viernes, 18 de enero de 2019

El chacachá del tren


A mi nieto Gonzalo, de casi 2 años, le apasionan los trenes. Se quedaba embobado estas pasadas navidades viéndolos circular por sus raíles en dos escaparates del centro de Soria, donde había instalados unos bonitos trenes eléctricos.  Hay una fijación infantil por ese artilugio en movimiento. A mi recuerdo aflora aquel viejo tren con sabor a carbonilla que, a mis 11 años, cogía en la estación de Arancón para ir, con transbordo en Castejón de Ebro, hasta Fuenterrabía, donde permanecí 4 cursos estudiando en el colegio de los PP. Betharramitas. Aquel viaje iniciático supuso, en cierto modo, que llevara la contraria. Porque, en España, desde que en 1561 Madrid es designada la Corte de los Austrias y, después, en el siglo XVIII, con Felipe V, devino en capital político-administrativa y estableció en su centro el kilómetro cero, todos los caminos conducían allí. De este modo, ha prevalecido el diseño de un sistema radial de transportes y comunicaciones, tanto viarias como ferroviarias.
Que este ha sido el patrón seguido regularmente en las políticas de infraestructuras, acometidas en nuestro país por los partidos de distinto signo político que nos han gobernado. Sorprendentemente, a la provincia de Soria, que es tierra de paso al encontrase situada estratégicamente, se la ha venido excluyendo en la modernización de dichas infraestructuras, hasta dejarla aislada. La apuesta irreflexiva que se hizo del transporte de mercancías en camiones por carretera,  frente al ferrocarril, provocó el cierre en 1985 de las líneas férreas del Valladolid-Ariza y del Burgos-Calatayud y en 1996 de la Soria-Castejón de Ebro que por aquí cruzaban. Ahora, incluso, se desvían por Burgos autobuses procedentes de Pamplona y Logroño que antes entraban a la estación de Soria.
El culto al dios AVE exigió más sacrificios. Y nuestro único tren Soria-Torralba, cordón umbilical con la capital de España, se ha quedado obsoleto. La mejora y electrificación de esta línea para su conexión con la del AVE en Medinaceli, como ya se pretendió en mayo de 2011, nos pondría a 1 h y 40 min. de Madrid y a 3h y 15 min. de Barcelona. Con su prolongación hasta Castejón de Ebro, supondría la verdadera solución. Para que viajemos en él y resulte más rentable social y económicamente. Y no tan solo para que oigamos su traqueteo o lo veamos pasar de largo, como si de un gusano mecánico de juguete se tratara. 
José María Martínez Laseca
(17 de enero de 2019)

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