domingo, 24 de enero de 2021

De Benito Pérez a Emilia Pardo

Casi con más pena que gloria, por culpa de la acaparadora pandemia del Covid-19, sembradora de contagios y de muertes por doquier, se conmemoró el pasado 2020 el centenario del fallecimiento de Benito Pérez Galdós (1800-1920) que, en boca del poeta Antonio Machado, “No es solo Galdós el más fecundo de los novelistas españoles; es además el más fuerte, el más creador, el más original entre los maestros de su tiempo.” Y, en circunstancias similares, afrontamos este año 2021 el siglo cumplido del óbito de una escritora de idéntica pasión narrativa, que tanto admiraba al Pérez Galdós escritor; para quien, al mismo tiempo, supuso el gran amor de su vida. Lo corroboran las cartas eróticas que se cruzaron. Curiosamente, las que ella le escribió han sido publicadas, mientras que las de él a ella estaban desaparecidas, si bien ahora reaparecen en manos privadas. Se trata de Emilia Pardo-Bazán de la Rua-Figueroa, nacida en La Coruña el 16 de septiembre de 1851, que falleció en Madrid el 12 de mayo de 1921. 
        Como acto central de la efemérides está previsto el montaje de una gran exposición en la Biblioteca Nacional, desde el 21 de mayo al 29 de agosto. Con más de 200 piezas entre libros impresos, manuscritos, grabados y fotografías procedentes de la propia BNE y de otras instituciones. Su título de reclamo: “Emilia Pardo Bazán. El reto de la modernidad”. Porque ella asume el reto de la fractura. De que no hay soluciones globales. Para nada una beatorra rancia, ya que perteneció al mundo aristocrático más transgresor, con Gloria Laguna, lesbiana, o con Hoyos y Vinent, en un ambiente más libre en las costumbres que el burgués de los liberales que se consideraban de izquierdas. Tal como afirma su reciente biógrafa la historiadora y catedrática Isabel Burdiel, comisaria de la muestra. Además de ese rasgo distintivo de la novelista gallega, se subrayarán otros aspectos como su “dimensión transnacional y europea”, ahondando, también, en las “ambivalencias” que exterioriza, en tanto que “católica, carlista y feminista radical; como gallega y cosmopolita”. Esta muestra se trasladará después al Kiosko Alfonso de A Coruña, patrocinada por la Xunta y la Real Academia Gallega, que proyecta celebrar un congreso y la edición de su obra. 
        Uno recuerda que, en los manuales de Literatura de Bachillerato –cuando la literatura pintaba mucho más en los planes de estudio–, Emilia Pardo Bazán figuraba como introductora y exponente español representativo del Naturalismo. Acaso, porque publicó entre 1882-83 una serie de artículos bajo el título de “La cuestión palpitante”, donde estudia los precedentes del Naturalismo y las ideas del novelista francés Émile Zola. Hoy los estudiosos de la obra de Pardo Bazán se centran en su propia autodefinición como eclética y como realista. Y tienen, asimismo, en cuenta otras vertientes no menos importantes como la de su condición de “descubridora de la literatura rusa en esta parte de Europa”, según señala su gran conocedor Darío Villanueva. Ella se ocupó específicamente del simbolismo y movimientos afines. A “entender y explicar a sus contemporáneos españoles e hispanoamericanos el movimiento de las letras europeas en el último cuarto del siglo XIX y primero del XX”, al decir de González Herrán, dedicó, pues, un gran esfuerzo. 
        Entre sus obras más conocidas destacan “La tribuna” (1883) donde refleja la vida de una cigarrera reivindicativa en una fábrica, junto con “Los pazos de Ulloa” (1886) y su continuación “La madre Naturaleza” (1887), que componen un gran friso de gentes y paisajes del cosmos rural gallego, traspasados por pasiones violentas. Ya en “La Quimera” (1911), basada en la vida del pintor Joaquín Vaamonde, buscó reflejar la nueva sensibilidad modernista. Asimismo, prodigio de inventiva inagotable, cultivó con excepcional maestría el cuento y la novela corta, dos géneros en auge a fin de siglo. 
        Emilia Pardo Bazán, bien que aristócrata y conservadora en política y religión, fue, no obstante, independiente en su vida personal. Viajera por toda Europa, siempre lectora en varias lenguas y crítica muy aguda de la vida y las letras. Casada a los 16 años se separó después de su marido José Fernando Quiroga y Pérez de Deza y tuvo varios amantes: Galdós, Lázaro Galdiano, Blasco Ibáñez, etc. Mujer poliédrica e inclasificable, era sensible, inoportuna, maniática, talentosa, estridente, ambiciosa… Simplemente por el hecho de ser mujer vio pisoteados sus méritos por parte de la sociedad de su tiempo, misógina y machista. A pesar de la calidad de su extensa obra, de ser una figura clave en la renovación de la novela española del XIX, de ser la primera mujer en presidir la sección de literatura del Ateneo de Madrid y la Cátedra de Literaturas Neolatinas en la Universidad Central de Madrid, los académicos (Clarín, Zorrilla, Valera entre ellos) le negaron por tres veces (1889, 1903 y 1912) su acceso a la Real Academia de la Lengua, tildándola de puta, marimacho, gorda, fea… y de osada por querer ser reconocida. 
        Pero ella hizo siempre lo que quiso. ¿Qué hubiera pasado si me hubiera llamado Emilio? inquirió con ironía. Quería igualar los derechos y oportunidades de hombres y mujeres, que su voz y pensamiento fuera igual de válido. “La mujer tiene que tener un salario para ser libre”, señaló, adelantándose en 30 años a las escritoras anglosajonas. Su denuncia de la violencia machista atraviesa los cuentos reunidos en “El encaje roto”, aunque se destaca “Memorias de un solterón” (1896) como su obra más feminista. La protagonizan el soltero Mauro Pareja y la “extravagante, extraordinaria y ridícula” Feíta, sin duda “un álter ego” de doña Emilia. ¿Cuál es la mejor Pardo Bazán? ¿Ensayo, novela, cuento? Para gustos, los colores. Hay quien, como Nieves Abarca se fija en sus “Cuentos góticos”, y de terror, expresando que son alucinantes; o quien, como Domingo Villar, creador del inspector Leo Caldas, nos recomienda su novela corta “La gota de sangre” (1911), apuntando que “Pardo Bazán tiene un ramalazo de Agatha Christie, [ya] que fue la primera española en escribir una novela policiaca”. 
        Dicho todo lo dicho, este año nos toca honrar a Emilia Pardo Bazán. Y para eso nada mejor que leerla en su diversa creación literaria, para así conocerla mejor, mucho más allá de lo que memorizamos de nuestros viejos libros de texto del instituto. 
José María Martínez Laseca
(24 de enero de 2021)

lunes, 18 de enero de 2021

Del Covid y "Filomena"

Por si no fuera ya bastante con el dramático tema de la pandemia del Covid-19, que todo lo acapara desde su irrupción en marzo del año pasado, y que ahora intensifica aún más su presencia en los medios de comunicación y provoca la reacción de nuestras Comunidades Autónomas con medidas restrictivas de movilidad, actividad y contacto social, dado el crecimiento a un ritmo alarmante de los contagios tras las tan iluminadas como permisivas vacaciones de Navidad, nos llegó la anunciada borrasca bautizada “Filomena”. Con la gran nevada por bandera blanca. De esas que pasan una vez cada cien años. Histórica, pues. “Más alta que larga”, que decían otrora los viejos del lugar. Y con su correspondiente helada (carámbanos incluidos), que nos dejó congelados y enclaustrados en pueblos y ciudades, ya que nieve que no se quita, no se va de los campos (y los animales no pueden salir a pastar), carreteras (impidiendo la circulación de viajeros y mercancías), ni de calles y plazas (lo que dificulta el caminar seguro de las personas). ¡Parece que se tratara de la sexta glaciación! Ya que siete días después la nieve y el hielo siguen ahí, dificultando el normal desarrollo de nuestras vidas cotidianas. 
      Sobre la gestión del virus y de la nieve se están echando constantemente en cara las culpas unos responsables a otros. De irresponsables, mejor, se les puede tildar. Porque como tales se comportan, en lugar de unirse y coordinar sus esfuerzos desde las diferentes Administraciones Públicas que gobiernan, con el fin de remediar en lo posible lo que tan perjudicialmente está afectando a vidas y haciendas de los ciudadanos. Si ello no es posible en tiempos de calamidad como el que vivimos, ¿qué desgracia o catástrofe tiene que acontecer para que recapaciten y obren en pro del bien común? Más les valdría a los unos y los otros bajarse del pedestal de su soberbia. Porque tenemos la sensación de que nuestros políticos viven en un mundo aparte, por encima del suelo, que no ha sido creado por otro nadie que no sean ellos mismos. 
      La diferencia entre los animales y los hombres estriba en que nosotros cooperamos, porque somos capaces de fabular y de crear. Además de por el uso del lenguaje y la construcción de herramientas, un rasgo distintivo que nos define como humanos es la compasión. El que cuidamos los unos de los otros, solidariamente, desde los afectos. La pandemia del coronavirus ha trastocado por entero nuestras vidas, y es ahora, precisamente, cuando hemos tomado consciencia de nuestra fragilidad y vulnerabilidad, cuando más necesitamos de la compasión, de los cuidados. Desde la solidaridad, alejados de los egoísmos. 
      Resulta significativo que, ante la que está cayendo, salte a la palestra el jefe de la oposición Pablo Casado reclamando al Gobierno Central la aplicación de los fondos de recuperación europeos para reparar los males causados por “Filomena”. Ignorando él, precisamente él, que dichos recursos están destinados a modernizar España en torno a cuatro ejes-palancas como son los de la reforma de la Administración, la inclusión social, la transformación digital y la transición ecológica. O que la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se despache ahora diciendo que nadie les había avisado de la llegada de “Filomena”, cuando la Agencia Estatal de Meteorología la pronosticó con suficiente antelación y dada su intensidad la calificó en grado de alerta roja, siguiendo el protocolo establecido de notificación por los conductos y cauces oficiales. No obstante, la guinda en este pastel de declaraciones la ha puesto el Alcalde del Ayuntamiento de Madrid, José Luis Martínez-Almeida que ha solicitado al Gobierno Central la declaración de la ciudad como zona catastrófica y ha anunciado que la cuantía preliminar de los daños causados por el temporal asciende a 1.398 millones de euros. Leen bien, valoración preliminar. Por lo que podría aumentar aún más dicha cifra. ¿Qué entra ahí? El grueso de pérdidas en la actividad económica, con lo que han dejado de ingresar bares, hoteles, etc., etc. Es decir, lo que ha sucedido en Madrid capital estos días es mucho más catastrófico que el terremoto de Lorca que costó 471 millones de euros o que el tsunami de Indonesia que ascendió hasta los 500 millones. 
      Conforme a ese proceder: ¿a cuántos millones de euros ascendería la deuda histórica contraída por los diferentes gobiernos de la nación para con la provincia de Soria por las muchas nevadas padecidas a lo largo de los años? 
      Vengan aquí las palabras de Isaac Asimov, cuando advirtió: “La cepa de anti-intelectualismo ha sido un hilo conductor que serpentea a través de nuestra vida política y cultural, alimentado por la falsa noción de que la democracia significa que mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento”. Sin complejos y sin escrúpulos, se piensan que nuestra ignorancia es tan grande como su falta de conocimiento. 
José María Martínez Laseca 
(16 de enero de 2021)

Ciudad y movilidad

¿Quién no ha visto sin temblar el desplazamiento temerario e impune de algún que otro ciclista haciendo piruetas por nuestra céntrica calle de El Collado, sorteando a la gente que pasea tan tranquila, ignorante de lo que se le puede venir encima, tanto de frente como por la espalda? Y donde digo ciclista muy bien puedo decir, asimismo, usuario de patinete eléctrico, monociclo, monopatín o artilugio equiparable. Máquinas, en definitiva, frente a personas, en clara desventaja para estas por ser la parte más débil en caso de atropello o colisión. Que, todavía, se les ve transitar indebidamente por las aceras o las mal denominadas zonas peatonales. Ello, pese a haber entrado en vigor el pasado día 2 de enero la nueva normativa para Conductores de Vehículos de Movilidad Personal, entre los que destacan los mentados patinetes eléctricos que han venido campando a sus anchas por nuestras ciudades. 
      Porque prohibidos quedan (y aún antes ya lo contemplaban algunas ordenanzas municipales), pero se incumple lo establecido. Porque la norma les resulta desconocida, alegan. Sepan, pues, que se les obliga a circular por la calzada y, además, a no superar los 25 kilómetros por hora. También tienen prohibido trasladarse por túneles, travesías, vías interurbanas, autovías o autopistas, estén o no dentro de la ciudad. Y deberán cumplir como cualquier otro conductor con las normas de tráfico y, en consecuencia, podrán ser sometidos a la prueba de alcoholemia y detección de drogas. No podrán llevar auriculares puestos, ni hacer uso del móvil o cualquier otro dispositivo mientras conducen. Se les exigirá en el futuro un permiso de circulación e incluso se está valorando la necesidad de que lleven casco y tengan un seguro. 
      Por supuesto que los sufridos peatones nos hemos alegrado de dicha regulación a la vista de los muchos comportamientos indebidos por aquellos irresponsables que, bajo la falsa premisa de lo ecológico, se sirven de estas nuevas maneras de moverse por la ciudad como si de la misma jungla se tratara. Tal libertinaje y permisividad han contribuido, sin duda, a que aumentara la demanda de tales artilugios, máxime en estos tiempos de pandemia en que vivimos. Y estas alternativas no se desincentivan con los estímulos correspondientes al uso del transporte público. Con todo, hay quien dice que la regulación, en vez de reducir su utilización, la ampliará. Opinan que el problema no se ha resuelto, sino que se ha trasladado a la calzada (lo ideal sería que fueran por el carril bici) con el consiguiente peligro para los otros vehículos y para ellos mismos, por supuesto. 
      También, respecto a otros vehículos, la normativa de la Dirección General de tráfico sanciona más los comportamientos de riesgo como conducir móvil en mano o no usar el cinturón de seguridad. Y pone nuevos límites de velocidad (a aplicar dentro de seis meses) en las vías urbanas en 20, 30 y 50 Km/h. según dispongan de una plataforma única de calzada, como las peatonales; tengan un único carril por sentido de circulación o se trate de calles o avenidas de dos o más carriles por sentido. Lo que debiera de contribuir, junto al mayor control de la distribución de mercancías y repartimientos, a hacer una ciudad más transitable, frente a lo alocada que se advierte cada día. 
      En esta reflexión sobre el impacto del tráfico en nuestras ciudades se piensa también atacar los aparcamientos mal hechos que se realizan sobre aceras (de patinetes, bicicletas, motos, etc.) puesto que estorban el paso a los viandantes e impiden la accesibilidad a las personas con movilidad reducida, cuyos vehículos quedan excluidos de la nueva regulación. 
      Podemos concluir que, durante estos últimos años, hemos observado en nuestras ciudades una clara invasión del ecosistema público. O, lo que es lo mismo, una evidente privatización del espacio público que, entre lo que se comen las terrazas de los bares, muchas de ellas ancladas con estructuras de cerramiento cual establecimientos fijos, y lo que invaden esos vehículos de transporte personal, es ya cualquier cosa menos público. 
      Asuma, por tanto, nuestro Ayuntamiento sus poderes y responsabilidades y no acabe dejándolo todo en manos del más puro liberalismo en materia de movilidad. E intervenga al respecto, en pro de una ciudad más cómoda y habitable por sus calles y plazas. 
José María Martínez Laseca 
(10 de enero de 2021)

domingo, 3 de enero de 2021

Año nuevo, vida nueva

En este país nuestro de cada día llamado España ya nos despedimos del nefasto 2020, por ser madre de todos los males sanitarios, económicos y sociales que nos aquejan como consecuencia de la sorpresiva irrupción del tan contagioso como letal Coronavirus. Una pandemia que, además, nos robó la primavera confinándonos en nuestras casas. Lo acometimos al filo de la medianoche del 31 de diciembre o Nochevieja. Con ganas. Como Dios manda. Mediante el ritual centenario en su liturgia de tomar las “doce uvas de la suerte”. Mirando en el televisor el reloj que, en la Puerta del Sol de Madrid, esta vez desierta de fieles y allegados, nos iba marcando el compás, con sus doce campanadas, y así embucharlas una a una por cada mes del nuevo año entrante 2021. 
      Un ritual, celebrado en la intimidad requerida, para ver hechos realidad nuestros deseos. ¡Año nuevo, vida nueva!, gritamos con rabia, al brindar entrechocando nuestras copas de champán, para recuperar nuestro optimismo por vivir con alegría y convivir con la gente. (Algo a lo que, sin duda, contribuirá la campaña de vacunación puesta en marcha, rebajando la mortalidad). ¡Por el cambio! Porque creemos firmemente en consonancia con el citado refrán, tras hacer balance del año concluido, que el mero cambio de ciclo conlleva por sí mismo nuevas y mejores expectativas. 
      Aquí, en nuestra provincia de Soria, tenemos otro rito tradicional que nos sirve por añadidura, de año y vez, para dar la bienvenida colectiva y gozosa al nuevo tiempo. Acontece en la mañana del 6 de enero, día de Reyes. Se trata del traslado del arca-archivo de madera, con dos cerraduras, que guarda en su interior los documentos sobre pleitos y acuerdos mantenidos en relación con la posesión y usos compartidos de pastos, riegos, leñas, etc. de la dehesa boyal de La Mata, gestionada en usufructo desde la Edad Media (1329) por los pueblos de Almarza y San Andrés de Soria. “Dehesa de los cuatro lugares” se nombraba, porque también integraba a los lugares de Cardos y Pipahón, hoy despoblados. Arca de la concordia, pues, que en los años impares va a Almarza y que retornará en los pares a San Andrés. 
      En la actualidad su permanencia, como patrimonio cultural inmaterial, supone un ritual de identidad, de orgullo y distinción de las dos poblaciones. Pero en esta ocasión no se llevará a cabo de forma multitudinaria. Puesto que la pandemia no ha remitido y la situación es complicada. Se acometerá su traspaso de manera simplificada. Sin música de gaiteros. Ni comitivas de vecinos de una y otra localidad que converjan en la frontera equidistante de Canto Gordo. No habrá tampoco aperitivo al concluir, ni verbena en la noche. Adaptándolo a las circunstancias, tan solo 10 personas por cada pueblo lo oficiarán, portándola a hombros las de San Andrés para su intercambio en el punto de encuentro indicado, tras abrir con sus dos llaves el arcón y comprobando el contenido, con los de Almarza que la recogen, dando de este modo continuidad a lo acostumbrado. 
      Esta vez el año nuevo 2021 se ha estrenado vistiendo un hermoso traje de blanca nieve. Y como reza otro refrán popular: año de nieves, año de bienes. Por lo que hemos de entrar con buen pie en el nuevo camino a recorrer para poder salir airosos de esta problemática desoladora que nos ha dejado perplejos. Y los ciudadanos tenemos en nuestras manos la posibilidad de avanzar o retroceder en pos de ese desarrollo sostenible que evite los efectos contraproducentes del cambio climático. 
      Nunca ha recibido España tanto dinero de la Unión Europea como sucede ahora. Todos los presupuestos recién aprobados: Generales del Estado, de Castilla y León, de la Diputación Provincial de Soria y de nuestros pequeños Ayuntamientos son presupuestos expansivos. Hay que reflexionar y mucho en esa exigencia de futuro para nuestra provincia, paradigma de la España vaciada. Pasando de una vez por todas de repetir los mismos diagnósticos a la puesta en marcha de los remedios curativos. Realidades, en este tiempo nuevo que acabamos de inaugurar. Lo que nosotros queremos son hechos y no promesas. Somos lo que hacemos y no lo que prometemos. Que no tengamos que recurrir, como en otros tantos casos, a la sabia expresión popular para augurar una larga espera de que “nos van a dar las uvas”. 
José María Martínez Laseca
(3 de enero de 2021)