lunes, 22 de julio de 2013

A propósito de “El santero de San Saturio” y su reedición (y 2)

“Se canta lo que se pierde”, decía bien Antonio Machado. Por lo que muy poco le costará al atento lector comprender que “El Santero de San Saturio” es un libro de memorias. De “libro de la memoria” lo calificó Dionisio Ridruejo en su elogioso artículo: “G.N. rompe un fanal” (Barcelona, 1954). Se trataba de un libro al que Gaya tildó de estrafalario, por aquello de lo inclasificable dentro de los géneros literarios aristotélicos, dado su componente fragmentario. De “zarabanda de prosas”.
Su simétrica conformación se distribuye en 24 capítulos. Los que tratan sobre temas tan diversos como: La sociedad, Numancia, Los poetas, La gastronomía, Deportes y toros, Las de allá arriba, Los crímenes, Los labriegos, Las fiestas de San Juan y de San Saturio, etc.; observándose el paso de las estaciones para completar así todo un ciclo anual. “…Prefiero el quincenario, que da un más frecuente pretexto para picotear en un tema y saltar a otro diverso que es lo que me place”, dice Gaya. Se suman a ellos un “Yo santero” al inicio, un “Intermedio personal” y un “Final sobre el Duero”.
Para esta a modo de catarsis o desahogo personal, Gaya se sirve de un narrador en primera persona. De ese paisano nacido en Tardelcuende que, tras largos años de ausencia, regresa a la ciudad de Soria para ocupar la plaza vacante de santero en la ermita de San Saturio, respondiendo a un anuncio aparecido en el periódico local u hoja agraria. El nuevo santero, que bajo su barba y sayal esconde su propia historia, se convierte así en su principal protagonista –entre pícaro y místico-, y actuará como personaje sarta, uniendo unos capítulos a otros como la cuerda que ata los abalorios de un precioso collar.

TODO UN PROCESO JUDICIAL Y SENTIMENTAL

Si bien, al principio, parece que dicho narrador nos habla de acontecimientos del momento, estos no dejan de ser sino un mero pretexto para la reflexión sobre un pasado –el de la Soria de la segunda república- contemplado con añoranza, y en el que los pobres eran hidalgos, los socios de los casinos más cultos, las putas eran decentes y “no se habían perdido los buenos modales”.
Se trata, como allí se nos dice, de un “proceso judicial y sentimental de la ciudad, de la provincia y de sus moradores”, hecho con desparpajo e ironía. Como señala Consolación Baranda (en el prólogo a sus Obras Completas para la Biblioteca José Antonio de Castro) en el único lazo que vincula al pasado con el presente es la geografía: “Las ciudades, río, río Duero, son accidentales y cambiantes. Ya lo ves: esta misma Soria, que he ido barajando en mi quincenario, también es cambiante, porque está matando, o quizá el gerundio adecuado sea “superando” sus antiguos y honrados hábitos. Es la geografía la que no cambia…”, nos advierte.
Nada halagüeña, encomiástica o satisfactoria resultaba, en consecuencia, dicha conclusión para quienes, vencedores de una guerra civil todavía reciente, se veían ignorados en el libro y en el mejor de los casos, cuando son tratados, desde una perspectiva irónica, por un narrador que se identifica con los vencidos, y que haciendo gala de una fuerte superioridad intelectual y moral se siente capacitado para juzgarlos a todos ellos.
Ello justifica que las reacciones no se hicieran de esperar en nuestra capital. Muy sonada, la del mismísimo obispo de la diócesis de Osma-Soria, Saturnino Rubio Montiel (célebre por la venta de la iglesia románica de San Clemente, en pleno corazón de nuestra ciudad), que detuvo la procesión eucarística en los actos conmemorativos del VII Centenario de la muerte de Santa Clara, frente a la fachada de la casa familiar de la Calle Marqués de Vadillo, para advertir como “muy discutible la filiación de un hombre que quiere honrarse a sí mismo deshonrando a su madre”. Otras más, las constituyeron el intento de su secuestro en las librerías de la ciudad o el vilipendio al que se vio sometido desde la prensa local por parte de los adictos al régimen franquista.
Mientras tanto, en otros lugares exteriores, merecía unánime y cálido aplauso de la crítica literaria. Por parte de personas como Dionisio Ridruejo, Francisco Yndurain, Jorge Campos, José del Río Sanz, etc., como se puede comprobar en el referido cuaderno adjunto titulado “Del Santero de San Saturio y sus circunstancias”.
El periodista Marcos Molinero, desde “Soria Hogar y Pueblo” del 11 de noviembre de 1977, en su artículo “Conciencia sucia” asoció aquella crítica malévola traidora que se le hizo al libro a una mentalidad pacata, que no supo apreciar la cantidad de cariño desesperado de Gaya Nuño hacia la que, a fin de cuentas, no era otra más que su propia tierra natal.

SU GRAN VALOR ESTILÍSTICO

Una de las virtudes manifiestas del discurso narrativo del “Santero” es el uso que en él se hace de nuestra lengua española. La recia y certera prosa de su autor. El ambiente literario que le tocó vivir a Gaya, su entorno cultural entre noventayochos, novecentistas y la gran floración del 27, precisamente en Madrid, lo más de su tiempo en la fase primera de su vida. No podemos precisar con exactitud todo lo que tan ejemplar de aquello determinó su escritura, pero sí que en sus cimientos se advierte mucho del habla de su entorno primero, lo que le dota de un estilo muy personal. Gaya Nuño sazona su escritura con una mezcla de humor y de lirismo y algunos toques de filosofía entre existencialista y estoica. Se agradece, especialmente, su riqueza de léxico, tan bien ensamblado que no resulta en ningún caso pretencioso o fuera de lugar. A este léxico, tan castellano, ha de añadirse otro netamente soriano. Como cuando escribe que “las aguas del Urbión no se regalan en balde”. Gusta, pues, Gaya de una prosa rica, flexible y sonora.
“El Santero de San Saturio” es, a su vez, germen de otras obras literarias que con las que continuó su narrativa nuestro paisano. Como su Tratado de Mendicidad (1961), ya advertido en su capítulo primero sobre “Pedigüeños y hampones” de 1 de noviembre o el de su “Historia del Cautivo” (1966) novela que trata sobre la premonitoria guerra de África, con el desastre de Annual y Monte Arruit, aquí esbozado en un romance de ciego del capítulo XI relativo a “Los crímenes”, de 1 de abril.
Concluiré diciendo que, partiendo de este tarro de esencias de lo soriano, un grupo de gentes agrupadas en la denominada Hermandad del Santero hemos acometido una celebración gozosa. Es la ruta urbana de La Saturiada. A modo de la “Bloomsday” de Dublín, basada en el “Ulises” de Joyce o de “La noche de Max Estrella” de Madrid, inspirada en “Luces de Bohemia” de Valle-Inclán. Coincidiendo con el día del libro y la celebración de la fiesta de nuestra Comunidad. El 23 de abril. Para mejor darlo a conocer y promocionar con ello la afición a la lectura entre la gente, toda vez que sin conocimiento no hay prosperidad.
Y es que “El Santero” es ya, por méritos propios, uno de nuestros clásicos. Entiéndese por clásicos a ese tipo de libros a cuyas páginas acudimos una y otra vez para mirarnos, como en un espejo, a nosotros mismos. Para así conocernos mejor.
José María Martínez Laseca
(19 de julio de 2013)

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