lunes, 30 de abril de 2018

Cruzar la raya

Mis padres llegaron a nonagenarios. Entre los dos hacían uno, solía decir bien Y, pues se valieron por ellos mismos, ya que las carencias de uno las suplía el otro. Siempre estuvieron vinculados a la tierra, como sus viejos antepasados celtiberos, a su querido pueblo de Almajano, donde nacieron. Apenas salieron de él de solteros. Mi padre estuvo trabajando de sirviente en el Campillo de Buitrago y, más lejos, cuando hizo la mili, primero en Calatayud y después en Jaca (Huesca), en el Fuerte Rapitán. Mi madre a Zaragoza, de criada de alguna familia pudiente. Pero, ya casados se dedicaron por entero a las tareas agrícolas.
Con su yunta de vacas tirando del rusán para labrar unas  fincas de cultivo de cereal, pequeñas y dispersas. Y algunas ovejas que se incorporaban al rebaño de pastor compartido. El suyo era un modo de vida casi del neolítico, donde todo se hacía con las manos. Regido por un modelo económico de mera subsistencia. Para sobrevivir al medio rural y poder dar de comer a los cuatro hijos que les fueron naciendo. Todos esas escenas: arar, sembrar, abonar, escardar , segar, acarrear, trillar, aventar y subir el grano en sacos al granero y meter la paja en lenzuelos en el pajar son memoria de mi infancia. La mecanización se implantaría progresivamente. Recién, murió mi padre. Y mi madre sola carece de plena autonomía. Así que los hermanos nos turnamos semanalmente para cuidarla como es debido. Ello me obliga, cuando me toca a mí la vez, a permanecer dos días con sus noches en la casa familiar, que no es ya aquella de antaño donde yo nací y convivíamos personas y animales, pero que, rehecha de nueva planta y con las comodidades actuales, ocupa el mismo sitio.
Pero la vieja casa, como un fantasma asalta mis recuerdos. Hecha de teja, madera, adobe y piedra de mampostería. Con su portón de entrada y sus ventanas chiquitas orientadas al este. Con su corral, donde se amontonaba el cieno y la trellada de carrasca que lo cobijaba. Una parra de uva negra recorría la fachada de derecha a izquierda según se mira. Desde esa casa mi hermano mayor y yo acudíamos a la escuela de los chicos. Con el temido don Teófilo, al que siguió don Ángel. Al concluir, mi padre me llevó al Instituto de Soria para hacer la prueba de ingreso. La aprobé. Y así crucé la raya que me condujo a un mundo nuevo. Todavía me sigo preguntando: ¿por qué tuvimos que partir de orígenes?
José María Martínez Laseca
(26 de abril de 2018)

domingo, 22 de abril de 2018

La Saturiada 2018

Por sexto año consecutivo, la Hermandad del Santero, integrada por sus cofrades vinculados con la vida cultural soriana, en colaboración con el Ayuntamiento de Soria, organiza el ritual de La Saturiada. Lo hace en una fecha tan señalada como es el 23 de abril. En primavera, aunque este año se nos esté haciendo de rogar con sus lluvias y nevadas. Coincidiendo con otras convocatorias como el Día del Libro, en la onomástica de los geniales Cervantes y Shakespeare, y con la Fiesta de nuestra Comunidad de Castilla y León, que este año conmemora el 35 aniversario de la aprobación de su Estatuto de Autonomía.
Se trata de una sugestiva ruta literaria. Un andorreo –dado que el caminar define el modo en que vemos el mundo–  por las calles del centro histórico de la ciudad de Soria, renovando  el itinerario petitorio que seguía el santero encargado del cuidado de la ermita de San Saturio, colgada, cual nido de golondrina, de los peñascales junto a la margen izquierda del río Duero.  Arrancando, pues,  desde la ermita se irán mojonando doce estaciones frente a lugares emblemáticos como la Plaza Mayor, el Museo Numantino, la Plaza de Toros, el Instituto Antonio Machado, etc., para desembocar en el Círculo Amistad-Numancia. En cada una de estas paradas se procede a la lectura en voz alta del capítulo correspondiente de ese libro de esencias que es “El Santero de San Saturio” de Juan Antonio Gaya Nuño, escrito a modo de quincenario, donde a lo largo de un año se efectúa un juicio crítico de todo lo identitario soriano, con sus vicios y sus virtudes. Un libro que muchas ciudades envidian a Soria y que fue publicado en su primera edición por la editorial Castalia, dirigida por Antonio Rodríguez Moñino y Brey, en 1953. Todo el recorrido se ve amenizado por las músicas del dúo Sochantría. Para esta ocasión hay un marcapáginas con el romance “Las mujeres del Santero” (por la igualdad de las almas) y un cuadernillo con los avispados “Versos donde se canta y se cuenta La Saturiada 2018”.
Inspirada en la Bloomsday de Dublín, en recuerdo al “Ulises” de Joyce, y en La noche de Max Esrtrella de Madrid, sobre “Luces de Bohemia” de Valle-Inclán, La Saturiada es una clara apuesta cultural por la capacidad crítica del pensamiento propio para así poder dialogar de un modo constructivo desde la inteligencia.
José María Martínez Laseca 
(19 de abril de 2018)


Arte y literatura

Siempre que voy a Madrid aprovecho para visitar algunas de las exposiciones programadas por sus grandes Museos y Fundaciones. Suelo hacerlo acompañado de mi buen amigo el pintor Ignacio del Río Chicote. Al ser variada y muy interesante la oferta, tenemos que elegir entre todas ellas. Así lo hicimos este pasado fin de semana abrileño en que la lluvia nos concedió una pequeña tregua de sus aguas mil. Optamos, finalmente, por dos.
A la primera (hasta el 6 de mayo) nos acercamos en la mañana del sábado. Corresponde al Espacio Miró de la Fundación Mafre, sita en Recoletos, con el rótulo: “Derain, Balthus, Giacometti: una amistad entre artistas”. Pero, por encima de esa amistad, André Derain (1880-1954), Balthus (Balthasar Klossowski, 1908-2001) y Alberto Giacometti (1901-1966)  coinciden en la admiración que sienten por el arte del pasado, y que combinan con la orientación moderna del contexto artístico en el que viven, al tiempo que tratan de prestar atención a esa realidad maravillosa y desconocida que tienen ante sí. Bien se le puede aplicar a su actividad creativa la expresión de Eugenio D´Ors: “lo que no es tradición es plagio”. La muestra incluye una selección de más de 200 piezas, entre pinturas, obra gráfica y esculturas, principalmente de los años 20 a los 60, y repasa los momentos cruciales de la amistad entre estos tres artistas. A fin de cuentas, sus miradas, nunca antes confrontadas, coinciden en la exigencia de lo que debe ser la obra de arte.
A la segunda (hasta el 7 de mayo) fuimos en la mañana del domingo. Se exhibe en el Museo Nacional de Arte Reina Sofía con el sugerente título: “Pessoa. Todo arte es una forma de literatura”, tomado de Álvaro de Campos, uno de entre los más de 100 heterónimos que utilizó el genial poeta Fernando Pessoa (1888-1935). Paulismo, Interseccionismo o Sensacionismo son algunos de los términos acuñados por el vate lisboeta en sus numerosos textos y que vertebran la especificidad de la modernidad portuguesa. Esta exposición recurre a esos ismos para articular un relato visual de esta escena lusa, reuniendo para ello una selección de obras de José de Almada Negreiros, Amadeo de Souza-Cardoso, Eduardo Viana, Sarah Affonso o Júlio, entre otros, relacionadas con las principales corrientes estéticas portuguesas desde comienzos del siglo XX hasta 1935. Una gozada.
 José María Martínez Laseca
(12 de abril de 2018)

Inmuebles

A la hora de darnos un significado a esta palabra, el Diccionario de la Lengua Española de la RAE resulta muy lacónico, ya que nos dice simplemente: “casa (edificio para habitar)”. Al amplificar algo más su acepción, la busco en un diccionario de uso que me aclara: “Dícese de los bienes no trasportables, como tierras, edificios, construcciones o minas, así como de los adornos, artefactos o derechos considerados no muebles”. Aunque, también, acaba aquí sintetizándolo en “casa, y especialmente edificio de varios pisos”. Con esto último me quedo para mi reflexión sobre la problemática que aquí nos ocupa. Y aún me acojo a su etimología latina “immobilis”, o sea inmóviles, lo que se traduciría al lenguaje coloquial como “so” o “quieto parao”. Así, sin inmutarse lo más mínimo, llevan traspasada la raya del tiempo donde ya se nos acaba la paciencia varios edificios de más de un piso y considerable volumen, dentro del casco urbano de nuestra ciudad. Son bienes que pertenecen al propio municipio u otra entidad local, autonómica o estatal y que están destinados al aprovechamiento de sus vecinos o ciudadanos. A veces incluso tienen un cierto abolengo, por ser heredados de nuestros abuelos o antepasados.
            Y podemos contemplarlos, de norte a sur y de este a oeste, cuando paseamos, desperdigados  por esta capital, envueltos en esa telaraña de desidia que suele ser el anticipo de toda ruina, si no de su continente, sí de su contenido, uso o utilidad. Que hay una larga relación de esos inmuebles públicos cuestionados, que emergen como cadáveres de ahogados a la superficie. Podemos empezar por la cárcel, eufemísticamente centro penitenciario, pues penitentes somos todos, en el compás de espera desesperado de su terminación y apertura de una vez. Como en lista de espera se encuentra también el rimbombante Centro de Referencia Estatal de Atención Sociosanitaria para personas dependientes, que lleva cuatro años cerrado. O el que fuera Banco de España, ahora aspirante a subdelegación del Gobierno. El otrora restaurante Alameda en el parque central de la Dehesa. Incluso el Mercado Provisional de la plaza Concepciones, pendiente de traslado quién sabe a dónde. Sin olvidarme tampoco del Colegio Universitario, ni del Cuartel de Santa Clara. No son bienes mostrencos, si bien quedan en manos de irresponsables tales, por ignorantes o tardos en discurrir. 
José María Martínez Laseca
(5 de abril de 2018)