domingo, 20 de octubre de 2013

Aireo tu recuerdo, Concha G. de Marco (y 2)

Además, tú gustabas, Concha, de la música. Sobre todo de la música clásica, que escuchabas a solas en tu cuarto personal del piso familiar de la calle Ibiza, 23; o acudiendo al lugar del concierto. Esto queda, así mismo, reflejado de un modo simpático en tu cuaderno: “Me acaba de llamar Carlos Clauve (?) para decirme que ya tenemos entradas para Rostropóvich. Están radiando Semíramis de Rossini. No me gusta nada el bel canto. ¡Ojalá se pusiera (a) jarrear ahora y ya tenía la disculpa!”
Pero tu vocación, por encima de todo, era la poesía. Y por eso subrayo de tus escritos inéditos algún fragmento que me ha interesado especialmente. Por ejemplo cuando declaras: “”No quiero leer poesía española, quiero ser yo misma. Tengo bastante con el germen que dejaron en mi los clásicos, los románticos, mi Machado, mi J. Ramón. A todos ellos no los puedo eliminar y si vieran, a veces, qué esfuerzo tan grande representa salir de sus mandatos, de sus sugerencias. Ves, ahora mismo pasa una nube, ya está. “Soy esa nube gris que arrastra el viento”. Ya ves, Bécquer, Machado, enseguida”.
Me esfuerzo por descifrar tu letra menuda con el fin de copiar este precioso poema cargado de lirismo:
“Oh sangrante jazmín / madreselva de mayo / al pasar por las verjas de cerrados jardines / de los dieciséis años, calendas blancas / duelen de recuerdos. / Y los ojos me duelen de lejanos paisajes / de playas extasiadas en la mañana límpida. / Solo la arena y yo / sobre mis pies descalzos / y pisando una alargada sombra / de sol nuevo. / La playa interminable / como una inmensa concha / Yo, conchita pequeña, sentirme como perla / extenuada ante el mundo / frondoso de infancia. / Y al oído me sangran las notas de la luna / y esa voz que cantando una historia perdida, / la del rey de los elfos, / me sangra los sentidos / de calendas de oro, de limoncillo amargo / de playas imposibles / de esas notas que dicen / que la niña que llevo junto al pecho apretada en mis brazos / aún no ha muerto, aun no ha muerto.” (1-XI-1975)
Y también reproduzco este otro poema, igualmente inédito, de compromiso por su temática social, y que le dedicas a Joanne Little. A aquella mujer afroamericana acusada en 1974 del asesinato en primer grado de un blanco, guardia de su prisión. Su juicio, en Carolina del Norte se convirtió en una causa célebre, ya que convocó a los anti-pena de muerte, a los defensores de los derechos civiles y también a las feministas. Joanne fue la primera mujer en la historia de Estados Unidos que resultó absuelta mediante la defensa, pese a que usó la fuerza letal para resistir el asalto sexual. Helo aquí:
“Porque su piel es negra / no la respeta el blanco / el celta carcelero / de látigo. Brutal / lleva la marca en la frente de simio / brutal la lengua el arma de su oficio. / En Auschwitz desde el muro de la muerte / aún se ven las ventanas / donde un ceremonial de violación / se celebraba como rito sádico / experimental acto de servicio. / En USA es más anárquico / cualquier esbirro, / guarda de libertades democráticas / tiene su propio taller / de experimentos al alcance / de una alta madrugada / la llave es suya y suyo es el cuerpo / para usar la violencia en mujer negra. / Porque tu piel es negra, Joanne Little”.
Nuestro común amigo Ignacio me contaba días atrás que, cuando estuviste con Juan Antonio en Barcelona, en su etapa de las Galerías Layetanas, un pintor –cuyo nombre no le mencionaste-, agradecido por tus servicios de promoción y venta de su obra, te regaló el retrato que te hizo. El caso es que a ti no te gustó nada y en un encuentro posterior con Francisco Mateos le pediste que te pintara algo encima, reciclando así el lienzo. Por ello su “Retrato de Concha” de 1964 es una nueva efigie tuya sobre otro retrato anterior que queda allí oculto.
Nosotros somos seres efímeros, energía que se agota, si acaso el destello tan solo de un cometa que cruza por el cielo de la noche oscura. Apenas un susurro. Cual con concha de mar arrimada al oído, la oquedad de tu ausencia repuebla mis sentidos de resonancias y susurros: “Del laberinto del sonido / hay que coger la nota / que puntualiza el tiempo. / Saberse de uno mismo / hacia algo que se escapa”, nos decías. Por eso, aquí y ahora, quiero airear tu recuerdo por todos los predios de la memoria.
Yo siempre supe de ti que tus cenizas terminarían en el alto Espino, -“donde esta su tierra”-, la misma tierra que abraza, también, a tu jovencísima madre. Con nombre idéntico al tuyo: Concha de Marco.
José María Martínez Laseca
(19 de octubre de 2013)

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