viernes, 20 de febrero de 2015

Del Quijote

Leía yo el reportaje “Habla el último descendiente de Cervantes” (“El Mundo” 8-2-2015) de Carlos Salas y Deva Salas. En él, Manuel de Parada y Luca de Tena, marqués de Peraleja, hablaba, con orgullo y tristeza a la vez, de su tío-tataratatabuelo Don Miguel de Cervantes Saavedra. Con orgullo, por tratarse de nuestro más afamado ingenio de las letras como corrobora el conjunto de su ingente producción que remite a los tres géneros literarios: narrativo, lírico y teatral; pero, sobre todo, por ser el autor de esa novela total, que supone su libro “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, reconocido universalmente. Y con tristeza también, al lamentarse allí de que “los docentes de hoy no tienen ni idea de El Quijote”. Antes, decía, “desde el principio, nos hacían leer el Quijote, pero el gordo, ¿eh? No la versión para niños”. Y añadía: “a la gente de hoy eso le importa un pimiento. Si Cervantes fuera inglés, ¡la tata que nos darían los ingleses!”.
Pienso que, en parte, no le falta razón. Ahora; Cervantes sí ha suscitado cierta expectación mediática, toda vez que un equipo de forenses y arqueólogos están buscando sus restos óseos en el convento de las trinitarias de Madrid, donde fue enterrado en 1616. Muy dados somos los españoles a lo necrológico, pero donde resucita un autor es en su obra. Leyéndola. Este año, además, se celebra el cuarto centenario de la edición de su segunda parte en 1615. Y no ha habido grandes alardes en torno al acontecimiento. Una exposición sobre Coleccionismo Cervantino en la Biblioteca Nacional y la escenificación de varios de sus capítulos en el desfile de Carnaval de Madrid.
Ni pizca de comparación con lo que se acometió en la celebración del tercer centenario de su primera edición. Entonces, 1905, se implicaron todos los Ayuntamientos de España en el evento. De ahí que nuestra popular Dehesa se denomine Alameda de Cervantes. Y que proliferaran ediciones infantiles, entre otras la de la editorial Calleja, con la sana intención de aficionar a los niños “a lo clásico”. Bueno sería pues que en todas nuestras casas estuviera El Quijote. Porque con su lectura aprendemos a hablar mejor el castellano e, incluso, revivimos el tiempo de los caballeros andantes que defendían la justicia y al débil. 
José María Martínez Laseca
(19 de febrero de 2015)
    

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