lunes, 22 de julio de 2013

La plaza robada

Querido diario: nunca yo, Santero Mateo, el “Sante”, tuve claro que eso de poner una agencia de detectives en Soria fuera una buena idea. Si al fin me decidí fue porque las contrataciones por cuenta ajena estaban muy feas y yo era hombre inquieto que no gustaba de hacer cola en la oficina del paro, ya que el escaso trabajo que surgía siempre se reservaba para parientes y enchufados. Por eso, ingenuamente, me acogí a la Ley de Emprendedores del PP que prometía incentivar a cuantos se arriesgaran creando empleo como autónomos. Alguna subvención para local que nunca llegó. Por si acaso, me había instalado en la calle Estudios, en un tercer piso de un viejo edificio, sin ascensor, ya que en la vía principal del Collado el alquiler era prohibitivo, pese al declive del comercio tradicional. Una placa dorada en el acceso al portal indicaba “Satur & Sante. Detectives privados”. Gustaba de trabajar en equipo y por eso asocié a la empresa a Don Saturio, un prejubilado que se hizo querer como sargento de la policía municipal y que así complementaría su baja pensión.
Aquel jueves de mercado –mientras escuchaba el clip de Tawas “No te gustaría” con Juaninacka–, nos sorprendió la llegada de nuestro primer cliente. Una viejecita de buena presencia, sin duda una belleza cuando joven, que nos sorprendió al denunciar el robo de una plaza pública: la de Ramón y Cajal, en pleno centro de la ciudad. Ella era testigo presencial, puesto que vivía enfrente. Nuestro oficio consiste en descubrir la verdad. Alumbrar el lado oscuro de la realidad, algo así como la cara oculta de la luna. Por eso tras escuchar atentamente a aquella viejecita nos desplazamos al lugar del delito. “Debiera cuidarse mucho más la convivencia entre la ciudad normal y la historia”, dijo don Satur al pasar bajo el edificio respingón construido cual palafito sobre suelo de todos. Ya “in situ” pudimos comprobar que la plaza no era tal. “Antes había bancos donde te podías sentar”, nos había dicho la anciana. En efecto, ahora tan solo quedaba una terraza privatizada y mercantilizada. Un engaño sutil del Ayuntamiento. “La mejor forma de esconder algo es ponerlo delante de nuestros ojos”, exclamé.
José María Martínez Laseca
(18 de julio de 2013)

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