miércoles, 17 de julio de 2013

El rostro del arte nos evoca a J. A. Gaya Nuño (1)

La celebración, en este mismo año, del centenario del nacimiento de Juan Antonio Gaya Nuño (Tardelcuende, 29 de enero de 1913; Madrid 7 de julio de 1976) es un momento adecuado para la publicación del libro biográfico y divulgativo: “Juan Antonio Gaya Nuño: de cautivo a santero del arte” (Millán y Las Heras Editores, Soria, 2013)), del que somos autores Ignacio del Río Chicote y yo.
Recientemente, hemos coincidido en Madrid, Ciudad del Arte con sus afamados Museos, tres de los cuales configuran lo que se denomina Triángulo de Oro y que están ubicados, como ya saben los lectores, en la zona del Paseo del Prado. De aquí que mi amigo –profesor y pintor– y yo, cuando nos reencontramos en la capital de España, acudamos a visitar algunas de las muchas exposiciones abiertas.
De este modo, hemos podido disfrutar de “Terrenos de Juego” de Alberto Giacometti, en la Fundación Mapfre, centrada en el espacio creativo de su taller de apenas 18 m2, cerca de Montparnasse en París. El sueño tan ansiado de diseñar una escultura para un espacio público como la explanada ante el Chase Manhattan BanK de Nueva York se frustró. Empero, él persistió tenaz en la búsqueda de la totalidad de la vida, reflexionando sobre su propio yo en relación con los demás. Destacan dos esculturas: “El hombre que camina”, que puede ser interpretada como esencia de una búsqueda constante de la plenitud vital y “Mujer grande”, entendida como una imagen de culto. Ambas son realmente llamativas.
Para Giacometti, la mirada es el elemento que dotaba de totalidad a la cabeza. Por eso, al trabajar en los bustos de su hermano Diego se centra en la cabeza y, especialmente, en la zona de los ojos. Sus cabezas se alejan de una representación clásica, rompen formas y proporciones, con el fin de inducir al observador a buscar la mirada, que es la mirada de la conciencia.
Por todo esto nos acordamos de la hermosa cabeza de Gaya Nuño esculpida por Pablo Serrano (Gaya a lo Giacometti) en 1961, de sus enormes ojos, tan despiertos como los de Picasso.
Acudimos después al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía por ver la extensa muestra sobre el pintor Salvador Dalí. “Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas”, que tanta cola de visitantes está trayendo en su entrada. Acaso atraídos por el reclamo del pintor espectáculo, tan admirado como controvertido. Inventor del método paranoico-crítico, que se utiliza a sí mismo como objeto de estudio, sobre todo bajo el prisma del psicoanálisis freudiano y que se hace eco además de los descubrimientos científicos de su época que le impulsan a expandir constantemente los límites de sus experiencias en relación con el espacio y el tiempo.
Un total de 11 secciones: Del vidrio de multiplicar a la putrefacción; Autorretrato; La miel más dulce que la sangre; Surrealismo; El Ángelus; El rostro de la guerra; Surrealismo después de 1936; América; La vida secreta; Escenarios y El enigma estético, donde exhibe su discurso en sus diferentes posibilidades creativas.
Un Dalí transgresor, innovador, teórico, y enigmático-matemático. Coincidente con Lorca y Buñuel en la Residencia de Estudiantes. Tan influido por los pintores renacentistas. Con la línea de Leonardo, la geometría de Rafael y la luz de Vermeer y su propia concepción poética, la belleza clásica sonríe de nuevo. Ese Dalí poliédrico, rediseñador del logotipo del Chupa Chups, que tuvo como primera modelo a su hermana Ana María (véase su “Muchacha en la ventana”) hasta que se enamoró de Gala para los restos. Precisamente, es su retrato de Gala lo que estimaba Gaya Nuño de lo mejor, ya que dentro del surrealismo español se interesaba más por Miró -pintor abstracto y simbolista, si acaso con algún detalle figurativo que marcaba la frontera- y por José Caballero, bonísimo, o Gregorio Prieto. Aunque reconocía que a Dalí –bien dotado y derrochador de sus dotes– acaparó más de la fama.
A Madrid, vale la pena ir y tornar una y otra vez; aunque solo sea por visitar el Museo del Prado, como siempre decía nuestro paisano Gaya Nuño. En este caso, especialmente, nos lo recomendaría, para contemplar la exposición temporal titulada “La belleza encerrada”. Un conjunto de 281 obras de las colecciones de nuestra principal pinacoteca, que tienen por común denominador “su pequeña dimensión y unas características especiales de riqueza técnica, preciosismo, refinamiento del color y detalles escondidos que invitan a la observación cercana de estos cuadros de gabinete, bocetos preparatorios, pequeños retratos esculturas y relieves”.
La mitad de tales obras no se han expuesto con regularidad en este Museo durante los últimos años por corresponder bien al Prado tenido por oculto o bien al Prado disperso. Son piezas acumuladas en el transcurso de los siglos. Se inicia a finales del XIV y principios del XV con el temple sobre tabla de “La Anunciación” de Fra Angélico y que culmina con la pintura de pequeño formato del siglo XIX o de la burguesía con óleos radiantes de luz de Mariano Fortuny como “Marroquíes”, “El jardín de la casa de Fortuny” o “Desnudo en la playa de Portici”.
Están dispuestas, con delicadeza y buen gusto, en un conjunto de 17 salas, invitando al espectador –tenido por un auténtico voyeur o mirón por el ojo de la cerradura– a reflexionar sobre el modo en que los pintores del norte y del sur entienden una misma iconografía, una misma visión totalizadora del arte europeo y de su significado desde la Edad Media y el Renacimiento, a través del Barroco, hasta el naturalismo que dará paso al siglo XX, tan cambalache.
Lleva su tiempo contemplar extasiado tanta belleza creada por la mano del hombre. Embelesados nos quedamos contemplando “La mesa de los pecados capitales” con escenas de la vida cotidiana dentro de la imaginería de un pintor tan genial como El Bosco, que se encuentra en la sala nº 3. O los óleos, tan llamativos, que sobre la serie de “Los Sentidos” (Vista, El Gusto, El Oído, El Tacto, El Olfato) elaboraron conjuntamente Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo para los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia y que se nos muestra en la sala nº 7.
José María Martínez Laseca
(13 de julio de 2013)

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