias al yodo y a los ácidos grasos que hay en los crustáceos y mariscos que allí se encontraban en abundancia. Hasta nuestra habilidad para caminar erguidos a dos pies responde a aquella adaptación. Cierto es que hemos explorado más la superficie de la luna que el fondo del mar. Si las sirenas -concluyó G. A.- han llegado hasta aquí es porque saben esconderse.
José María Martínez Laseca
(4 de julio de 2013)