En este país nuestro de cada día llamado España ya nos despedimos del nefasto 2020, por ser madre de todos los males sanitarios, económicos y sociales que nos aquejan como consecuencia de la sorpresiva irrupción del tan contagioso como letal Coronavirus. Una pandemia que, además, nos robó la primavera confinándonos en nuestras casas. Lo acometimos al filo de la medianoche del 31 de diciembre o Nochevieja. Con ganas. Como Dios manda. Mediante el ritual centenario en su liturgia de tomar las “doce uvas de la suerte”. Mirando en el televisor el reloj que, en la Puerta del Sol de Madrid, esta vez desierta de fieles y allegados, nos iba marcando el compás, con sus doce campanadas, y así embucharlas una a una por cada mes del nuevo año entrante 2021.
Un ritual, celebrado en la intimidad requerida, para ver hechos realidad nuestros deseos. ¡Año nuevo, vida nueva!, gritamos con rabia, al brindar entrechocando nuestras copas de champán, para recuperar nuestro optimismo por vivir con alegría y convivir con la gente. (Algo a lo que, sin duda, contribuirá la campaña de vacunación puesta en marcha, rebajando la mortalidad). ¡Por el cambio! Porque creemos firmemente en consonancia con el citado refrán, tras hacer balance del año concluido, que el mero cambio de ciclo conlleva por sí mismo nuevas y mejores expectativas.
Aquí, en nuestra provincia de Soria, tenemos otro rito tradicional que nos sirve por añadidura, de año y vez, para dar la bienvenida colectiva y gozosa al nuevo tiempo. Acontece en la mañana del 6 de enero, día de Reyes. Se trata del traslado del arca-archivo de madera, con dos cerraduras, que guarda en su interior los documentos sobre pleitos y acuerdos mantenidos en relación con la posesión y usos compartidos de pastos, riegos, leñas, etc. de la dehesa boyal de La Mata, gestionada en usufructo desde la Edad Media (1329) por los pueblos de Almarza y San Andrés de Soria. “Dehesa de los cuatro lugares” se nombraba, porque también integraba a los lugares de Cardos y Pipahón, hoy despoblados. Arca de la concordia, pues, que en los años impares va a Almarza y que retornará en los pares a San Andrés.
En la actualidad su permanencia, como patrimonio cultural inmaterial, supone un ritual de identidad, de orgullo y distinción de las dos poblaciones. Pero en esta ocasión no se llevará a cabo de forma multitudinaria. Puesto que la pandemia no ha remitido y la situación es complicada. Se acometerá su traspaso de manera simplificada. Sin música de gaiteros. Ni comitivas de vecinos de una y otra localidad que converjan en la frontera equidistante de Canto Gordo. No habrá tampoco aperitivo al concluir, ni verbena en la noche. Adaptándolo a las circunstancias, tan solo 10 personas por cada pueblo lo oficiarán, portándola a hombros las de San Andrés para su intercambio en el punto de encuentro indicado, tras abrir con sus dos llaves el arcón y comprobando el contenido, con los de Almarza que la recogen, dando de este modo continuidad a lo acostumbrado.
Esta vez el año nuevo 2021 se ha estrenado vistiendo un hermoso traje de blanca nieve. Y como reza otro refrán popular: año de nieves, año de bienes. Por lo que hemos de entrar con buen pie en el nuevo camino a recorrer para poder salir airosos de esta problemática desoladora que nos ha dejado perplejos. Y los ciudadanos tenemos en nuestras manos la posibilidad de avanzar o retroceder en pos de ese desarrollo sostenible que evite los efectos contraproducentes del cambio climático.
Nunca ha recibido España tanto dinero de la Unión Europea como sucede ahora. Todos los presupuestos recién aprobados: Generales del Estado, de Castilla y León, de la Diputación Provincial de Soria y de nuestros pequeños Ayuntamientos son presupuestos expansivos. Hay que reflexionar y mucho en esa exigencia de futuro para nuestra provincia, paradigma de la España vaciada. Pasando de una vez por todas de repetir los mismos diagnósticos a la puesta en marcha de los remedios curativos. Realidades, en este tiempo nuevo que acabamos de inaugurar. Lo que nosotros queremos son hechos y no promesas. Somos lo que hacemos y no lo que prometemos. Que no tengamos que recurrir, como en otros tantos casos, a la sabia expresión popular para augurar una larga espera de que “nos van a dar las uvas”.
José María Martínez Laseca
(3 de enero de 2021)
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