viernes, 30 de agosto de 2019

Las fiestas de los pueblos


Es agosto, en plena canícula veraniega, el que concentra más fiestas patronales de todo el año. En muchos de los pueblos de nuestra provincia estas se han visto trasladadas de su fecha de celebración tradicional, precisamente, porque es en este mes cuando gran parte de aquellos que otrora emigraron del campo a la ciudad, ahora regresan a su pueblo, a su Ítaca, a su casa y a sus padres, para disfrutar de las vacaciones. Toda fiesta es un tiempo de encuentro, de comunicación. De ruptura, por lo que comporta de sagrado y de excepción. Tiene la propiedad mágica de cambiar el mundo. Supone un periodo de tregua y escape de la rutina cotidiana que oprimen al individuo integrado en la sociedad.
Es lógico relacionar a las fiestas de nuestros pueblos con el calendario agrícola, dado que en nuestra economía provincial han primado secularmente la agricultura, la ganadería y la selvicultura. De este modo, es el ciclo de las estaciones del año, desde la decadencia otoñal al renacimiento primaveral, el que ha dado origen a los ritos, cuyo objetivo es no solo simbolizar, sino también evocar esas fases que se repiten con regularidad. Dichos ritos suelen enlazarse con el mito de una diosa que encarnaría la vegetación y que, como ella, también muere y resucita. Cual la luna. Entre sus ofrendas el toro, antes siempre presente en todas aquellas fiestas que se preciaran de serlo, y cuyo sacrificio se realizaba para invocar las fuerzas renovadoras de la naturaleza y de la vida humana. Es uno de los ritos más antiguos. Este rito de salvación pervive en el acto de la misa del cristianismo, que representa el sacrificio real de Cristo Salvador, ya que cuando el momento de la eucaristía se pronuncian sobre el pan y el vino las palabras de la consagración, estas sustancias pasan a ser el cuerpo y la sangre de Cristo.
Las fiestas de nuestros pueblos concentran las mayores y mejores manifestaciones del folklore o sabiduría popular. Tales como los juegos, la música, la vestimenta, la alimentación, la bebida, las danzas, etc. Lo que se practica en el rito festivo es lo que se relata en el mito. La fiesta es, pues, la representación de un mito o relato por la que el pueblo que la celebra se cuenta y se canta a sí mismo. Para definirse en su modo de ser y de vivir. De ahí las fiestas populares como señas de identidad inequívocas. Que brindan porque la vida siga igual: “de hoy en un año” o “a otro año”.
José María Martínez Laseca
(29 de agosto de 2019)

Volver a Monteagudo de las Vicarías


Desde el corazón mismo de Soria, pasadas las 6 h. de la tarde del 17 de agosto, partimos en coche hacia la villa de Monteagudo de las Vicarías. El buen amigo e historiador Antonio Ruiz López, que tiene allí su cuna y sus raíces, va al volante. Marcha por la autovía A-15 en dirección Madrid. Tras dar la espalda a Almazán, toma el desvío y avanza por la carretera local 116, que se abre paso entre tierras de labor de Morón, Alentisque y Valtueña. Quema el sol y el aire abrasa, como en el poema Castilla de Manuel Machaco. Son 73 km y menos de una hora de viaje.
Al llegar, tomamos un café en el único bar abierto. Tres fotografías en una de sus paredes, por su visión cenital, asemejan los viejos planos hechos por un cartógrafo. Cual hermosas postales. En ellas se advierte perfectamente la apretada urbe, que se alza sobre la meseta de un pequeño cerro o muela. También los restos de lo que fue la muralla que abrazaba en su recinto a la mayoría de casas, dejando fuera unas pocas que constituían su arrabal. Llegó a tener 900 almas a principios del s. XX y ahora no alcanza las 200. Con su alcalde, Carlos González, trepamos a pie la cuesta. Recorremos su calle principal. Un azulejo recuerda a los muertos por el cólera de 1855. Vemos su arco apuntado y almenado que era su puerta principal de acceso. Su plaza mayor congrega una voluminosa iglesia, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Muela y el castillo medieval de los Hurtado de Mendoza, ambos del s. XV. Monteagudo, en la raya con Aragón rezuma historia de reconquista por todos sus poros. Aquí se concertó en 1291 el casamiento entre Isabel, hija de Sancho de Castilla, y el rey Jaime de Aragón que se verificó en la ciudad de Soria. Además, en su lugar de Valdeabejar se ubicó el monasterio del Císter, que después se trasladó a Santa María de Huerta. De tradición agrícola y ganadera, siempre se ha asociado a Monteagudo con su embalse, que recoge las aguas de los ríos Nágima y Recajo, pionero entre las obras hidráulicas modernas de España (1863). Regadío y turismo abrirían, pues, puertas a su porvenir.
Yo he vuelto a Monteagudo para hablar a sus gentes de Antonio Machado. De su libro Campos de Castilla. Con sus dos imperativos: esencialidad, que da primacía a la vida sobre la imaginación y temporalidad que obliga al poeta no a transmitir la idea del tiempo, sino la emoción del tiempo. Del milagro de la poesía.
José María Martínez Laseca
(22 de agosto de 2019)

Cita con la historia en Gómara

Todo gira. Pa lante y pa tras. Van 50 años desde que el hombre pisó la luna por vez primera (1969) y 500 de que Fernando de Magallanes iniciara la primera vuelta al mundo (1519), que culminó Juan Sebastián Elcano, ratificando que la tierra era redonda. Ambas efemérides enmarcaron, en la segunda semana de agosto, el 8º ciclo de conferencias Francisco López de Gómara (1511-1566), tributo al paisano humanista y cronista de la conquista de Méjico, aunque nunca cruzó el charco. A la tarde, desde Soria, cielo azul y sol abrasador; por la N-234, que va a Calatayud, nos desplazamos José A. del Campo y yo hasta Gómara. Ya han recolectado las cosechadoras el oro de las mieses. Y la paja vomitada traza largas hileras paralelas. El campo infinito, plano y troceado, asemeja las paisajísticas “tortillas de patatas” del pintor palentino Juan Manuel Díaz Caneja. La villa, otrora centro de negocios y concurrido mercado comarcal los sábados, se nos muestra decrépita, con sus calles desiertas y sus casas desconchadas. Paradigma de la Soria vaciada. Asistimos los tres días. 6, 7 y 8. Pero no se trata de meras conferencias, sino de ponencias –como dijo su coordinador Luis González Uriel–, dada su aportación investigadora, impartidas por profesores vinculados al IES “Antonio Machado” de Soria.
        La primera, por Carmelo García Encabo: “La Restauración: patronazgo, clientelismo y resistencia”, sirvió para contextualizar el Régimen de la Restauración en Soria (1874-1923). El sistema político que, tras el Sexenio Revolucionario, trajo un nuevo orden a España y al que, interesadamente, el dictador Franco tildó de liberalismo corrupto. La segunda, por Antonio Ruiz López: “Basilio de la Orden: perfil familiar, sus inicios en política”, plasmó el árbol genealógico del político republicano Basilio de la Orden Oñate (Gómara, 1834-1904) con todas sus ramas, que llegan hasta José Tudela de la Orden. Y la tercera, por José María Incausa Moros: “Basilio de la Orden en las Cortes Españolas”, detalló su constante reivindicación, tanto en el Congreso de los Diputados como en el Senado, entre 1871 y 1881, de los anhelos provinciales, centrados en las infraestructuras de comunicación: carreteras, ferrocarril, telegrafía, etc. Fue un político coherente y honrado. Al que le cambiaron la calle a su nombre por el de La taberna. Gómara, en cuarto menguante; pese a todo, sigue soñando la harina blanca del alba.
José María Martínez Laseca
(15 de agosto de 2019)

jueves, 29 de agosto de 2019

El tesorillo de Retortillo

Retortillo de Soria es una villa que perteneció al señorío del Conde de Lérida. Se encuentra al sur de la provincia de Soria, a unos 68 km. de la capital, limítrofe con Guadalajara. Aquí, al igual que en Quintana Redonda, apareció un tesorillo. Su hallazgo repite el mismo tópico. Fue un labrador quien desenterró los restos de una taza de plata que contenía denarios ibéricos. Ocurrió en las proximidades de la ermita de San Miguel, sita en el lado noroeste del despoblado de San Miguel, a 3 Km de la villa, por cuyo término pasaba la vía militar Termancia-Atienza, estudiada por el P. Minguela. 
        El primero en dejar constancia de su existencia fue el arqueólogo turolense Juan Cabré Aguiló (Calaceite,1882-Madrid,1947). Lo reflejó en su “Catálogo monumental de la provincia de Soria”, de 1917. En su tomo III sobre “Necrópolis celtibéricas” manuscribe para enumerar “otras alhajas valiosas de la misma provincia de carácter ibero-romano” lo siguiente: “4ª- Restos de una taza de plata y muchas monedas de plata ibéricas autónomas muy bien conservadas en Retortillo. Algunas de esas monedas fueron compradas por el autor para el Sr. Marqués de Cerralbo. Díjome el labrador que se las halló que procedían de las inmediaciones de la ermita románica de los condes de Lérida. En dicho paraje existen muchas sepulturas de cajas formadas de losas, en una de las cuales se extrajo un anillo de plata con inscripción. Dicho anillo fue a poder del Marqués de Cerralbo, así como de otro lugar de Retortillo una lámina de bronce de unos 5 centímetros representando un delfín el cual tenía grabado en uno de sus lados una inscripción con caracteres romanos.” Partiendo de esta fuente, Blas Taracena, lo plasmó en su “Carta Arqueológica” de 1941, si bien malinterpreta la localización del “delfín de bronce”. 
        Otra versión apareció en la “Nueva Alcarria” (21-VIII-1948, “Conversación arqueológica” por Julio de la Llana Hernández, p. 2) , donde Justo Juberías, párroco de Membrillera, cuenta cómo de Retortillo de Soria “compré para el señor Marqués una colección de monedas de plata celtibéricas, encontradas en el despoblado sur, cerca de la ermita de la Solana.” Bien fuese por medio de Cabré o de Juberías, el caso es que –según dice Francis Suárez en su blog- los denarios del tesorillo de Retortillo acabaron en manos del Marqués de Cerralbo, arqueólogo y coleccionista, que trajinaba por la zona.
José María Martínez Laseca
(8 de agosto de 2019)

miércoles, 7 de agosto de 2019

Cuando vino la Xirgu


Margarita Xirgu (Molins de Rey, 1888-Montevideo, 1969) fue una actriz y directora que dignificó nuestra escena teatral. Formada en compañías de aficionados, en 1906 se reveló con la interpretación de Thérèse Raquin de Zola, y pasó al Teatro Romea de Barcelona. Después, logró grandes éxitos en el Teatro Principal con obras de Oscar Wilde, Galdós y Guimerá. En la temporada 1914-1915 triunfó en Madrid con un repertorio que alternaba el teatro clásico (Lope, Tirso y Calderón) y el contemporáneo español y extranjero (Galdós, Benavente, Pirandello, Giradoux, Shaw, etc. Además estrenó Medea  (1931) de Unamuno, Divinas Palabras (1933) de Valle Inclán, La sirena varada (1934) de Casona, Bodas de sangre (1933) y Yerma (1935) de García Lorca. La guerra civil del 36 la sorprendió de gira por Hispanoamérica. Allí estrenó La casa de Bernarda Alba (1945) de Lorca. Y allí permaneció hasta su muerte.
            Con su fotografía en portada, El Porvenir Castellano (lunes, 13 de junio de 1921), anunciaba como “Novedades Teatrales” a “la ilustre actriz Margarita Xirgu que el miércoles próximo hará su debut en el Teatro Principal”. Era la Xirgu, después de María Guerrero, la mejor actriz española. Trágica excepcional, supo abordar también brillantemente la comedia. Con su compañía, se hospedó en el Hotel Comercio y permaneció en la ciudad durante ocho días, antes de trasladarse a Burgos. El debut de la Xirgu tuvo lugar en el Teatro Principal y la obra elegida fue “Fedora”, el famoso drama de V. Sardón. Duro y cruel, que deja siempre una impresión de dolor. La Xirgu triunfó en toda regla. El público siguió con gran interés los ademanes, los gestos y las palabras de la eximia artista para no perderse detalle. Y al final de cada uno de los tres actos estalló en aplausos. También representó en otros días el drama Alimañas de E. Marquina y una adaptación teatral de la novela Marianela de B. Pérez Galdós, etc. El Avisador Numantino del día 18, pág. 2, se quejaba del prohibitivo precio de las entradas para las clases media y trabajadora y pedía una función popular. Al periodista R. Sanz de este mismo medio la Margarita Xirgu turista le confesó: “En mi corta estancia en Soria quiero olvidar que soy artista; dedicaré mi tiempo a visitar sus edificios interesantes, su Museo, la Colegiata… y las ruinas de Numancia. Quiero gozar de este clima magnífico, aspirar este aire puro…”.  
José María Martínez Laseca
(1 de agosto de 2019)

El tesorillo de Quintana


En primera del periódico “La España”, del 1 de mayo de 1863, la crónica de su Corresponsal en Soria, a 27 de abril, recogía: “Una casualidad dio motivo hace pocos días, a un descubrimiento notable, destinado sin duda a ocupar el pensamiento de los hombres estudiosos. En las inmediaciones del pueblo de Quintana Redonda, estando un labrador ocupado con su yunta en levantar la tierra, tropezó con el arado en una piedra. Haciendo fuerza para alzarla, descubrió una gran porción de monedas y otros objetos. Recogidos todos cuidadosamente, resultaron: mil ciento veinte y una monedas, dos tazas y un casco”. El hallazgo tuvo lugar el día 14 de abril, en el sitio de  Las Quintanas por José Hernández. Las monedas [denarios ibéricos] eran todas de una época, de plata, del mismo busto y con igual inscripción. Tenían en el anverso cabeza sin casco y la inscripción XN (BoN); y en el reverso un guerrero a caballo con lanza y casco y debajo la inscripción siguiente XLMAN (BoLSKaN). Algunas de estas monedas muestran en el reverso la figura del anverso resellada del revés. Estas son de las que en numismática se conocen con el nombre de incusas.
 A los tres días, en que el Gobernador Civil y Presidente de la Comisión Provincial de Monumentos (CPM), Eduardo Capelartegui se acercó a Quintana Redonda para adquirir dicho tesorillo y remitirlo a la Academia de la Historia, este ya se había dispersado. Las más de las monedas fueron vendidas al presbítero de Soria Tomás Celorrio, llegando en gran parte al miembro de la Real Academia de la Historia, Eduardo Saavedra. Una muestra quedó en manos del Gobernador. Por suerte, con el poncio iba Dionisio López de Cerain, vocal de la CPM, quien realizó los dibujos exactos en planta y alzado de las dos vasijas de plata: un cuenco semiesférico y una taza con asas [skyphos]. Los dibujos aún se conservan en el Archivo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y son hoy el único testimonio, así como un dibujo y un facsímil en zinc del casco de bronce del tipo montefortino. La convulsa historia de España con la revolución del 1868 de por medio contribuyó al olvido del tesorillo de Quintana. No obstante, gracias a las pesquisas de Isabel Rodríguez Casanova: “El tesoro celtibérico de Quintana Redonda (Soria): nuevos datos y materiales”, Archivo Español de Arqueología, vol. 81, 2008, hemos podido recuperar su rastro.
José María Martínez Laseca
(25 de julio de 2019)