domingo, 17 de junio de 2018

Va de perros

Es un lugar muy común habar del perro como el mejor amigo del hombre. Lo cual no implica necesariamente una reciprocidad equivalente por parte de este. Acaso porque el gato, que le seguiría de inmediato en esa afectividad, resulta un tanto huraño, como si todavía ofreciera alguna resistencia a su domesticación inicial. Ambas especies se encuentran por ello entre las más populares dentro de una larga lista –en la que no faltarían los bichos más  exóticos– a la hora de que las gentes elijan a sus mascotas. En muchos casos como animales de compañía que llenan ese vacío que provoca la carcoma de la soledad, en otros respondiendo a los deseos caprichosos de los inquilinos más pequeños de la casa.
Responda a una u otra causa, la verdad es que no es difícil percatarse de que ha ido aumentando el censo canino municipal. Y excluyo aquí a los perros de caza que exigen a su tenedor la licencia correspondiente y que se ubican en determinadas parcelas para su control. Me refiero a esas mascotas que inciden en el discurrir cotidiano. Puesto que  gustan sus amos de pasearlos por calles, plazas y parques para lucir su pedigrí. Y aquí es donde puede surgir un problema de falta de higiene y de deterioro de convivencia por el enfrentamiento entre vecinos. Ello es debido a que los perros, en tanto que animales irracionales, no controlan sus instintos y en su tránsito a cuatro patas, aprovechan para miccionar allí donde les pete ya sea esquina de edificio, puerta de casa o jardín de recreo, marcando así su territorio. Y lo que es peor, de cuando en cuando, haciendo su deposición fecal por las aceras, para desagrado de los peatones.
¿Qué se puede hacer? Desarrollar una campaña de concienciación cívica dirigida a los dueños  de los susodichos animales. Ya hace tiempo que en algunas ciudades se dispusieron pinzas con las que los implicados recogieran las heces de sus perros, las introdujeran en una bolsita y la depositaran en la basura. Y ello previo a la imposición de sanciones a los infractores. Bueno es también recordar que los perros deberán circular por la vía pública sujetos con correa y collar y provistos de bozal en caso de peligrosidad.
De este modo, la imagen que nuestra ciudad ofrezca tanto a los propios sorianos como a todos aquellos que nos visitan, sea un fiel reflejo del grado de civilidad y buenas costumbres de sus habitantes.
José María Martínez Laseca
(14 de junio de 2018)

martes, 12 de junio de 2018

Praderita


Siempre hay quien aprovecha la ocasión, ahora que se está celebrando la Feria del Libro en el parque del Retiro de Madrid, para recomendarnos algún sabroso título. Pongo por caso “¿Qué me estás cantando?”, el ensayo de Fidel Moreno que recorre la historia cantada del pasado siglo XX hasta 1976 y que reúne a tres generaciones en torno a la música. Con tonadas tan significativas como “La vaca lechera”, que nos trae el recuerdo del hambre de la posguerra; “Tatuaje” o “La Bien Pagá”, que nos remiten al represivo corsé del nacionalcatolicismo; “Ay, Carmela” o el “Cara al sol”, que guardan los sentimientos encontrados de las dos Españas enfrentadas durante la Guerra Civil. En cierta sintonía con lo antedicho se alza la figura de María Dolores Fernández Pradera, artísticamente conocida como María Dolores Pradera. Y reconocida como La gran Señora de la Canción, que acaba de fallecer días atrás. De belleza trigueña, a lo Lauren Bacall, trabajó como actriz de cine en los años 40 para poder comer. En 1945 se casó con Fernando Fernán Gómez, con quien tuvo dos hijos, pero, traicionada, se sintió como un pájaro herido y se separó de él. También fue actriz de teatro y actuó en obras de Lorca, Chejov, Shakespeare, etc. Pero, al final, se inclinó por la canción. “He hecho –decía– las cosas que yo pensaba que sabía hacer”. Para ella, las canciones eran como una obra de teatro, cortita en tiempo, que se pueden sentir y pueden expresar mucho.
       Así, se convirtió en toda una estilista del trovar, popularizando en nuestro país una parte importante del repertorio hispanoamericano, con éxitos de Chabuca Granda, Atahualpa Yupanqui, Cuco Sánchez o José Alfredo Jiménez. Preguntada una vez por un periodista por la situación en España, le respondió: “Yo viví la guerra en Madrid y luego la posguerra. Pero no recuerdo nada tan tremendo como lo de ahora. Y es por la cantidad de gente. Nunca había visto tanta sin rumbo ni trabajo”. El cantautor Carlos Cano la retrató “Praderita”: “Con esa delicadeza propia de una golondrina, / ahí viene la flor más fina, la rosa más perfumada. / Del jardín de la ilusión, donde la cultiva el alma, / entre cantos de habanera, huecas, milongas y sambas, / que tiene en el corazón una espinita clavada.” Nos ha dejado María Dolores Pradera con una niebla de tristeza en el alma, que solo encuentra remedio si escuchamos de nuevo sus canciones.
José María Martínez Laseca
(7 de junio de 2018)   


Mayo del 68

Puesto que sucedió en mayo de 1968 se nombra así a aquella revolución que tuvo su epicentro en París y cuyos efectos se dejaron notar en otras latitudes de Europa, e incluso al otro lado del Atlántico. Se cumplen, ahora, 50 años de lo que algunos filósofos etiquetaron como “el gran susto” al poder establecido. Cierto es que, pasada la década feliz de los 50, el 68 resultó un año muy convulso en el mundo occidental. Porque, tras la primavera de Praga, acallada por los tanques soviéticos, se produjeron los asesinatos de Martin Luther King y del senador Robert Kennedy, en un contexto de lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, junto a las manifestaciones en las universidades estadounidenses contra la guerra de Vietnam. En Alemania atentaron contra el líder carismático estudiantil Rudi Dutschke y en México las protestas de los estudiantes acabaron en la masacre de Tlatelolco. Sobre todos esos sucesos, el Mayo del 68 francés se ha implantado en la memoria colectiva. Acaso porque la actual revolución conservadora amenaza con llevarse por delante a todas las conquistas civilizatorias de nuestro tiempo.
Todo empezó el 22 de marzo, con incidentes estudiantiles en la Universidad de Nanterre, oponiéndose a la reforma universitaria del año anterior. El 3 de mayo los universitarios, se trasladaron desde esa barriada hasta la Sorbona, para protestar por el cierre de sus facultades. Los lideraban los Ocho de Nanterre, entre ellos el franco-alemán, Daniel Cohn-Bendit. Pero, la policía entró en ese recinto, tenido por un santuario del saber y el debate. Los enfrentamientos prendieron el 10 de mayo en el barrio latino, que se convirtió en el lugar de las reivindicaciones. Esta no era una revuelta más del proletariado, sino que la protagonizaron los estudiantes por primera vez. Tampoco primaban los motivos económicos, sino los culturales. Los obreros se sumaron más tarde. El 27 de mayo los sindicatos firmaron los acuerdos de Grenelle con el gobierno, que permitió aumentar el salario mínimo, otras mejoras laborales y más días de vacaciones. El 30 de mayo, el presidente De Gaulle disolvió la Asamblea General y convocó elecciones. Y ganó el pulso.
Pese a ello, Mayo del 68 esparció su semilla. Y simboliza el inconformismo, la insurgencia. La esperanza humana en un mundo mejor. No nos cambió el mundo, pero sí la vida. Y de ahí su añoranza.
José María Martínez Laseca
(31 de mayo de 2018)