sábado, 30 de mayo de 2020

La fiesta del desconfinamiento


Es evidente que el coronavirus o Covid-19 ha venido de improviso y que todavía nadie, a lo que se ve, sabe muy bien como ha sido. Aunque pistas y sospechas haberlas haylas.  Demostrada resulta, a todas luces, su excesiva capacidad de contagio con un crecimiento de carácter exponencial, convirtiéndose, dada su rápida expansión internacional, de epidemia en pandemia. Y su letalidad está resultando brutal. Como ocurre en nuestro país. Porque, a pesar de tanto baile de cifras, según las últimas estadísticas, Sanidad registra un total de 27.119 muertos. Toda una tremenda desgracia, que ha afectado a miles de familias españolas, las cuales añaden, al dolor  producido por  la pérdida de sus seres queridos, la impotencia de no poder enfrentar el necesario duelo de su despedida. De ahí su apelativo como enfermedad de la soledad. Con todo ello, una vez más, se comprueba que la realidad supera a la ficción.
            Para contrarrestar sus efectos infecciosos se adoptó una medida excepcional como es el estado de alarma, todavía vigente, que restringe nuestra capacidad de movimientos. En consecuencia,  y como medida preventiva para evitar el colapso del sistema sanitario, todos los ciudadanos de este país hemos pasado muchas horas metidos en nuestros hogares, confinados. El miedo a contagiarnos facilitó, sin duda, el acatamiento de tan drástica medida. ¡Quédate en casa! era el estribillo repetido. Acaso, porque también lo más fácil fuera obedecer. Después, con el fin de aliviar esa situación, se procedió a la denominada desescalada con sus cuatro fases, de la cero a la tres. Marcándose franjas horarias para la salida a la calle de los distintos colectivos. Eso implicaba una asunción de responsabilidades tanto individuales como colectivas. ¡Cuídate, cuídanos!
 Pero, ya, desde ese mismo momento de arranque de la fase cero, el pasado 4 de mayo, fueron muchos los que se echaron a la calle, saltándose las franjas horarias establecidas. Incluso ahora mismo, en la fase uno,  con la obligación del uso de las mascarillas estamos viendo como hay quienes, tras su  uso, las arrojan en espacios públicos en lugar de en los contenedores. Unos irresponsables a los que hemos denominado covidiotas. Listillos de siempre que se creen por encima del bien y del mal. Los expertos alertan del riesgo de una nueva oleada si se multiplican los contactos y no se respeta la distancia social. “Nos abrazamos y da lo mismo, porque el coronavirus solo afecta a los ancianos” oí que declaraban varios jóvenes en Milán (Italia).
Fanáticos de la movida, también aquí, están celebrando anticipadamente la fiesta de la desescalada. Como auténticos novios de la muerte. Van a lo suyo, sin pensar en los demás. El fin del confinamiento no implicará que ya no haya virus. Esto no ha sido una broma. De ahí la llamada a la prudencia y al sentido común hecha por los mismos sanitarios tan aplaudidos. Porque el coronavirus continuará entre nosotros y tenemos que evitar riesgos de contagios masivos. Pasaremos sí a una nueva normalidad, ya que no será igual que la vieja normalidad tan añorada. De esta pandemia habremos aprendido cosas que se quedarán entre nosotros como hábitos durante mucho tiempo.
Está visto que nadie escarmienta en cabeza ajena. Decían que de esta íbamos a salir más solidarios y,  sin embargo, todo parece indicar que acabaremos más solitarios (y egoístas) que antes.
José María Martínez Laseca
(29 de mayo de 2020)

Juan Genovés


En este tiempo tan extraño de distopía que nos ha tocado vivir por el impacto del coronavirus, yo, un tanto harto de dimes y diretes hueros, quiero hablaros de él. Del hombre que tenía por apellido un gentilicio italiano, con resonancias del  mar  Mediterráneo. Por sus firmes convicciones. Puesto que murió el pasado 15 de mayo, a punto de cumplir los 90 años. Pudo haber sido el futbolista que soñaba de pequeño. O tal vez quien sabe que otra cosa de no haberse bajado a tiempo de aquel tren que lo llevaba a Rusia. Pero, en ese caprichoso girar de la noria del destino, acabó siendo pintor.
Y, aunque fue alumno de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, su creativa vocación ya se vislumbraba cuando, con tan solo 11 años, repartía carbón, y con su negro tizne dibujaba sobre las paredes enjalbegadas. Hijo de carbonero, había nacido en Valencia el 31 de mayo de 1930, dentro de una familia de artesanos. De niño, conoció la España cainita en blanco y negro de la guerra civil con su dura posguerra de hambruna y represión. Y mucho miedo, porque su padre era del bando de los perdedores. No es de extrañar que confesara: el motor de mi vida ha sido el miedo, ha sido una actitud frente al miedo siempre. Y el miedo a un régimen absurdo y ridículo, pero que, en cualquier momento, te podía quitar del mapa.
            Pronto se rebeló en contra del conformismo provinciano y se trasladó a Madrid, donde formo parte de grupos como Los Siete (1949) o Parpallós (1956) que pretendía actualizar el arte. Un año después viajó por Francia, Bélgica y Países Bajos. La pintura de entonces reflejaba una agresión contra el ruido visual en un informalismo dinámico. Cuando, en 1960, expone en Madrid con el grupo Hondo, muestra obras de carácter expresionista y provocador, con un incipiente neofigurativismo, a la vez que evidenciaba su interés por los temas sociales. A partir de ahí, su temática refleja los problemas de la humanidad actual y la fragilidad del ser humano a través de multitud de personajes solitarios y asustados. Lógica consecuencia de su compromiso político por la recuperación de las libertades durante la dictadura de Franco.
            Fuera de España, llegó a exponer en el Moma y en el Guggenheim de Nueva York, Japón, Ciudad del Cabo, Berlín, París, Londres, Bruselas, Chile o México, entre otros. Y son muchos los museos del mundo que exhiben sus lienzos.  Asimismo, a lo largo de su vida recibió premios y galardones como la Mención de Honor de la XXXIII Bienal de Venecia (1966), la Medalla de Oro de la VI Internacional de San Marino (1967), el Premio Marzotto Internacional (1968), el Premio Nacional de Artes Plásticas de España (1984), el Premio de las Artes Plásticas de la Generalitat Valenciana (2002) y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes del Ministerio de Cultura (2005). Toda una trayectoria artística que lo consolida como uno de los referentes del arte contemporáneo español. Como notario inconfundible.
Su cuadro “El abrazo” se ha convertido en símbolo de la Transición española a la democracia. Si bien, inicialmente, en aquel 1976, no reclamaba la reconciliación sino la amnistía de los presos políticos. Por encargo de la Junta Democrática, se imprimió como cartel reivindicativo, que los progresistas lucían en sus casas. Quienes allí se abrazan, de espaldas al espectador, no son otros que los presos que salían de la cárcel. Y tan solo la única mujer, del lado derecho, con sus brazos abiertos, es la que sugiere ese abrazo sincero. Su recuperación, de las manos de un coleccionista norteamericano, supuso toda una odisea, y, tras pasar por el Museo Nacional de Arte Reina Sofía, desde 2016 lo ostenta el Congreso de los Diputados. 
Previamente, en el 2002, Juan Genovés convirtió dicho cartel -que popularizó Amnistía Internacional- en la escultura de la plaza Antón Martín de Madrid. Para que no se olvidara la vil matanza de los cinco abogados laboralistas de Atocha en la noche del 24 de enero de 1977, cometida por pistoleros de la extrema derecha en un despacho próximo.  “Los que luchamos en la resistencia teníamos una idea fija, la reconciliación de los españoles. Ese cuadro pertenece a toda la gente que lo hizo suyo por medio de ese cartel”, sentenció el artista. 
Por eso, aquí y ahora, yo vuelvo a reclamar dicho icono. Para que los partidos políticos se comporten con responsabilidad ante esta calamitosa epidemia del coronavirus.  Puesto que muchas personas, familias y empresas lo están pasando mal. Y necesidad de supervivencia obliga a un nuevo pacto para la reconstrucción económica y social. Que garantice esa futura y diferente realidad de nuestras vidas cotidianas.
José María Martínez Laseca
(21 de mayo de 2020)


jueves, 14 de mayo de 2020

La danza de la curación


La exposición del afamado fotógrafo sociodocumental y fotorreportero brasileño Sebastião Salgado, patrocinada por Caixa-Forum, se inauguró en la capital de Soria el martes  del 25 de febrero pasado. Bajo el sugestivo título de “Génesis” (origen, principio), recogía en su montaje al aire libre, en la céntrica plaza Mariano Granados, un total de 38 fotografías que nos acercaban a una hermosa naturaleza salvaje. Todo un trabajo épico y fascinante, resultado directo de los 32 viajes que realizó Salgado a diferentes lugares que persisten todavía vírgenes en nuestro planeta. Por eso adquiere, también, connotaciones bíblicas. Su clausura estaba prevista para el pasado 21 de marzo, pero la declaración del estado de alarma, a causa del tan imprevisto coronavirus, implantado el 15 de marzo, y que sigue aún vigente, prohibiendo el libre movimiento a los ciudadanos en todo el territorio nacional, ha propiciado que la muestra permaneciera allí instalada. Y ha podido seguir siendo contemplada por los ojos de los curiosos espectadores.  
De hecho, yo he vuelto a verla de nuevo, en la mañana temprana de este mismo jueves en que la han desmontado. Con el alivio al desconfinamiento, en el que hemos permanecido de anacoretas en nuestras casas durante casi dos largos meses. De igual modo al que ya anticipara nuestro patrón San Saturio en su cueva. Y me ha llamado la atención especialmente una de las fotografías que recoge a una tribu de los sanes reunida en círculo, dentro de un claro del bosque, junto a su cabaña semiesférica construida con ramajes. En la leyenda que la acompañaba podía leerse: “La danza de la curación o el trance es el rito místico más importante de los sanes. Mientras las mujeres cantan y dan palmas al unísono, los hombres bailan en círculos a su alrededor. El delirio del trance, según creen algunos sanes, señala la entrada en el mundo de los espíritus. Botswana, 2008”.
 Y la he asociado de inmediato con la denominada desescalada hacia esa tierra prometida o nueva normalidad en que viviremos nuestras vidas. Un proceso o danza de reconstrucción de nuestros hábitos cotidianos para incorporarnos al mundo exterior de las relaciones laborales, culturales, sociales, etc. Bien sabemos que está  programada en cuatro fases sucesivas (0, 1, 2 y 3) para poner a España en marcha protegiendo la salud de los españoles y evitando posibles regresiones que pudieran volver a poner en jaque a nuestro sistema sanitario.
Solo que aquí el ritmo o compás marcado para el conjunto del país se ha roto desde el mismo momento en que algunas de sus 17 Comunidades Autónomas han emprendido la carrera a su aire para apuntarse el tanto de ser las primeras en llegar a la meta. No es este el caso de la nuestra de Castilla y León, ya que su Consejera de Sanidad, en lugar de hacerlo por provincias, lo está aplicando por zonas básicas de salud, quedando con ello hasta la fecha excluidas de pasar a la fase 1 las nueve capitales de provincia. ¿Exceso de prudencia? La patronal se desespera, alegando que nuestras empresas están en desventaja, puesto que nos quedamos atrás frente a los competidores circundantes. Mientras que los trabajadores exigen las debidas garantías de protección.
            El infeccioso y letal coronavirus sigue campando a sus anchas, sin fármaco ni vacuna que lo detenga por ahora. No obstante, abundan por todas partes esos falsos profetas llenos de certezas, a pesar de no tener los conocimientos pertinentes. Y es que quienes parten de ideas preconcebidas van buscando siempre la información que les interesa.
Esperemos, pues, que, a pesar de los covidiotas que nunca escasean, el ritual de la desescalada nos conduzca a la nueva realidad, cruda y dura sin duda, pero evitando desandar lo hasta aquí andado. Como si se tratase de la misma danza de la curación de los sanes.
José María Martínez Laseca
(13 de mayo de 2020)

miércoles, 6 de mayo de 2020

Donde digo Soria y Diego


Mucho me sorprendió a mí –y otro tanto creo sorprenderá a mis lectores– saber que Gerardo Diego, cuando vino a Soria, el miércoles 21de abril de 1920, hace ahora cien años, a  tomar posesión de la Cátedra de Literatura, recién conseguida por oposición, en su Instituto General y Técnico (actual IES “Antonio Machado”), ya se traía la lección  bien aprendida del sitio al que llegaba. Y ello era así, no por su supuesto conocimiento de los grandes embajadores que la habían trascendido en sus escritos, al ser especialista en la materia: “Poetas andaluces / que soñasteis en Soria un sueño dilatado: / tú Bécquer, y tú Antonio, buen Antonio Machado”; sino que respondía a razones de otro tipo, como aquí vamos a ver.
            Gerardo Diego Cendoya, séptimo hijo del matrimonio formado por Manuel Diego Barquín y Ángela Cendoya Uría, había nacido en Santander, su cuna y su palabra, el 3 de octubre de 1896. En dicha capital de Cantabria asistió a la primera escuela y en su Instituto cursó el bachillerato (1906-1912), pasando luego a la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Deusto, donde realizó tres cursos. De cuarto se examinó en Madrid, obteniendo sobresaliente al licenciarse, en 1916, en la Universidad Central. Después, en octubre, inició el doctorado.
Con el avance de sus estudios de letras fue creciendo su vocación literaria. Su arranque poético data de 1918. Hasta el punto de que en su ciudad natal ya era reconocido como “poeta, crítico y literato de vasta cultura”. De ahí que, firmado su nombramiento como nuevo Catedrático el 9 de abril de 1920, al enterarse sus amigos de la “peña” del Ateneo de Santander, lo festejaron, el inmediato jueves 15, con un banquete en el restaurante Royalty. Aquí, Gerardo Diego, como recoge, en primera del día siguiente, el periódico local “La Atalaya”, les recitó su emotivo poema “Brindis”, a la postre incluido en “Versos humanos” (1925). Por lo que nos toca, entresaco estos versos: “Amigos: / dentro de unos días me veré rodeado de chicos, / de chicos torpes y listos, / y dóciles y ariscos, / a muchas leguas de este Santander mío / en un pueblo antiguo, / tranquilo / y frío”.
Esto último no es baladí. Lo dice Gerardo Diego con conocimiento de causa, sin tan siquiera haber pisado todavía Soria. ¿Cómo es posible? He ahí la cuestión. En la acaso última visita que nos hizo el  poeta “anhelante arquitecto de colmena”, el sábado 16 octubre de 1981, para impartir su conferencia “Soria sucesora” en la Casa de cultura, nos reveló el secreto a cuantos allí acudimos a escucharle. Yo aún conservo la grabación que hice registrando su voz. La clave radica en el soneto de la penúltima página de su poemario “Soria Sucedida” titulado “Celestino”. Copio su primer cuarteto: “INOCENTE, aquiescente, guía, asceta, / flor de credulidad, mi Celestino / me asalto antes que ella en el camino. / Qué bien me la pintó. Fue su profeta”.
El retratado  no es otro que “Celestino García Verde (1893-1938), de la queridísima familia con la que yo aprendí Soria antes de haber venido”. Fue su gran confesión. Aunque Celestino nació en Bilbao, su padre Hermenegildo García Sanz era natural de El Royo (Soria), y veraneaba con sus hijos en Soria y Derroñadas. La residencia familiar de Madrid la tenían en el nº 5 de la Calle Felipe IV. “Y allí –nos contó Gerardo Diego– tocábamos el piano con una hermana de los García Verde, o hablábamos de los conciertos y de las exposiciones. Íbamos al Museo del Prado que lo teníamos a los pies y lo pasábamos estupendamente”.
Constatado queda como antes de venir a Soria hubo un antes. Esa suerte de prehistoria o anticipo que he relatado. Fruto de la amistad. Una vez llegó a Soria Gerardo Diego también supo integrarse en el grupo de otros inolvidables amigos. Aquellos que constituían la más avanzada intelectualidad soriana de la época. Gracias a ellos germinó aquel primer librito no venal de 1923, “Galería de estampas y efusiones”, publicado en Valladolid, que les dedicó. Y que se engrandeció con “Soria”, editado en Santander en 1948, para culminar con el definitivo “Soria Sucedida”, impreso en Barcelona en 1977. Soria, se había convertido así en su novia poética cortejada de continuo.  
            A ese prolongado enamoramiento pasional, pues, debemos tan bello loor de Gerardo Diego a Soria, la histórica ciudad del alto Duero.
José María Martínez Laseca
(6 de mayo de 2020)

Hacia la tan ansiada desescalada


¿Cuándo y cómo saldremos de esta? son las dos pregunta que todos nos hacemos ante la que nos está cayendo encima con la dichosa crisis del coronavirus o Covid-19. En su triple impacto: sanitario, económico y social. ¿Quién nos iba a decir, hace apenas dos meses, que un bichito invisible iba a sacarnos de nuestra área de confort y libre albedrío para confinarnos en nuestras casas y obligarnos a ser cosmopolitas domésticos? A través de las pantallas. Sin poder interactuar con nuestros cuerpos. Ni intercambiar palabras en la plaza pública como la mejor afirmación política (polis = ciudad) de civismo. El poeta Ángel González escribió: “Habrá palabras nuevas para la nueva historia / y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde”.
Leo que el coronavirus también ha infectado la lengua. Su uso, el habla, sigue siendo uno de nuestros principales recursos vitales, y, por ende, todavía gratis. Por ello, acaso, buscando esas palabras que nos salven, consultamos el diccionario de la RAE para entender las acepciones de términos como: “pandemia”, “resiliencia”, “triaje”, “morgue”, “cuarentena”, “desescalada” o “desconfinamiento” y “nueva normalidad”, entre otras. Y saber a qué atenerse. Dado que la salud, además de física, es también mental y psicológica.
De actualidad, sin duda, es la palabra desescalar, que, según el Diccionario de uso del español de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, quiere decir: disminuir la extensión, intensidad o magnitud de algo. En este caso de la enfermedad del coronavirus. Recién, el Gobierno de España ha presentado un plan de desescalada en cuatro fases, que comprende un período entre seis y ocho semanas, hasta junio. Coincide con los de otros países en ser gradual, por territorios y en que se irá revisando por si se produjera algún retroceso. La oposición ha salido despotricando contra el mismo, antes lo hacía diciendo que el Gobierno no tenía ningún plan. Ahora quejándose de que no se ha contado con ellos. ¿De qué tratan entonces en sus videoconferencias los presidentes autonómicos con Pedro Sánchez y los consejeros con el Ministro de Sanidad? Cargan todos los muertos al Gobierno central, olvidando que es suya la nefasta gestión de las residencias de mayores, donde más víctimas se han producido, y suyas son las competencias en sanidad, donde han mermado a la pública favoreciendo el negocio de la privada.
El Gobierno, sin tener la varita mágica, frente a la ansiedad de algunos, como los “covidiotas” que, frente al sacrificio de la mayoría, solo piensan en su yo, está aplicando el arte de prudencia para no correr un riesgo superior a aquel que se pueda evitar. Además, en plena lucha contra la pandemia, ya anticipó la necesidad de un plan de reconstrucción. Los denominados nuevos pactos de La Moncloa. Buscando el consenso de todas las fuerzas políticas y agentes sociales para mejor despegar del parón que se ha producido en nuestra actividad económica, a lo que cabe añadir el importante gasto para que las familias, las empresas y autónomos puedan sobreponerse a la crisis. La peor desde nuestra guerra civil en sus dimensiones. Y que requerirá de la solidaridad de la Unión Europea a la que pertenecemos. A ver qué ocurre en la Comisión especial del Congreso de los Diputados en que ha derivado. Es la prueba del algodón para saber si es verdadero el patriotismo que algunos tanto invocan o si en realidad lo único que les interesa es el cuanto peor mejor, para así obtener sus réditos electorales.
            Demostrado está que no existe ningún “partido angelical”, como ya advirtió G. A. Bécquer. Y por eso es más importante que nunca disponer de una información veraz para saber discernir lo que es relevante de lo qué no lo es. Máxime, ante los rumores y bulos interesados que tanto  abundan hoy en día. 
No nos engañemos. Este coronavirus ha venido para quedarse. Aquí no se ha abierto un paréntesis que se cierra a la vuelta de la esquina. Ni con el hallazgo de la vacuna u otro remedio terapéutico. Tardará mucho tiempo en llegar, si es que llega, la vieja rutina. Aquella que apenas apreciábamos en toda su valía y que, ahora conscientes de que la hemos perdido, miramos con nostalgia. ¿Qué nos va a pasar? ¿Qué va a ser de nuestras vidas? No hay certezas. Empero, no cabe duda de que van a cambiar muchas cosas y nos tendremos que volver a readaptar a un nuevo tiempo. El de la nueva normalidad.
José María Martínez Laseca
(1 de mayo de 2020)