lunes, 29 de febrero de 2016

Concha, ya un siglo

El paso del tiempo nos ofrece algunas veces la coartada perfecta para el recordatorio de un aniversario redondo. Así, este año 2016 se cumplen los 100 años del nacimiento de la poeta Concha de Marco (María de la Concepción Gutiérrez de Marco, se llamaba). Nació en Soria, el día 23 de mayo de 1916, en el nº 15, 2ª planta, de la plaza de Herradores. Y lo digo porque saber es tener noticia de algo. Curiosamente, desde nuestra acreditada ingratitud, solemos abrir la boca más para despotricar que para reconocer u homenajear a un semejante. Y, en verdad, que méritos no le faltan a nuestra protagonista, a esta mujer que, con tenacidad y lucha,  se fue construyendo a sí misma, si bien su fuerte personalidad ha quedado eclipsada por ser compañera constante de un gran hombre, al que la vincularon férreamente las fuerzas del  destino y del amor. Cuando, en el año 2005, la Comisión de Arte y Música de la Real Academia de la Historia, constituida por José Manuel Pita Andrade y Alfonso Pérez Sánchez, propuso mi candidatura para elaborar la biografía de Juan Antonio Gaya Nuño, yo les sugerí hacer, también, la de Concha de Marco, lo que me aceptaron de inmediato. Por eso, ella  figura en una entrada del Diccionario Biográfico Español.
         Concha de Marco fue una de las escasas mujeres universitarias de su tiempo, debido a que su padre quiso educarla como si de un chico se tratara. Se licenció en Ciencias Naturales por la Universidad Central de Madrid en 1939, aunque poco tardó en derivarse al área de letras. Compartió con su compañero Juan Antonio el gusto por el Arte y se dedicó profesionalmente a traducir al español libros del francés y del inglés relativos a dicha materia y a la obra de conocidos pintores. Como narradora escribió algunos cuentos y, en el campo del ensayo, un interesantísimo libro titulado “La mujer española en el romanticismo”. Gustaba de la música, pero fue la poesía, sobre todo, su auténtico refugio frente a la intemperie de la vida. Su forma de compromiso y de resistencia. Publicó siete poemarios, donde además evoca su raíz identitaria. Su artículo “Las ciudades más bellas de España: Soria”, en “Blanco y Negro”, es un claro anticipo de su conocida Guía de la provincia. Lo cual es de agradecer. Con mucho menos, otros cuentan en la ciudad con una calle a su nombre.
José María Martínez Laseca
(25 de febrero de 2016)  

martes, 23 de febrero de 2016

Isidoro Sáenz

El escultor riojano Isidoro Sáenz, afincado aquí desde hace años, expone, en el Palacio de la Audiencia, hasta el próximo 15 de marzo, una interesante muestra de su producción con el reclamo de “Función y forma”. Es en hierro forjado. Valga decir que Isidoro fue aplicado aprendiz en la vieja Escuela de Artes y Oficios de Soria. Y es que la forja de hierro es una actividad tradicional, antiquísima, que el hombre ha venido practicando desde tiempo inmemorial. Pues son muchos los ritos, mitos y símbolos asociados a ese quehacer exótico de herreros y alquimistas, cuyos secretos se han transmitido de generación en generación a través de ritos iniciáticos, e ilustra los cambios de la actitud mágico-religiosa de los hombres del mundo preindustrial con respecto a la materia desde el preciso momento en que descubren su poder para cambiar el modo de ser de los minerales.
            Por consiguiente, Isidoro Sáenz –por vocación y práctica– ha crecido a maestro artesano domador del hierro.  A la manera del Hefaistos griego o el Vulcano romano se enfrenta a diario a este metal dúctil, maleable y magnético en su fragua de Oteruelos. Un sencillo fogón donde caldea el hierro al rojo vivo, después lo pone sobre el yunque y le da golpes con un martillo para empezar a moldearlo, a la vez que lo enfría con agua sucesivamente –así resiste el óxido y puede soldarse con facilidad– para ir fabricando herramientas y objetos. No conforme con ello, Sáenz se ha atrevido a soñar “castillos en el aire”, convirtiéndose así en herrero-escultor. Todo un artista. Da fe de ello su trayectoria con premios conseguidos, sus intervenciones y performances, sus colaboraciones y su obra pública.      
            Ahora, en esta exposición, Isidoro Sáenz presenta un buen número de piezas que, en su mayoría, son ideas y sueños forjados en hierro. Levitan por la sala tubulares y demás curvaturas que se cruzan, se separan y juntan, cosidas con remaches. Otras formas, erguidas, parecen transmitirnos sentimientos humanos. Hay una pescadilla que se muerde la cola. Un Quijote. Y hasta atletas de clavos y un árbol, reciclados. Y la luz traza sombras que agrandan su misterio. El espectador curioso no hará la vista gorda, ni sentirá el vacío, pues notará su asombro ante esta armoniosa expresión de la belleza hecha poesía metálica.
José María Martínez Laseca
(18 de marzo de 2016)

miércoles, 10 de febrero de 2016

Víctor F. Arnau y Lambea

Algunas veces a mí, cavilando sobre posibles asuntos a tratar en esta columna, se me enganchan, cual cerezas, unos temas a otros. Este es el caso que hoy aquí nos ocupa. El de la singular figura de Víctor Felipe Arnau y Lambea. El que, tan serio, desde su enmarcado retrato, vigilaba las pesquisas del profesor Juan Antonio Gómez Barrera mientras desempolvaba legajos en el archivo del I.E.S. “Antonio Machado” de Soria. El mismo que ha merecido reseñas biográficas de autores como Anastasio González, J. A. Pérez-Rioja, Enrique Berzal, etc. y que incluso figura en la Wikipedia en catalán. Al arrancar provisionalmente el Instituto de Soria, el 2 de noviembre de 1841, asumió su dirección Blas Ranz Yagüe, teniente cura de Castilfrío. Pero, Concepción Jimeno Martínez en su libro sobre “El Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Soria (1841-1874)” habla de Víctor Arnau, también director interino de 1846 a 1847, como uno de los profesores de mayor proyección, ya que llegó a ser una personalidad ilustre.
            Nació en Soria el 12 de abril de 1817. Hijo de Juan Faustino Arnau (de Soria) y de Rita Lambea. Sus abuelos: paternos Juan Arnau (de Francia) y Mª Cruz del Río (de Ágreda) y maternos Antonio Lambea (de la comarca de Tarazona) y Manuela Martínez (de San Pedro Manrique). Estudió filosofía y teología (1828-1833) en la Universidad de Osma y los grados de bachiller en filosofía y cánones en la de Valladolid (1836). Después, en 1839, se graduó en leyes en la de Madrid. Aquí, en 1846, se doctoró en Filosofía (Letras) y se licenció en Derecho Administrativo (1861). Si, entre mayo de 1846 y octubre de 1847 fue Catedrático interino de Ideología Moral y Religión en el Instituto de Soria, después sería Catedrático de las universidades de Granada (de Filosofía) y de Derecho Civil y Derecho Administrativo de Hacienda en la de Madrid. Entre 1857 y 1864 fue Rector de la Universidad de Barcelona. Diputado en Cortes por Almería (Sorbas) 1863 y por Soria (Ágreda) 1876 y 1879 y Senador (1884).
            Ocupó cargos: Jefe de Administración (1858) y Director General de Instrucción Pública (1863) y otros en el Ministerio de Gracia y Justicia y de Fomento. Fundó “El Correo de Soria”. Articulista de “Diario de Barcelona”; con varias obras publicadas. Murió en Madrid en 1892. Hoy lo recuerdo.
José María Martínez Laseca
(11 de febrero de 2016)              

El Instituto de las grandes esperanzas (y 2)

La Excma. Diputación Provincial de Soria, decidida impulsora del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de la Ciudad, da en recabar la ayuda y asesoramiento de la Real Sociedad Económica Numantina de Amigos del País, en aras a la consecución de tan noble objetivo. Ello por considerar a la Instrucción Pública de capital importancia por ser el primer origen de la prosperidad social de todo pueblo o nación.   
            Todavía, el 28 de septiembre se dio cuenta de un oficio de la Excma. Diputación de esta Provincia que a la letra decía: “Refundido el suprimido Colegio Universidad de esta capital en Instituto de 2ª Enseñanza por orden de la regencia del Reino de 11 de febrero último y paralizado en el Gobierno el expediente que para plantearlo dirigió la Diputación en el mes de julio próximo pasado, con el objeto de que no se retrase en la Provincia la Instrucción y enseñanza pública ha acordado su apertura provisional sobre las bases que ha creído oportunas y hecho presente al gobierno, y siendo una de ellas la creación de una Junta Directiva del referido Instituto para que se ocupe de reglamentarlo y llenar las demás atribuciones que le están señaladas en el art. 6º del nuevo proyecto, debiendo ser Individuo de ella uno de los del seno de esa corporación lo comunico a V. S. a fin de que se sirva realizar dicho nombramiento y avisarle de la persona en cuyo favor recayese para su gobierno, efectos oportunos, e instrucción del expediente.” Resultó nombrado el Sr. Julián Celorrio.
            Por fin, el 2 de noviembre se leyó otro de la Diputación Provincial anunciando la apertura del Instituto de 2ª Enseñanza y excitando a la Sociedad a la asistencia del acto de inauguración. La Sociedad acordó nombrar a dicho fin una comisión y para ello lo fueron los Sres. Arnau, Don Víctor; Capdet y Carrascosa.
            Y así fue como el Instituto de Segunda Enseñanza de Soria, creado de manera provisional por Real Orden de 11 de febrero de 1841, abrió su matrícula para el curso de 1841 a 1842 el día primero de octubre y empezó a impartir sus clases el 2 de noviembre. Esa provisionalidad se prolongaría durante los dos primeros cursos, hasta 1943. Fue la Diputación Provincial quien nombró como Director provisional del Instituto a don Blas Ranz Yagüe, “teniente cura” de Castilfrío, así como a sus profesores. Respecto a los alumnos, aunque la previsión inicial era de 80, en el curso 1841-1842 tan solo se matricularon 44, ascendiendo en el siguiente de 1842-1843 hasta los 53. Después, tras el paréntesis de dos años de cierre, vendrían de nuevo las dificultades en cuanto a la dotación de recursos para su sostenimiento y reorganización (1845-1857). Pero esa es otra historia muy bien contada por Concepción Jimeno Martínez en su libro: El Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Soria (1841-1874).
            Como entonces se dijo: “preparar al hombre en su primer edad para que llegue al apoyo de lo que un día debe ser en su posición social, es el fin y objeto del instituto público que vamos a levantar. En él pues, debemos comprender todos aquellos estudios elementales, que contribuyan a su logro defendiendo las luces en todas las clases y que al propio tiempo sirvan de vehículo para adquirir conocimientos científicos más profundos a los que se destinan al ejercicio de profesiones literarias...”.
            Y es que hubo un tiempo en que los gobernantes sabían y tenían conciencia clara de que la educación, sobre todo la pública, debía ser la auténtica bandera de sus países. Tal lo entendió Jovellanos, ya a finales del siglo XVIII, al afirmar: "Es la instrucción pública el primer origen de la prosperidad social. Sin duda. Esta es una verdad no bien reconocida todavía, o por lo menos no bien apreciada; pero es una verdad. La razón y la experiencia hablan de su apoyo. Las fuentes de la prosperidad social son muchas; pero todas nacen de un mismo origen, y este es la instrucción pública. Ella es la que las descubrió y a ella todas están subordinadas. La instrucción remueve los obstáculos que pueden obstruir o extraviar sus aguas. …Abrir todos sus senos, aumentarle, conservarle es el primer objeto de la solicitud de un buen gobierno, es el mejor camino para llegar a la prosperidad".
            Me estoy refiriendo, pues, a la importante trascendencia de aquel hermoso sueño que, en Soria, hace 175 años, pudo hacerse cumplida realidad como Instituto Provincial de Segunda Enseñanza (ahora I.E.S. “Antonio Machado”): ¡el Instituto de las grandes esperanzas!
José María Martínez Laseca ha sido alumno y profesor del I.E:S: "Antonio Machado" de Soria
(11 de febrero de 2016) 

El Instituto de las grandes esperanzas (1)

En esta primera entrega, el autor, y promotor a su vez de la concesión de la medalla de oro de la Ciudad por parte del Excmo. Ayuntamiento de Soria al I.E.S. Antonio Machado, con motivo de cumplir 175 años de existencia, nos introduce en el contexto histórico político y social de la provincia, justo en aquellos momentos en que el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza va a abrir sus puertas a los estudiantes sorianos.
            En la cuarta década del siglo XIX, Soria ya no era todo lo grandiosa que fue otrora con el auge de La Mesta. La provincia que, a propuesta (febrero 1922) del catedrático Pelayo Artigas, aspiró a llamarse Numancia. Aquella gran Soria cuyas tierras mediaban entre el Ebro por el norte y el Tajo por el sur. Muy por el contrario, ahora había reducido su superficie en 4.000 km2, al trazar Javier de Burgos (decreto de 30-11-1833) la división territorial al modo de los departamentos franceses. Su riqueza ganadera se veía menguada, su agricultura seguía encasillada en su rutina patriarcal, su industria era escasa y prácticamente nulo su comercio. Algo de honor (al ser este patrimonio del alma) quedaba, ya que, desde las páginas en pañales del periódico “El Numantino”, se invocaba a los héroes celtíberos de Teógenes y Megara. Pero, las condiciones para sobrevivir al medio eran difíciles, realmente duras. Los hijos de agricultores y jornaleros comenzaban muy pronto a trabajar, incluso antes de los 12 años, lo que los alejaba de la escuela.
            A los esfuerzos de la Diputación Provincial se sumaban los del Ayuntamiento y la Real Sociedad Económica Numantina de Amigos del País, con su lema “el ocioso para nadie es provechoso”, en un intento renovador de arriba a abajo. Ya entonces se consideraba a Soria “aislada”. Así que en obras públicas se costeó el estudio de la carretera Soria-Logroño por los puertos, se presionó porque se construyera el camino Madrd-Sigüenza-Soria-Logroño y el de Ágreda a Langa. También se valoraba el establecimiento de una Caja de Ahorros, la reforma del Teatro de la Ciudad o establecer la Sociedad de Socorros Mutuos contra apedreos, incentivándose el espíritu asociativo. Había que luchar contra la adversidad, generar buenas defensas frente a esos cinco demonios: miseria, enfermedad, pobreza, inactividad e ignorancia, que acosaban a las clases populares.       
            Así las cosas, los liberales progresistas vieron en el fomento de la instrucción pública la mejor manera de crear un capital humano para una mejor inserción de los jóvenes en el sistema productivo y de atraerse, a la vez, a los grupos populares hacia su causa. Empero, había, por desgracia, algunos padres tan indolentes que no cuidaban de enviar sus hijos a las escuelas primarias. Para remediar este mal, la Real Sociedad Económica Numantina de Amigos del País nombró comisarios que los excitasen a que aprovecharan el gran beneficio de la educación puesto que se les ofrecía gratis, y “por ser esta la dote más preciosa que podían dar a sus hijos”, los cuales saliendo bien instruidos en las materias de 1ª enseñanza y en los buenos principios de la moral cristiana serían a su tiempo ciudadanos útiles a sus familias y al Estado.
            Es en este contexto, como consecuencia de la revolución de 1840 que derrocó a María Cristina, madre de la reina Isabel II (aún menor de edad), cuando llegó la regencia de Espartero. Y en el afán de hacer de la necesidad virtud se dieron las condiciones para que la ciudad de Soria aspirase a tener su único Instituto de carácter provincial. A tal fin -y para desactivar la poderosa influencia de la iglesia- se acometió el desmantelamiento y traslado de la Universidad de Santa Catalina desde El Burgo de Osma a la capital.
            A través de las actas de la Real Sociedad Económica Numantina de Amigos del País conocemos una parte del proceso seguido.  Ya el 27 de febrero de 1841 se lee en su seno un oficio de la Diputación Provincial, en relación con la R. O. de 11 de febrero que decretaba el establecimiento en la Ciudad de Soria de un Instituto de 2ª Enseñanza, por el que le pedía la informase de los recursos que pudieran arbitrarse con más facilidad para el sostenimiento del centro en cuestión. El 16 de marzo se crea una Comisión, integrada por el Jefe Político Miguel Antonio Camacho, Julián Celorrio y Eustaquio García, encargada de formar el expediente para plantear dicho Instituto público con inclusión de las bases orgánicas que le han de servir para la ley de la misma enseñanza. El 17 de marzo se presentaron los proyectos de los institutos de 2ª enseñanza de Tudela, Rioja y Santander, que se pasaron a la comisión especial encargada de formular su proyecto para el que debe establecerse en esta provincia. También en sesiones de 21 de abril y 5 de mayo se continuó con la discusión del informe sobre el Instituto de 2ª enseñanza.
José María Martínez Laseca ha sido alumno y profesor del I.E.S. "Antonio Machado" de Soria
(10 de febrero de 2016)

jueves, 4 de febrero de 2016

Mujeres de Roma

Un total de 178 piezas de primer orden, provinentes del parisino Museo del Louvre, conforman esta interesantísima exposición que, bajo el reclamo de “Mujeres de Roma. Seductoras, maternales, excesivas” todavía, hasta el 14 de febrero, puede disfrutarse en Caixa Forum de Madrid. Enfoca sobre todo aquello que resultaba más próximo a las mujeres romanas: la decoración doméstica que las rodeaba y los objetos que las acompañaban en su vida cotidiana. Frente a otras sociedades antiguas, en la de Roma las mujeres comenzaron a cobrar un papel destacado. Esta evolución en su condición se hace perceptible en las costumbres, pero también en la mentalidad, la representación y en la decoración familiar, lo que genera una contradicción entre una imagen tradicional de tipo aristocrático y la realidad de una sociedad en la que la mujer empieza a emanciparse y en la que sus logros le permiten superar su rol ancestral subalterno de madre y esposa. Bien es cierto que era, al mismo tiempo, objeto de amor y de temor, de deseo y de desprecio. Ya fuese una respetable matrona o una prostituta, una sacerdotisa o una emperatriz, era considerada inferior según las leyes y permanecía siempre como una menor, es decir, jurídicamente igual a los niños. Dependía en primer lugar de la autoridad de su padre y, si contraía matrimonio, de la de su esposo. Curioso, la palabra virtud (virtus) deriva etimológicamente de la palabra vir, que significa hombre.
No obstante, el estatuto de cierto privilegio de la mujer en Roma se traduce aquí en diversas representaciones suyas bajo el prisma de la mitología y la religión y la vía materna, así como en alegorías de la seducción y del exceso. Tal se advierte en esas plasmaciones en los muros, en la decoración de terracota o en la pintura, las joyas, la pequeña estatuaria y los objetos familiares. Su presencia atestigua una nueva sensibilidad, muy alejada de la moral tradicional que las condenaba a moverse en la esfera privada. Y encarna principios positivos como la fertilidad, la prosperidad, la creación o el poder del destino. El sentir femenino aparece más rico que el masculino y, en una sociedad más individualista, las relaciones entre hombres y mujeres se conciben como intercambios equitativos en los que se comparten deseos y poder.    
José María Martínez Laseca
(4 de febrero de 2016)