Por si no fuera ya bastante con el dramático tema de la pandemia del Covid-19, que todo lo acapara desde su irrupción en marzo del año pasado, y que ahora intensifica aún más su presencia en los medios de comunicación y provoca la reacción de nuestras Comunidades Autónomas con medidas restrictivas de movilidad, actividad y contacto social, dado el crecimiento a un ritmo alarmante de los contagios tras las tan iluminadas como permisivas vacaciones de Navidad, nos llegó la anunciada borrasca bautizada “Filomena”. Con la gran nevada por bandera blanca. De esas que pasan una vez cada cien años. Histórica, pues. “Más alta que larga”, que decían otrora los viejos del lugar. Y con su correspondiente helada (carámbanos incluidos), que nos dejó congelados y enclaustrados en pueblos y ciudades, ya que nieve que no se quita, no se va de los campos (y los animales no pueden salir a pastar), carreteras (impidiendo la circulación de viajeros y mercancías), ni de calles y plazas (lo que dificulta el caminar seguro de las personas). ¡Parece que se tratara de la sexta glaciación! Ya que siete días después la nieve y el hielo siguen ahí, dificultando el normal desarrollo de nuestras vidas cotidianas.
Sobre la gestión del virus y de la nieve se están echando constantemente en cara las culpas unos responsables a otros. De irresponsables, mejor, se les puede tildar. Porque como tales se comportan, en lugar de unirse y coordinar sus esfuerzos desde las diferentes Administraciones Públicas que gobiernan, con el fin de remediar en lo posible lo que tan perjudicialmente está afectando a vidas y haciendas de los ciudadanos. Si ello no es posible en tiempos de calamidad como el que vivimos, ¿qué desgracia o catástrofe tiene que acontecer para que recapaciten y obren en pro del bien común? Más les valdría a los unos y los otros bajarse del pedestal de su soberbia. Porque tenemos la sensación de que nuestros políticos viven en un mundo aparte, por encima del suelo, que no ha sido creado por otro nadie que no sean ellos mismos.
La diferencia entre los animales y los hombres estriba en que nosotros cooperamos, porque somos capaces de fabular y de crear. Además de por el uso del lenguaje y la construcción de herramientas, un rasgo distintivo que nos define como humanos es la compasión. El que cuidamos los unos de los otros, solidariamente, desde los afectos. La pandemia del coronavirus ha trastocado por entero nuestras vidas, y es ahora, precisamente, cuando hemos tomado consciencia de nuestra fragilidad y vulnerabilidad, cuando más necesitamos de la compasión, de los cuidados. Desde la solidaridad, alejados de los egoísmos.
Resulta significativo que, ante la que está cayendo, salte a la palestra el jefe de la oposición Pablo Casado reclamando al Gobierno Central la aplicación de los fondos de recuperación europeos para reparar los males causados por “Filomena”. Ignorando él, precisamente él, que dichos recursos están destinados a modernizar España en torno a cuatro ejes-palancas como son los de la reforma de la Administración, la inclusión social, la transformación digital y la transición ecológica. O que la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se despache ahora diciendo que nadie les había avisado de la llegada de “Filomena”, cuando la Agencia Estatal de Meteorología la pronosticó con suficiente antelación y dada su intensidad la calificó en grado de alerta roja, siguiendo el protocolo establecido de notificación por los conductos y cauces oficiales. No obstante, la guinda en este pastel de declaraciones la ha puesto el Alcalde del Ayuntamiento de Madrid, José Luis Martínez-Almeida que ha solicitado al Gobierno Central la declaración de la ciudad como zona catastrófica y ha anunciado que la cuantía preliminar de los daños causados por el temporal asciende a 1.398 millones de euros. Leen bien, valoración preliminar. Por lo que podría aumentar aún más dicha cifra. ¿Qué entra ahí? El grueso de pérdidas en la actividad económica, con lo que han dejado de ingresar bares, hoteles, etc., etc. Es decir, lo que ha sucedido en Madrid capital estos días es mucho más catastrófico que el terremoto de Lorca que costó 471 millones de euros o que el tsunami de Indonesia que ascendió hasta los 500 millones.
Conforme a ese proceder: ¿a cuántos millones de euros ascendería la deuda histórica contraída por los diferentes gobiernos de la nación para con la provincia de Soria por las muchas nevadas padecidas a lo largo de los años?
Vengan aquí las palabras de Isaac Asimov, cuando advirtió: “La cepa de anti-intelectualismo ha sido un hilo conductor que serpentea a través de nuestra vida política y cultural, alimentado por la falsa noción de que la democracia significa que mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento”. Sin complejos y sin escrúpulos, se piensan que nuestra ignorancia es tan grande como su falta de conocimiento.
José María Martínez Laseca
(16 de enero de 2021)
No hay comentarios :
Publicar un comentario