jueves, 31 de agosto de 2017

Cenotafio

Un extraño vocablo. -¿Quién está en el “cenotafio”? -Pues nadie. En este monumento funerario el cadáver del personaje a quien se dedica no está presente. Etimológicamente, la palabra proviene del griego: “kenos” significa vacío y “taphos” tumba. En consecuencia, la tumba o sepulcro sin cuerpo se nombra así. Existen cenotafios tan conocidos como las mismas pirámides de los faraones en Egipto y otros, también llamativos, erigidos a personajes ilustres a lo largo de la historia. Obviamente, se dan circunstancias que propician su construcción, dada la imposibilidad de localizar a los difuntos, cual sucede, por ejemplo, con las víctimas de naufragios o soldados muertos en guerras. El sencillo cenotafio que aquí nos ocupa tiene que ver con mi pueblo de Almajano y la infausta guerra colonial de España en el norte de África. Cierto es que ya en el siglo XIX había causado baja un joven almajanero. Fue el 29 de febrero de 1860, cuando Ezequiel Bozal, artillero, cayó muerto en el campo de batalla en acción contra los marroquíes. Pero de él no queda el menor rastro. 
A quien acuda ahora al cementerio de Almajano, le llamará especialmente la atención una gran piedra situada enfrente de su puerta de entrada. Requemada de sol, con algún musgo en su superficie, tiene tallada una cruz en lo alto y bajo ella, en relieve, la calavera con las tibias cruzadas. Del conjunto destaca una placa azul encajada en su parte más ancha, donde se lee en letras blancas: “Zoilo Lobera Gómez / soldado de infantería / muerto gloriosamente por la patria / en la campaña de África. / Rogad por él 29 Junio de 1922”. Este mozo, por ser hijo de humildes labradores no pudo pagar las 2.000 pesetas requeridas para evitar de ese modo ir a aquella guerra absurda convertido en carne de cañón. Que así es como acabó muriendo junto con otros compañeros del batallón Aragón, en el sector de Buharrás. Dicen que en una emboscada de los rifeños, al intentar proveerse de agua el convoy en el que iba. Por entonces, había transcurrido un año y pocos días del desastre de Annual, del 21 y 22 de junio de 1921, en un valle situado a 125 kilómetros de Melilla. Una masacre que partiría a España en dos quince años después. A sus padres nunca se lo devolvieron. El Ministro de la Guerra les remitió esa placa azul. Y su pueblo le levantó dicho cenotafio como recuerdo.
José María Martínez Laseca
(31 de agosto de 2017) 


martes, 29 de agosto de 2017

Viaje a Polonia

A pleno sol, en la segunda semana de agosto, desde Soria, viajamos a la República de Polonia (Polska), ávidos por conocer nuevas tierras y gentes. Se trata de un país democrático, perteneciente a la Unión Europea (UE) a partir del 1 de mayo de 2004, si bien mantiene, frente al euro, su propia moneda: el esloti. Extenso territorio caracterizado por llanuras extremas al norte y escarpadas montañas al sur. Es la octava economía de la UE. Al decir de nuestro guía Kamil, un 70 % servicios, 30 % industria y 5% agricultura. En su dilatada historia ha padecido particiones y ocupaciones, tenida hasta hace poco por un satélite de Rusia. Un águila blanca es su escudo. Se convirtió pronto al cristianismo, resultando el Papa Juan Pablo II su gran promotor.
Aterrizamos cerca de Cracovia: una de sus más bellas ciudades. A orillas del Vístula. Fue la capital hasta final del XVI. Visitamos su barrio judío, sus monumentos principales y su plaza del mercado. Desde aquí hacemos sendas excursiones. La primera a las minas de sal gema de Wieliczka. A 101 m. bajo tierra. Entre otras, la estatua de sal de Goethe, otrora inspector de minas, y su frase: protejamos la belleza, porque la crean unos pocos y la disfrutan muchos. La segunda a Auschwitz-Birkenau, el principal centro de exterminio en el que murieron asesinadas por los nazis más de un millón de personas. La cita de Santayana: quien no conoce su historia está condenado a repetirla. De Cracovia, en bus, a Wroclaw (Breslavia), la Venecia polaca, junto al río Oder. Bellísima arquitectura en su gran plaza. Impresionante ayuntamiento (Ratusz) gótico, catedral, universidad y enanitos sorpresa. Luego vamos a Pozman, junto al río Varta. Elegante arquitectura la de su plaza del mercado antiguo y todo su casco histórico. En Torun nos volvemos a encontrar con el río Vístula. Es la ciudad donde nació Copérnico y posee la mayor riqueza de la arquitectura gótica de toda Polonia, hecha en ladrillo rojo. Y terminamos, con el Vístula, en Varsovia, su actual capital, demolida durante la Segunda Guerra Mundial y magistralmente reconstruida. Paseamos por el sitio del gueto judío, por el parque Lazienski (con Chopin de héroe) y por su “casco antiguo”. Polonia tiene una magnífica educación pública y sanidad universal. Apenas paro. Y un potencial turístico en alza.
José María Martínez Laseca
(26 de agosto de 2017)

lunes, 21 de agosto de 2017

Hablemos claro

La lengua, o idioma, es un sistema de signos lingüísticos, o código común, que sirve para comunicarnos y entendernos (oralmente y por escrito), dentro de la comunidad hispanohablante a la que pertenecemos. Cierto es que,  en poesía, las palabras pueden adquirir una capacidad expresiva distinta de la habitual, al provocar una evocación, contradictoria o diferente, según quien la lee o quien la escucha. Pero en la vida pública los ciudadanos aspiramos a que las palabras tengan significados únicos. Según un informe de la CNMV, el 50% de los españoles no comprendemos el vocabulario de las compañías energéticas. De ahí la campaña de una de ellas en estos términos: “Hablamos raro. (-¿Cómo?). Con palabras raras. (-¿Código CUPS?) Y nuestros escritos son más raros aún. (-¡Holaaa! –¡Hola!) No es extraño que casi la mitad del país piense que hablamos un idioma distinto. (-Estas facturas no las entiendo. –¡Y yo, tampoco!). Y tienen razón En GNF queremos que nos entiendas, que si estás en situación de vulnerabilidad, sepas que puedes llamarnos y que te ayudaremos. Que servicio al cliente significa que te avisaremos si tu factura se dispara y que si te hablan de potencia contratada entiendas que puedes ahorrar ajustándola. Porque no es lo mismo iluminar tu casa que todo un edificio. (-Ok). Hablemos el mismo idioma. GNF. Hecho y dicho”. Curiosamente, aquí pagamos la luz más cara de Europa. Está visto que la lengua se puede utilizar para las buenas y las malas artes. Para retorcer la realidad y para expresarse de manera clara, concisa y transparente. La académica Adela Cortina señaló en la lección inaugural del XII Seminario Internacional de Lengua y Periodismo, organizado por la Fundación San Millán de la Cogolla y la FUNDEU que el esfuerzo por el lenguaje claro es una exigencia ineludible. El derecho de cada persona a comprender aquello que le afecta para poder asumir su respuesta de forma autónoma, así como el derecho a que su respuesta sea tenida realmente en serio por los responsables de ello. La exigencia de un lenguaje claro, llano y bien cuidado es una cortesía y un deber indeclinable de los gobiernos, las administraciones públicas, los poderes del Estado, como el legislativo y el judicial; los profesionales, los medios de comunicación, las empresas y las entidades financieras. Una exigencia de justicia.
José María Martínez Laseca
(17 de agosto de 2017) 

jueves, 17 de agosto de 2017

Morir a solas

La vida es realmente extraña. O tal vez debiera decir que el destino de las personas es ciertamente caprichoso. Y sorpresivo. Este pasado mes de julio, reclamó mi atención una noticia publicada en la prensa nacional. Decía que en un piso del municipio de Culleredo, a las afueras de La Coruña, había aparecido una mujer tendida en el suelo, entre el pasillo y la cocina, que llevaba momificada desde hacía ya un lustro. Tras el descubrimiento del cadáver por la Guardia Civil, contaron sus vecinos, que convivían con ella en aquella urbanización dormitorio, que apenas se relacionaba. Aunque, educada, daba los buenos días, las tardes o las noches si, por casualidad, se cruzaba con alguno de ellos. Que se llamaba María del Rosario Otero Vieites y que vivía con su madre, Jesusa, en el 2º C, que era un piso alquilado. Pero, que tras fallecer su progenitora, a finales de 2011, habían dejado de verla. De seguir viviendo, ahora tendría 56 años. Sin un trabajo fijo, a veces hacía sustituciones para la Xunta. Nadie la echó de menos. Acaso porque pensaran que se había marchado a un pueblo cercano, a unos 40 Kms., donde residían unas primas carnales mayores que ella. Todos los indicios, incluida la autopsia, conducen a que su muerte fue por causas naturales y que se produjo entre finales de 2012 y principios de 2013. Cierto es que la correspondencia se le acumulaba en el buzón y la conserjería. Que su Peugeot 206, inmóvil en la plaza de garaje 104, se iba cubriendo de polvo y los cristales de las ventanas que daban a la calle estaban ennegrecidos por el trasiego de coches por la carretera nacional que pasa por delante. Pero todo parecía muy normal. La empresa arrendataria cobraba puntualmente el alquiler de 400 € por domiciliación bancaría. Hacía tan solo un par de meses que le habían cortado el agua y la luz por impago. No se sintió el olor de la carne podrida ante el rápido proceso de momificación. 
Mas, por desgracia, no se trata de un mero caso aislado. Puesto que esto se repite varias veces al año. Según el Instituto Nacional de Estadística son 4.638.300 personas las que viven a solas en España, de las que el 41,7 % son mayores de 65 años. De ahí que una de cada cuatro viviendas esté demasiado vacía y silenciosa. Y que las casas no sean ya el refugio de la historia, sino el lugar donde esta termina.
José María Martínez Laseca
(10 de agosto de 2017)

viernes, 4 de agosto de 2017

Los Clavos, "the end"

Escribo todavía a corazón abierto. Tras escuchar, en directo, el concierto ofrecido por “Los Clavos” este pasado domingo, en el paseo de San Prudencio, en la margen derecha del Duero, cerca de San Saturio. Con un repertorio de viejas canciones de los años 60 y otras más modernas. A la intemperie de la noche con su peligro hermoso. La música es un faro que emite señales para decirnos algo que está ahí, acaso dentro de nosotros mismos, aunque no sea explícito, pero que nos orienta y nos conduce para ponernos a salvo en puerto seguro, cuando ya nos sentíamos perdidos en un mar de tinieblas. Fueron 4 jóvenes -José Ramón Mozas, bajista; Tito Solanes, guitarra rítmica; Javier Sanz Barrera, batería, y Tony Arciniega, guitarra solista-, quienes crearon, en la Soria de 1967, el grupo “Los Clavos”. La vida es metamorfosis en la que se puede morir y resucitar varias veces en poco tiempo. Así, aquel grupo germinal iría reinventándose tras partir unos y la llegada de otros (Benjamín Aparicio, guitarra solista y más recientemente Javier Solanes, batería y Jesús Ormazabal, teclista), evitando que se apagara su llama. 
Aquella Soria, capitaleja. De las barcas del Augusto. De los guateques. Con bailes en “El Trinquete”, “La OJE” o “El Orejas”. En las discotecas de “El Corzo”, “El Caballero” y “La Alameda”. Con otros grupos, como “Los Extraños”, “Los Jaguar´s” o “Los Dueños del Mundo”. Cuando el beso era fruta prohibida, porque la represora policía franquista vigilaba a las parejas por los parques y las llevaba a comisaría. “Los Clavos” viajan en una furgoneta para atender la demanda de ciudades y pueblos. Y tuvieron su propio local en la calle Tejera, cerrado por “los grises” por escándalo público. Quienes regresan a un lugar ya no son los mismos que se fueron un día, aunque pretendan recuperar jirones de sus vidas prendidos en los objetos que mueven los resortes de la memoria. “Los Clavos” son la banda sonora de juventud de muchos de aquellos sorianos que vivieron, al arrullo de sus canciones, el primer amor. 
Ha transcurrido un largo tiempo desde que echaran a rodar. Y dicen que lo dejan, que se disuelven definitivamente. Así que ha bajado el telón, tras 50 años de marcha. De actuaciones y giras veraniegas a cualquier parte. Se acaba de este modo la representación de la comedia sobre los escenarios. Su divina comedia musical. 
José María Martínez Laseca
(3 de agosto de 2017)