miércoles, 6 de mayo de 2020

Donde digo Soria y Diego


Mucho me sorprendió a mí –y otro tanto creo sorprenderá a mis lectores– saber que Gerardo Diego, cuando vino a Soria, el miércoles 21de abril de 1920, hace ahora cien años, a  tomar posesión de la Cátedra de Literatura, recién conseguida por oposición, en su Instituto General y Técnico (actual IES “Antonio Machado”), ya se traía la lección  bien aprendida del sitio al que llegaba. Y ello era así, no por su supuesto conocimiento de los grandes embajadores que la habían trascendido en sus escritos, al ser especialista en la materia: “Poetas andaluces / que soñasteis en Soria un sueño dilatado: / tú Bécquer, y tú Antonio, buen Antonio Machado”; sino que respondía a razones de otro tipo, como aquí vamos a ver.
            Gerardo Diego Cendoya, séptimo hijo del matrimonio formado por Manuel Diego Barquín y Ángela Cendoya Uría, había nacido en Santander, su cuna y su palabra, el 3 de octubre de 1896. En dicha capital de Cantabria asistió a la primera escuela y en su Instituto cursó el bachillerato (1906-1912), pasando luego a la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Deusto, donde realizó tres cursos. De cuarto se examinó en Madrid, obteniendo sobresaliente al licenciarse, en 1916, en la Universidad Central. Después, en octubre, inició el doctorado.
Con el avance de sus estudios de letras fue creciendo su vocación literaria. Su arranque poético data de 1918. Hasta el punto de que en su ciudad natal ya era reconocido como “poeta, crítico y literato de vasta cultura”. De ahí que, firmado su nombramiento como nuevo Catedrático el 9 de abril de 1920, al enterarse sus amigos de la “peña” del Ateneo de Santander, lo festejaron, el inmediato jueves 15, con un banquete en el restaurante Royalty. Aquí, Gerardo Diego, como recoge, en primera del día siguiente, el periódico local “La Atalaya”, les recitó su emotivo poema “Brindis”, a la postre incluido en “Versos humanos” (1925). Por lo que nos toca, entresaco estos versos: “Amigos: / dentro de unos días me veré rodeado de chicos, / de chicos torpes y listos, / y dóciles y ariscos, / a muchas leguas de este Santander mío / en un pueblo antiguo, / tranquilo / y frío”.
Esto último no es baladí. Lo dice Gerardo Diego con conocimiento de causa, sin tan siquiera haber pisado todavía Soria. ¿Cómo es posible? He ahí la cuestión. En la acaso última visita que nos hizo el  poeta “anhelante arquitecto de colmena”, el sábado 16 octubre de 1981, para impartir su conferencia “Soria sucesora” en la Casa de cultura, nos reveló el secreto a cuantos allí acudimos a escucharle. Yo aún conservo la grabación que hice registrando su voz. La clave radica en el soneto de la penúltima página de su poemario “Soria Sucedida” titulado “Celestino”. Copio su primer cuarteto: “INOCENTE, aquiescente, guía, asceta, / flor de credulidad, mi Celestino / me asalto antes que ella en el camino. / Qué bien me la pintó. Fue su profeta”.
El retratado  no es otro que “Celestino García Verde (1893-1938), de la queridísima familia con la que yo aprendí Soria antes de haber venido”. Fue su gran confesión. Aunque Celestino nació en Bilbao, su padre Hermenegildo García Sanz era natural de El Royo (Soria), y veraneaba con sus hijos en Soria y Derroñadas. La residencia familiar de Madrid la tenían en el nº 5 de la Calle Felipe IV. “Y allí –nos contó Gerardo Diego– tocábamos el piano con una hermana de los García Verde, o hablábamos de los conciertos y de las exposiciones. Íbamos al Museo del Prado que lo teníamos a los pies y lo pasábamos estupendamente”.
Constatado queda como antes de venir a Soria hubo un antes. Esa suerte de prehistoria o anticipo que he relatado. Fruto de la amistad. Una vez llegó a Soria Gerardo Diego también supo integrarse en el grupo de otros inolvidables amigos. Aquellos que constituían la más avanzada intelectualidad soriana de la época. Gracias a ellos germinó aquel primer librito no venal de 1923, “Galería de estampas y efusiones”, publicado en Valladolid, que les dedicó. Y que se engrandeció con “Soria”, editado en Santander en 1948, para culminar con el definitivo “Soria Sucedida”, impreso en Barcelona en 1977. Soria, se había convertido así en su novia poética cortejada de continuo.  
            A ese prolongado enamoramiento pasional, pues, debemos tan bello loor de Gerardo Diego a Soria, la histórica ciudad del alto Duero.
José María Martínez Laseca
(6 de mayo de 2020)

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