-Eso no se le ocurre ni al que
asó la manteca -le dijo ella a él, mientras caminaban juntos, cogidos de la
mano como dos enamorados, aquella mañana fría de domingo, por el céntrico paseo
de El Espolón en dirección a la avenida de Valladolid, avanzando en paralelo al
parque central de la Dehesa
o Alameda de Cervantes. Algunas de las plantas de la parte ajardinada del paseo
estaban secas y, en vez de adornarlo, lo afeaban y entristecían sobremanera con
sus tallos y plumeros de tonos parduscos y grises. Aunque la mujer del tiempo
había venido alertando del riesgo de fuertes nevadas a lo largo de todo el fin
de semana, aquí apenas un espolvoreado de nieve enjalbegaba el suelo, ya
bastante pisoteada, y los rojos tejados de las casas. Lo peor estaba por
llegar. -¿A qué te refieres? -le preguntó él, un tanto despistado, continuando
con la conversación. -No ves que, siendo este, como lo es, un paseo de
invierno, han situado los bancos para sentarse justo en el lado opuesto al que
deberían estar, que es aquel en el que habían venido estando antes de la
reciente remodelación. En la solana, que llaman los viejos. Fíjate que ahora
los han colocado es zona de umbría y cualquiera que se siente en ellos se queda
pajarito, de estatua. -Otro tanto se podría decir de las farolas de alumbrado
público -añadió él- que, al estar medio despegadas de la pared, suponen una
peligrosa barrera para cualquier invidente, que se arriesga a chocar contra su
fuste si no va muy atento. Y todavía hay quien dice que tiene poesía.
-Al menos -insistió ella-,
podrían haberlo hecho bien… ya que hablamos de un sitio principal de la ciudad.
Porque siempre ha existido lo que se conoce como sabiduría popular. Y te pongo
ejemplo a los albañiles de toda la vida, que construían las casas de los
pueblos con un sentido práctico, sin hacer nada feo a propósito. Que, incluso,
pese a la escasez de recursos, las viviendas más modestas tenían cierto
encanto. Después, se exigió la realización de los proyectos por arquitectos que
-`por la especulación- a veces la cagan. Antes, apenas había casas feas. –Llevas
toda la razón -le dijo él a ella-, pues ya se sabe que el sentido común es el
menos común de los sentidos.
José María Martínez Laseca
(5 de febrero de 2015)
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