martes, 30 de junio de 2020

Por amor al arte


En realidad su nombre de pila era el de René Alphonse van den Berghe, aunque sería por  su apodo, Erik el Belga, por el que se le identificaría mundialmente. Había nacido en NivellesBélgica,  en 1940.​​ Fue uno de los más prolíficos ladrones de arte de Europa durante el pasado siglo XX. Y, recientemente, el oleaje de la marea informativa nos lo ha devuelto a la orilla de la actualidad. A causa de su muerte, este pasado 19 de junio en un hospital de Málaga, la ciudad donde residía desde hace algún tiempo. Contaba 81 años de edad. A mí me llamó la atención la noticia por varios motivos. El primero porque yo ya le daba por muerto, toda vez que permanecía en ese olvido que ocasiona lo ordinario de lo cotidiano. El segundo, puesto que su alias ya formaba parte del mito o la leyenda propia del pasado. Algo a lo que, sin duda, los sorianos contribuimos de una manera especial como les voy en contar aquí.
La vida de René Alphonse van den Berghe es la demostración de que la realidad supera a la ficción. Por sus orígenes familiares, nada hacía presagiar que el pequeño René fuera a convertirse en un reputado ladrón. Así como su abuelo le transmitió el amor por el arte románico y el gótico, su madre lo introdujo en el mundo de la pintura, y su padre también le enseñó los secretos del bosque, las armas y los libros antiguos. Sin embardo, el enrarecido ambiente tras la segunda guerra mundial resultó el caldo de cultivo perfecto para aprender las artes del contrabando. Y su mismo carácter le dio el ansia por el conocimiento y la lógica necesaria para justificar su querencia por las piezas de arte sacro: “soy católico –decía– y la Iglesia es de todos los católicos, luego lo que es de la Iglesia también es mío”.
De este modo, Erik el Belga pronto encontraría en España, tan despreocupada de lo suyo, el paraíso soñado para sus correrías de receptación de obras de arte. La inmensa riqueza patrimonial de las nueve provincias de Castilla y León, a lo que se añadía la dispersión y la tremenda despoblación de sus núcleos rurales favorecieron, en primera instancia, sus robos. Y otras regiones de similares características como Aragón, Navarra y comarcas de La Rioja y de Cataluña, padecerían, así mismo, los expolios  de este peculiar ladrón. Algunos fueron muy sonados. Para ello se servía del apoyo de bandas locales. Todos respondían a encargos hechos, porque para que alguien se llevara estas piezas únicas tenía que haber una persona dispuesta a comprarlas.
El caso es que a algún caprichoso ricachón se le antojó el códice del Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana, manuscrito iluminado fechado en 1086, una suerte de mapamundi. En sus miniaturas,  entreveradas de realidad y fantasía, se puede ver el paraíso cruzado por cuatro ríos: el Tigris, el Éufrates, el Fisón y el Geón. También muestra territorios sólo reconocibles por los nombres, Galicia, España, Roma, Asia, y una región ignota en la que nace el sol y donde luce con tal fuerza que su habitante, el patagón, se da sombra con un enorme pie en alto. Una verdadera joya conservada en el Archivo Histórico Diocesano de la Catedral de El Burgo de Osma. Y se lo reclamó a Erik el Belga que puso manos a la obra.
En su meditado plan, un italiano, miembro de la banda, se personó en la catedral como si fuera un turista más. Corría el año de gracia de 1966 y el día era invernal. El canónigo Tomás Leal Duque, en su cometido de guía, le fue mostrando al extranjero todos los tesoros guardados, incluido el Beato. Y por caerle este simpático, concluida la visita, don Tomás le invito a vino y unas pastas en la bodega de su casa. Tras concluir la velada, el visitante se dirigió a una taberna de la villa y, por influencia del vino, largó demasiado a su interlocutor que no era otro que un guardia civil de paisano. Conducido el italiano al cuartelillo confesó sus intenciones para robar esa noche.
Así que, bajo estrecha vigilancia, a la hora convenida el italiano abrió la puerta de acceso a la catedral, pero en lugar de hacer pasar a sus compinches les avisó de la encerrona y estos salieron huyendo. No obstante, la Guardia civil consiguió detenerlos a la altura de San Esteban de Gormaz.
El saqueador Erik el Belga, con más de 600 golpes efectuados en toda Europa a sus espaldas,  salió de la cárcel para volver a ella de nuevo tras ser condenado. En una ocasión hasta se fugó. Y, finalmente, en los años 80, llegó a un acuerdo con las autoridades para obtener su libertad provisional a cambio de colaborar en la recuperación de las obras de arte robadas. Treinta y cinco meses después y 1500 piezas devueltas, abandonó la prisión.
Toda su trayectoria está contada en sus memorias, publicadas en 2012 bajo el significativo título: “Por amor al arte”. No tienen el menor desperdicio. Insiste Erik el Belga en el libro en que en España fue más lo que compró que lo que robó. “Es que era mucho más barato comprar las piezas que robarlas. Los precios eran muy bajos y ya nadie denunciaba”. Por desgracia, no le faltaba razón. Ya que había sacerdotes implicados en el negocio.
José María Martínez Laseca
(25 de junio de 2020)

lunes, 22 de junio de 2020

Un mínimo de dignidad vital


En verdad que nos sorprendió la noticia. Gratamente, por supuesto, porque nos convierte en un país un poco mejor. El pasado miércoles, 10 de junio, el pleno del Congreso de los Diputados aprobaba por mayoría absoluta el Real Decreto-Ley por el que se tramitará el ingreso mínimo vital (IMV) que regula esta ayuda estatal en toda España, la que completará los recursos que tienen los hogares más vulnerables hasta llegar a unos umbrales mínimos que se establecen en función de la situación familiar: va de 461,5 euros mensuales para quien vive solo hasta los 1.015 para las “unidades de convivencia” con, por ejemplo, tres adultos y dos niños. Y hasta los diputados de Vox, que lo venían tildando despectivamente como “la paguita”, se abstuvieron. Por lo que esta iniciativa es, sin duda alguna, la que más apoyo ha recibido no solo ya en la presente legislatura, sino también en los últimos años.
            El IMV es en primer lugar una medida de justicia social y probablemente, sea el mayor avance en derechos sociales de nuestro país desde la aprobación de la Ley de dependencia en el año 2006, mejorándose así nuestro Estado de Bienestar. Además de formar parte del pacto de gobierno PSOE-Podemos, partía de una necesidad imperiosa. La Gran Recesión y sus réplicas dejaron abiertas varias heridas socioeconómicas que España todavía no había cerrado cuando ha explotado la crisis del coronavirus. El alto índice de paro y de precariedad laboral son dos de ellas. Y estrechamente vinculadas a estas aparece la pobreza en las diferentes formas de medirla que existen: un 26,1% de la población está en riesgo de pobreza (subsistir con menos del 60% de los ingresos de la mediana, 8.871 euros al año para una persona); un 13% de trabajadores está en esa situación; la pobreza severa (menos del 40% de ingresos de la mediana, 5.914 euros) alcanza al 12,4% de la población; y la pobreza infantil se palpa en datos como que en más de 120.000 hogares sin ingreso alguno viven niños. Y el 16% de los potenciales beneficiarios de la ayuda son hogares monoparentales, casi todos encabezados por mujeres
            Nuestro país tiene un problema estructural de desigualdad y de pobreza. Y, frente a la creencia generalizada, no es el amor lo que nos hace más humanos, sino el dolor, ya que potencia nuestra capacidad de solidarizarnos y de empatizar con los demás. Como ha reconocido Kristalina Georgieva,  directora gerente del Fondo Monetario Internacional, las cuerdas sociales, es decir, ayudas para que la gente pueda ayudarse a sí misma son muy necesarias. Porque se trata de dignificar a las personas. “Nadie es más que nadie” señaló Antonio Machado, en frase recogida de boca de un pastor de Soria, “porque por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre”. De ahí que el IMV también tenga que ver con la libertad por algo tan sencillo como que no hay libertad si una persona tiene que invertir toda su energía solamente en sobrevivir y no puede disfrutar mínimamente de la vida; no hay libertad si no se tienen unas condiciones mínimas de seguridad económica; si no se llega a fin de mes.
Sin embargo, el IMV no es solamente una medida de justicia social, es también una medida imprescindible para la recuperación económica. Esos 461,5 euros, que van a llegar a los bolsillos de algunos compatriotas, no se van a ir a un paraíso fiscal, no se van a ir a cuentas en Suiza, van a ir directamente al consumo, porque la gente que va a cobrar el IMV no tiene capacidad de ahorrar, y va a ayudar a que muchos autónomos y muchas empresas puedan seguir facturando.
Como indicó el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, el diseño del IMV aporta dos novedades. La primera es que, tanto a la hora de calcular la magnitud de la prestación como a la hora de diseñar los itinerarios de inclusión, tendrá en cuenta la realidad económica, familiar y social de los beneficiados. Situando a los destinatarios en el centro. Ya que en el IMV es la política pública la que se adapta a las necesidades de los perceptores y no al revés, como ocurre muchas veces. Por eso se tendrá en cuenta la estructura del hogar, sus ingresos y su patrimonio a la hora de calcular la cuantía de la prestación.
La segunda novedad es la centralidad del objetivo de inclusión que se vertebra en toda la norma. Para algunos, la inclusión implicará nuevas oportunidades educativas, para otros, solución a una condición sanitaria determinada, pero para la mayoría la inclusión implicará la incorporación al mercado de trabajo o una participación más intensa y estable en él. Para ello, la norma incorpora una batería amplia de medidas destinadas a incentivar el empleo de los beneficiarios y a evitar aquello a lo que la literatura suele referirse como la trampa de la pobreza.
Yo coincido con Manuel Jabois cuando dice que el IMV define muy bien a esa parte de la sociedad española que se siente más cómoda dándole cinco euros al que pide en la puerta del súper que 20 céntimos a través de impuestos. Y que hay dos formas de posicionarse en contra del IMV y del impuesto a las grandes fortunas: estar seguro de que nunca necesitaremos el primero y dudar de si tendremos que pagar el segundo.

viernes, 12 de junio de 2020

Retrato de Cuevas de Ayllón

Mi buen amigo de estudios de Filología compartidos, a mediados de los años setenta, en aquellos inicios del CUS (Colegio Universitario de Soria), Silvano Andrés de la Morena, acaba de publicar su libro “Cuevas de Ayllón. Historia - Tradición - Cultura”, editado por Huerga & Fierro. Un extenso volumen de 465 páginas, muy bien presentado, que supone todo un compendio enciclopédico sobre el pequeño mundo rural que marcó su más tierna infancia, el de su querido pueblo natal, del que después, junto con sus padres y hermanos, se vio obligado a partir en busca de nuevas expectativas.
        Y, si bien lleva ya mucho tiempo residiendo en la Ciudad Condal, no es menos cierto que nunca ha renegado de sus orígenes sorianos a los que retorna con bastante frecuencia, reivindicando sus raíces. Como esos árboles que parecen solitarios, pero debajo de la tierra su realidad es muy diferente. Con ello, este arduo trabajo de investigación, recuperando testimonios de su rica tradición oral y extrayendo datos de los viejos archivos (históricos, municipales y eclesiásticos) que atesoran una parte importante de su memoria y de su trayectoria, aportando conocimiento, comporta, asimismo, otra forma de volver. Y es que quien niega sus orígenes pierde su identidad. 
       Como se señala, acertadamente, en la contraportada: “Conocer la historia es conocernos un poco mejor a nosotros mismos en el presente”. Por lo que este libro quiere ser, además, “un homenaje a las generaciones anteriores, de padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, que lucharon casi para sobrevivir en una sociedad de escasez y privaciones pero que supieron salir adelante, también en la defensa de los intereses colectivos de su comunidad popular, en una sociedad de agricultura y ganadería de subsistencia”. 
      La obra está estructurada en estas nueve partes: Primera: Orígenes y desarrollo histórico; Segunda: Nombres del pueblo, entorno, población, costumbres; Tercera: Sotocarros pasa a pertenecer a Cuevas; Cuarta: Cuevas en el Catastro de la Ensenada; Quinta: Desamortización; Sexta: Cancionero Tradicional; Séptima: Tradición oral; Octava: Vocabulario de Cuevas y Novena: Pucheros y cucharrenas. La cocina de Cuevas de Ayllón. Además de un prólogo, más unos anexos y un interesante álbum de fotos, como cierre. 
       Cuevas de Ayllón, actualmente integrado en el municipio de Montejo de Tiermes, se halla situado en el límite de la provincia de Segovia, abierto a todos los vientos, menos por el Oeste, en que se levanta un peñascal a cuyo pie se asientan sus casas, con su iglesia parroquial, bajo la advocación de la Santa Cruz y una ermita titulada de San Isidro. Como se desprende de su propio nombre, perteneció en sus inicios a la Comunidad de Villa y Tierra de Ayllón, pasando a corresponder a la provincia de Soria tras el reajuste de Javier de Burgos en 1833. Su término está fertilizado por el río Pedro, que a la vez daba impulso a dos molinos de harina, y sus productos correspondían a los generales de la agricultura, pastos para la ganadería lanar, boyal y de carga, hortalizas y algunas frutas y nueces.
        El terreno, pues, que participa de llano y montaña, una pequeña parte de regadío y el resto de secano, ha determinado el modo de vida tradicional de sus gentes pacíficas y sufridas hasta el exceso, tenaces en la reparación, frugales en la mesa y laboriosos en las faenas agrícolas, a las que la mujer concurría también con sus auxilios, departiendo a un tiempo con el compañero de sus días las fatigas del campo y las satisfacciones del hogar doméstico. 
        Unas vidas cotidianas inmersas otrora dentro de un modo de existir antiguo y circular, marcado por el calendario agrícola del paso de las estaciones (y al que se incorporó el del año cristiano con su santoral), lo que, desde los celtíberos, llegó hasta anteayer. Una cultura o modo de sobrevivir al medio, que fue desapareciendo desde el mismo momento en que la tracción animal de las vacas y las mulas se vio sustituida por la maquinaria agrícola, la que hizo que sobrara mucha mano de obra en el campo. 
         Así, Cuevas de Ayllón que, según el Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico descriptivo de la provincia de Soria de Manuel Blasco Jiménez, en 1909 contaba 588 almas, incluyendo en ellas las 165 de Ligos, se fue agotando, poco a poco, por la sangría de la emigración. Hoy apenas cuenta con 25 habitantes, siendo un ejemplo más de la Soria vaciada. 
        En consecuencia, la lectura de este libro resultará un estimulante precioso para todos aquellos que quieran remover las ascuas del mundo rural entre las cenizas del olvido. Con él Silvano Andrés de la Morena ha querido contribuir a que no se rompa la cadena y Cuevas de Ayllón siga vivo. Porque nadie se muere del todo mientras haya alguien que lo recuerde. Noble empeño, pues, el suyo, que asemeja toda una odisea. Cual la de un nuevo Ulises que regresa a su Ítaca. 
José María Martínez Laseca
(12 de junio de 2020)

Historia y olvido

Durante este tiempo de confinamiento, que se nos está haciendo a todos una eternidad, por lo que supone de viaje al interior de nosotros mismos, uno, en esta sobreexposición virtual, ha recibido infinidad de wasap de conocidos y allegados tocando los temas más variopintos. Tras aventar el grano de la paja, he entresacado algunos de ellos que me ilustraban sobre epidemias que a lo largo de la historia europea han sido y que nos castigaron con una doble crisis en la salud y en la economía. Son claros antecedentes de la actual pandemia del coronavirus o Covid-19. Especialmente, me llamaron la atención los referidos a la denominada “plaga de Justiniano”, que provocó el derrumbe definitivo del imperio romano y a “la peste negra” que desangró la ciudad de Florencia en 1348 y cuya huida de 7 mujeres y 3 hombres de su alta sociedad para refugiarse en una villa de las afueras, inspiró a Boccaccio su conocida obra “El Decamerón”. E incluso el brote de cólera en aquel Londres de 1854.
       Pero, puestos a advertir semejanzas, mis preferencias se han inclinado desde el principio hacia la “Gran gripe” de 1918, la mal llamada “gripe española”. Por sus componentes: global de pandemia y de proximidad o cercanía en los contagios. Para evitar estos, se prohibió escupir y se cerraron teatros y cines e incluso escuelas; si bien permanecieron abiertas las iglesias. Se dijo que las restricciones contra las aglomeraciones, las mascarillas y las aspirinas resultaron inútiles. Y que lo que realmente acabó con aquel brote fueron sus propios efectos, ya que se llevó por delante a las personas menos sanas y fue especialmente inclemente con los que ya padecían otras enfermedades y los más débiles. Hay estimaciones que apuntan que murieron 50 millones de personas entre 1918 y 1920 e incluso algunos creen que fueron hasta 100 millones y la población total era menor en aquel tiempo. Por lo que hubo una enorme porción de seres humanos de todo el mundo que murieron por aquella gripe.
       Aquí, en España, la prensa de la época constataba la considerable extensión de dicha epidemia gripal. Y se centraba en los médicos como símbolo de la abnegación. Son muchos, recogía, los facultativos que murieron de resultas de la epidemia, habiéndola contraído en el ejercicio de su profesión: es decir, mártires del cumplimiento de su deber. Y eran muchos también los facultativos que se hallaban enfermos por la misma causa. De ahí que reclamara: “rindamos el debido tributo de admiración a esos heroicos hombres de ciencia que así se exponen a perder la vida luchando por rescatar la del prójimo”. Un binomio: la epidemia y los médicos, tan de actualidad en nuestros días. 
       Descendiendo a lo local, el gran cronista de nuestra tierra, José María Palacio, anotaba, con fecha 6 de enero de 1919, como corresponsal de “La Correspondencia de España” que “la provincia de Soria fue una de las más contagiadas entre las de España, por la extinguida epidemia gripal. Diariamente hube de informaros oportunamente de la marcha de la enfermedad, que llegó a dar un número de invasiones entre todos los pueblos sorianos de 20.000, y ocasionó en todo el tiempo, desde su iniciación, pasando por su apogeo hasta llegar a la desaparición, un total de 1.000 defunciones aproximadamente”. Y añadía: “Es evidente que la mortandad y los estragos que la epidemia pudo ocasionar hubieran sido mucho mayores de no contrarrestarlos con todos los medios que tuvieron a su alcance el inspector provincial de Sanidad, don Joaquín Febrel, con sus acertadas disposiciones, y el celo en pro de la salud pública, no superado por nadie, demostrado por el gobernador civil, D. José García Plaza.”
       Traigo este recordatorio aquí, ahora que los indicadores de evolución de la pandemia del coronavirus o Covid-19 señalan que vamos bien, que lo peor ha pasado y que lo estamos logrando. (Sin salud pública no hay negocio posible abierto al público). Y por eso es motivo de alegría para este contador de historias. Pero debemos mantener la prudencia y las medidas sanitarias de prevención recomendadas para evitar posibles rebrotes infecciosos. Sin bajar la guardia, puesto que no tenemos aún vacuna ni remedio. 
       Con todo, me llama la atención que, ante esta trágica calamidad, haya políticos que no han sabido estar a la altura de las circunstancias. Insultando al adversario, sin aportar ninguna solución, ni realizar la menor crítica constructiva en aras a la reconstrucción económica y social de nuestro país. Pensando en el bien de todos y no en sus propios intereses. Máxime, cuando hay familias españolas que dependen de un ingreso mínimo vital para poder comer. A ver si aprendemos, pues, de las lecciones de la historia, porque la humanidad tiende a olvidarse de las grandes tragedias a la vuelta de la esquina. 
José María Martínez Laseca
(3 de junio de 2020)