Leía yo el reportaje “Habla el
último descendiente de Cervantes” (“El Mundo” 8-2-2015) de Carlos Salas y Deva
Salas. En él, Manuel de Parada y Luca de Tena, marqués de Peraleja, hablaba,
con orgullo y tristeza a la vez, de su tío-tataratatabuelo Don Miguel de
Cervantes Saavedra. Con orgullo, por tratarse de nuestro más afamado ingenio de
las letras como corrobora el conjunto de su ingente producción que remite a los
tres géneros literarios: narrativo, lírico y teatral; pero, sobre todo, por ser
el autor de esa novela total, que supone su libro “El ingenioso hidalgo don
Quijote de la Mancha ”,
reconocido universalmente. Y con tristeza también, al lamentarse allí de que “los
docentes de hoy no tienen ni idea de El Quijote”. Antes, decía, “desde el
principio, nos hacían leer el Quijote, pero el gordo, ¿eh? No la versión para
niños”. Y añadía: “a la gente de hoy eso le importa un pimiento. Si Cervantes
fuera inglés, ¡la tata que nos darían los ingleses!”.
Pienso que, en parte, no le falta
razón. Ahora; Cervantes sí ha suscitado cierta expectación mediática, toda vez
que un equipo de forenses y arqueólogos están buscando sus restos óseos en el
convento de las trinitarias de Madrid, donde fue enterrado en 1616. Muy dados
somos los españoles a lo necrológico, pero donde resucita un autor es en su
obra. Leyéndola. Este año, además, se celebra el cuarto centenario de la
edición de su segunda parte en 1615. Y no ha habido grandes alardes en torno al
acontecimiento. Una exposición sobre Coleccionismo Cervantino en la Biblioteca Nacional
y la escenificación de varios de sus capítulos en el desfile de Carnaval de
Madrid.
Ni pizca de comparación con lo
que se acometió en la celebración del tercer centenario de su primera edición.
Entonces, 1905, se implicaron todos los Ayuntamientos de España en el evento.
De ahí que nuestra popular Dehesa se denomine Alameda de Cervantes. Y que
proliferaran ediciones infantiles, entre otras la de la editorial Calleja, con
la sana intención de aficionar a los niños “a lo clásico”. Bueno sería pues que
en todas nuestras casas estuviera El Quijote. Porque con su lectura aprendemos
a hablar mejor el castellano e, incluso, revivimos el tiempo de los caballeros
andantes que defendían la justicia y al débil.
José María Martínez Laseca
(19 de febrero de 2015)
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