domingo, 27 de diciembre de 2020

Adiós, 2020, adiós

A sus 24 años el santanderino Gerardo Diego Cendoya aprueba las oposiciones de catedrático de Literatura y su destino como profesor –al igual que le pasó a su predecesor Antonio Machado– lo trajo hasta el único Instituto de Enseñanza Secundaria entonces existente en Soria. Corría el año 1920. Y aquí permaneció entre los nuestros dos cursos tan solo para trasladarse luego, sucesivamente, a Gijón, Santander y, finalmente, a Madrid. Pero, Gerardo Diego, además, era poeta. Y también con su lírica le cantó a Soria a lo largo del tiempo –porque él, nostálgico, siempre regresó, tanto de hecho como de pensamiento–. Cantó a sus paisajes y a sus gentes, en versos magistrales compilados en su precioso poemario “Soria Sucedida”(1977). 
      Agradecida por ello, la ciudad del alto Duero le plantó una bonita escultura –obra del artista local Ricardo González Gil– en los soportales de El Collado, junto a la cristalera del salón de los espejos del Casino Amistad-Numancia. Lugar recreativo al que acudía don Gerardo, después de impartir sus clases, y donde solía verse con otros escritores y periodistas sorianos con los que mantenía animada tertulia y trabó perenne amistad. Queda bien retratado. Su figura sedente, flaca y ascética, con las piernas cruzadas, envarada dentro de su traje, con el rostro severo y sujetando un libro con su mano izquierda. En la mesita, con versos grabados de su “Bécquer en Soria”, una taza de café que coge con su mano derecha. Le gustaba echarle un primer terrón de azúcar y remojar el otro cuidadosamente, observando el fenómeno de la capilaridad. Y frente a él una silla vacía, para que se siente a departir un rato el viandante o el turista pueda hacerse una foto. Me recuerda esta estatua a la del poeta Fernando Pessoa en el café A Brasileira, sito en el Chiado de Lisboa. 
     Ha transcurrido un siglo de su llegada. Íbamos a celebrar el acontecimiento con actividades culturales varias. Pero la adversidad de lo inesperado lo ha trastocado todo. Nadie mejor que él, puede entender de lo que hablo. Porque a él le tocó vivir algo muy similar, cuando se presentó por primera vez a oposiciones de Instituto en Madrid, en 1918. Fue con la gran gripe, la mal llamada gripe española. También una pandemia, que causó más víctimas que la primera guerra mundial con la que coincidió. Aquí en Soria murieron 1500 personas. La madre de su amiga Concha de Marco, con 25 años, y su hermanita Carmen sin legar a cumplir uno, entre ellas. Concha recordaría en aquel homenaje del Club Urbis de Madrid, en 1973, saberse de memoria su poema dedicado a Bécquer, aprendido de jovencita. 
     Este año 2020 ha sido, pues, un año atípico. Nefasto. Marcado al completo por la pandemia del Coronavirus o Covid-19. Año dramático y terrible por todos los que se han ido. Aquí en nuestro país es como si un avión repleto de viajeros se estuviera estrellando cada día. Algo que ya se ha incorporado a la rutina de las estadísticas en los telediarios. Quién nos lo iba a decir a nosotros, tan felices y despreocupados, que una pandemia tan letal iba a cambiar y de qué manera nuestras vidas. Se ven comercios cerrados, y menos gente y menos alegría por las calles y plazas por mucho que hayan encendido las lucecitas multicolores de la Navidad para reanimarnos. Un mal año que nos ha llevado al estado de alarma, a sentir por dentro el miedo, al confinamiento y a la soledad. A los sentimientos de tristeza e incertidumbre. 
      Habrá quien recurra al dicho de que no hay mal que por bien no venga para extraer algo bueno de esta contrariedad. Por ejemplo, con relación al calentamiento global y el cambio climático, alegando que ha mejorado la calidad del aire en nuestras ciudades. Pero para frenar las emisiones de CO2 y ser más respetuosos con el medio ambiente se necesitan políticas eficaces, ejercer una mayor presión social y lograr una clara conciencia de que lo prioritario son las personas, frente a la hipocresía del capitalismo verde y la mercantilización de todo. Que, también, ha servido para reencontrarnos con nosotros mismos y valorar mucho más lo cercano, lo esencial, disfrutando de los placeres cotidianos y del reencuentro con la familia, lo que nos hace más felices. Acaso todo ello pensando en que regresaremos a la vieja normalidad, antes que asumir que hay cosas imposibles y que ya nada volverá a ser como era. Y deberíamos aprovechar la oportunidad que nos ha dado el Covid-19 para salir de esta encrucijada de una manera diferente. 
      Hemos sufrido la situación extraña del año 2020, un ciclo o círculo completo, que es tanto y es tan poco. Un año que nos ha puesto a prueba. Cierto es que hay cosas que no van a cambiar, aunque otras muchas sí, y entraremos en un mundo en el que lo virtual va a hacerse omnipresente en numerosos ámbitos: salud, educación, trabajo… Pero, no deberíamos renunciar a mantener las relaciones sociales y al contacto con los demás, que es lo que da pleno sentido a nuestras vidas. 
      Estos días comienza en España el proceso de vacunación, el milagro esperado conseguido en tiempo récord por los científicos. Como principio del fin. Una inyección con doble dosis para que sea efectiva, que se aplicará de aquí en adelante para acabar con la pandemia y conseguir un grado importante de inmunización. Mientras tanto, hemos de llevar la mascarilla puesta y actuar con prudencia y responsabilidad. No deberíamos, pues, volver a las andadas y repetir los errores del pasado, para no hipotecarnos el futuro y para que el año 2021 se convierta en el año de la esperanza. 
      Decía Gerardo Diego que ser poeta no es una ambición, sino una manera de estar solo. Yo sigo aquí, en este tiempo de mentiras y noticias falsas. Contemplando los ojos de la gente. En mis conversaciones conmigo mismo sobre los paraísos perdidos, la liturgia de la vida que repite siempre lo mismo sin romper con la costumbre, la falta de oportunidades para la juventud y la libertad de expresión. Cronista de lo que pasa. Pienso antes lo que digo y digo luego lo que pienso. Frente a aquellos que quieren monopolizar el relato. Todavía respiro y escribo, que no es poco. ¡Feliz 2021! 
José María Martínez Laseca 
(27 de diciembre de 2020)

lunes, 21 de diciembre de 2020

Los Bécquer y los Gaya

Se cumple, ahora precisamente, el aniversario de la desaparición de los dos hermanos Bécquer. Hace 150 años. El día 22 de diciembre de 1870, fallecía, en Madrid, Gustavo Adolfo Bécquer, que había nacido 34 años antes, el 17 de febrero de 1836, en Sevilla. Con tan solo tres meses de diferencia le había precedido, el 23 de septiembre, en su viaje al más allá, en la misma ciudad, su hermano Valeriano Bécquer, nacido así mismo, en Sevilla, el 15 de diciembre de 1833. Gustavo Adolfo resultaría ser el más afamado de los dos, debido a su mitificación como gran poeta posromántico. 
      Y ello, pese a no haber visto publicadas en vida sus “Rimas”, compiladas en el “Libro de los Gorriones”, perdido durante la revolución de La Gloriosa (1868), en el saqueo de la casa de su protector político Luis González Bravo, que lo custodiaba; si bien sus “Leyendas” habían aparecido en la prensa de la época. Por lo que hubo de esperarse a la edición póstuma de sus versos y sus prosas, que realizaron sus amigos. Como consecuencia, su influencia resultaría decisiva, ya que su voz se hace audible en lo mejor de la lírica española y latinoamericana. Puesto que en su quehacer creativo aúna la sentimentalidad más estremecida y siempre a flor de piel con la más penetrante lucidez introspectiva, generando un resultado en el que la exquisitez literaria y el dejo popular logran un maravilloso equilibrio. Valeriano, sin embargo, como pintor al que no se le puede negar su calidad, quedaba en un segundo plano. 
      ¿A qué viene aquí, pues, que mezcle yo a los Bécquer con los Gaya? Máxime cuando no son coetáneos los unos de los otros y los Gaya (que así se les denominaba en los círculos culturales de la segunda mitad del XX a Juan Antonio Gaya Nuño y Concha de Marco) no eran siquiera hermanos y estaban unidos en matrimonio. Pues bien, trataré de justificar el motivo de mi atrevida asociación. Curiosamente, tanto Juan Antonio como su esposa Concha, presumían de haber habitado en la ciudad del alto Duero, siendo niños, la misma casa que, con antelación, había alojado a los hermanos Bécquer. En el número quince de la Plaza de Herradores. Concha, incluso, había nacido allí, por ocuparla en alquiler su abuela Concha Soria, y Juan Antonio debido a que perteneció a sus tíos-abuelos Guillermo y Fermina Tovar. Esta, solía referirse a los Bécquer diciendo: “Aquellos pobrecillos…”. 
      Ítem más. Cuando, en 1970, se cumplió el centenario de la muerte de los hermanos Bécquer, los Gaya se esmeraron en celebrarlo, honrándoles como es debido. Así, Concha de Marco, por ser ella misma también poeta, se centró en su favorito. Su ensayo: “Homenaje a la memoria de Gustavo Adolfo Bécquer” lo recogió la revista “Árbol de fuego”, Caracas, Año 3, nº 33, dic. 1970. Consiste en una sucinta biografía y una selección de textos. La autora va intercalando datos del biografiado y citas de sus versos y sus prosas, con exquisito gusto, para conformar una unidad armónica. El lector obtiene con ello una imagen muy nítida del lírico sevillano. 
      Por su parte, Juan Antonio Gaya Nuño, reputado escritor, historiador y crítico de Arte, incluía, en “Diario de Barcelona”, 2 de septiembre de 1970, su artículo: “En el centenario de los hermanos Bécquer”, ilustrado con dos cuadros de Valeriano: “Campesina soriana” y “Baile en los pinares de Soria”. Aquí, los situaba junto a otros hermanos célebres, como los Goncourt o los Álvarez Quintero. “Como mellizos, como iluminados por un ideal común de distinta expresión externa”. Y reivindicaba a Valeriano como un excelente dibujante y pintor costumbrista. Para nada un segundón. 
      También publicó: “Bécquer ante el Arte”, en “Revista de las Ideas Estéticas”, Madrid, nº 111, jul.-ag.-sept.,1970, págs. 13-20. Una vez más, insistía en que ambos hermanos le eran igualmente dilectos y repetía con ello el gesto de Francisco Rodríguez Marín que, cuando se inhumaron los restos de la fraterna pareja en Sevilla, del ramo de flores dispuesto sobre el ataúd de Gustavo Adolfo, separó varias de ellas y las colocó sobre el féretro de Valeriano. Así, lo que fuera admiración y simpatía con respecto a Gustavo Adolfo Bécquer, tomó otros perfiles, los de la respetuosa identificación con el poeta que comenzó la difícil, la rara tarea, tan excepcional en España, de compaginar la creación literaria con el estudio y la práctica de las Bellas Artes. Además de por la pintura (mentando a Rembrandt y El Greco) y la arquitectura de los templos, mostró su interés por la arqueología (Cueva de los murciélagos de Albuñol (Granada), la loza y hasta por la indumentaria popular (capa blanca de los pastores de Villaciervos, Soria). 
      En lo tocante a la crítica de arte la practicó respecto a algunas representaciones teatrales. Su curiosidad era, pues, incesante. Pero, ante todo, Gustavo Adolfo demostró ser un hombre sensible. Le preocupaba el vandalismo de que ya era víctima a la sazón el Tesoro Artístico Nacional y apuntó sus quejas. 
      Escribía Gaya Nuño que, a distancia cronológica, los hermanos Bécquer fueron sus compañeros de paseos. Antes que él, Gustavo Adolfo, recorrió mil parajes entrañables de su ciudad y sus afueras. Pues conocía bien el templo y claustro de San Juan de Duero, la delicia de San Polo, el Monte de las Ánimas y la Sierra de Santa Ana, como se constata en sus “Leyendas”. Que, anticipándose a Antonio Machado, frecuentaría el paseo inefable de San Polo a San Saturio, en la margen izquierda del Duero. Y que, también, se sintió subyugado por la ermita del santo anacoreta y por el pintoresco santero al que describe, antecediendo con su glosa el título de uno de los librejos más preciados de Gaya Nuño cual es “El santero de San Saturio”. 
      Convendría que el curioso lector degustara estos tres artículos de los Gaya, a los que yo he hecho aquí muy comprimida mención, relativos a loar a los hermanos Bécquer. Empero, todavía anotaré, para concluir, esta reflexión: “de una lectura atenta de sus escritos, ha de tenerse por cierto que Gustavo Adolfo Bécquer fue mucho menos sevillano o madrileño –nacimiento y óbito– que soriano –y todavía más toledano– de adopción. Porque el lugar de nacimiento no se elige, y el de muerte, con tanta frecuencia, tampoco. Pero sí se selecciona la geografía más acorde con las necesidades del espíritu, y en este hecho, como en tantos otros, Bécquer y Machado coinciden en la selección de la delicada Soria”. La Soria en la que, pese al largo tiempo transcurrido, su recuerdo permanece vivo. 
José María Martínez Laseca 
(21 de diciembre de 2020)

lunes, 14 de diciembre de 2020

Concha de Marco y el Machado

Lo traigo aquí a cuento porque han pasado cincuenta años –que es una cifra redonda– de aquello. Y porque tiene por protagonista principal a mi muy querida –lo es mucho más aún en la medida en que voy profundizando en su vida y milagros literarios– Concha de Marco. Y porque el recinto espacial donde aconteció fue el histórico Instituto de Segunda Enseñanza de Soria, en el que yo ejercí como profesor de lengua española y literatura. Antes, años 20, también había sido profesor de Gimnasia –y desempeñó el cargo de secretario– el doctor Juan Antonio Gaya Tovar. Por añadidura sus tres hijos Gaya Nuño: Juan Antonio (ayudante de Letras), Benito (de Griego) y Amparo (de Ciencias Naturales), que, además, al inicio de los años 80 del pasado siglo, fue su directora. Anoto que Juan Antonio Gaya Nuño se casó por lo civil, el 16 de julio de 1937, con Concha de Marco. 
      Para adentrarnos en el caso que nos ocupa, copio el texto de una tarjeta que dice: Asociación de Antiguos Alumnos del I.N.E.M. y SAAS invitan a Vd. y familia a la lectura que Concha de Marco hará de su libro “Acta de identificación” el día 11 de Marzo, en la Cátedra Antonio Machado, a las 20 horas. El acto será presentado por Víctor Pzancoyalba. Soria 1970. 
      Precisamente, el año anterior, 1969, Concha de Marco había publicado su tercer poemario, tras “Hora 0,5” (1966) y “Diario de la mañana” (1967). Se trataba de un amplio volumen –con un total de 57 poemas– dividido en tres partes: “Mujer de piedra”, “Estación de Metro” y “Dudresnaia Coralina”. De hecho, la viñeta de su portada puede interpretarse como el plano de Numancia, una red de metro o una célula biológica. En buena parte, recoge una poesía narrativa en la que se cuentan historias y hechos, dentro de la cual se describen realidades. Con predominio del verso libre. De testimonio y compromiso ético. Arrancando de sus propias raíces para moralizar con el corazón y el entendimiento convertido en palabras. 
      De verdadero “acontecimiento literario” fue calificado por Fidel Carazo Hernández en su crónica de “Soria Hogar y Pueblo”, del 13 de marzo de 1970. Conforme a lo anunciado, el recital fue presentado por el joven poeta Víctor Pzancoyalba (Víctor Pozanco Villalba, autor de “Soria Pura”) y estuvo cargado de mucha emoción en la lectura de los versos escogidos de “Acta de identificación”. “A Concha de Marco, mujer de exquisita y muy cultivada sensibilidad, se le inundaron muchas veces los ojos, a golpes de ternura, de afanes y de recuerdos. Vino a decirnos esto: “Mi madre me dio a luz riendo y se me murió dos años después llorando. ¡Pero qué yunque, Concha, te hizo Dios de aquella y de tantas otras orfandades que te machacaron después!”. La gozosa satisfacción se evidenció a lo largo de las dos horas que duró la velada y alcanzó su mayor intensidad durante la declamación de los poemas referidos a Numancia. 
      Por colofón, Antonio Ruiz Ruiz leyó a los asistentes el poema remitido para la ocasión a Concha de Marco, desde Méjico por el magistrado y amigo Mariano Granados Aguirre. Se titulaba “Soy un viejo y romántico soriano” (está reproducido en “Soria Hogar y Pueblo” de 24 de junio de 1970). En sus versos, el paisano y amigo exprimía sus recuerdos vividos, aludiendo a un supuesto cruce de calles entre aquella niña que iba cantando y él, ya viejo, que caminaba buscándose a sí mismo entre la niebla de sus orígenes castellanos. 
      Mas, no quedaba ahí la cosa, ya que en el mismo periódico y con idéntica fecha se plasmaba un escrito en prosa del susodicho con este titular en negrita: “De qué cuadrilla es Concha de Marco. Carta desde Méjico”. Aquí repasaba ahora Mariano Granados a cuantos conocía de su estancia en Soria con el apellido de Marco, descartando a unos cuantos para ir a dar, finalmente, con Godofredo de Marco y sus guapas hermanas. Hijos todos ellos de Elías de Marco y Concha Soria. Con casa abierta en la calle Numancia. La más pequeña era Concha de Marco Soria, que contrajo nupcias con el inspector de policía Mariano Gutiérrez Santamaría. 
      Y así es como Mariano Granados nos situaba a Concepción Gutiérrez de Marco en el registro civil. A la nueva –por renacida– Concha de Marco, la que rubricaba su poemario con ese título tan sugestivo: “Acta de identificación”. El libro que significaba para ella el retorno a su Ítaca de infancia, de la que se alejó cuando tan solo contaba cinco años. 
      Visto lo visto, queda patente la relación sentimental de nuestra poetisa Concha de Marco con el histórico Instituto de Soria (actual I.E.S. “Antonio Machado”). Para completar así el círculo trazado por la saga de los Gaya. Un hecho singular, sin duda, propiciado por el sortilegio de la literatura. 
José María Martínez Laseca 
(13 de diciembre de 2020)

Las doce tallas clonadas para San Juan

En la planta baja del Centro cultural Palacio de la Audiencia de Soria se exponen las réplicas de los 12 Santos titulares correspondientes a las 12 Cuadrillas en las que, actualmente, se divide la ciudad de Soria, a efectos organizativos o de intendencia, para la celebración de sus tradicionales Fiestas de San Juan o de la Madre de Dios, y que este año no se han podido disfrutar a causa de la pandemia del Covid-19. 
      Inaugurada el pasado 2 de diciembre, la muestra de las nuevas imágenes clonadas está abierta al público en los horarios habituales hasta el día 8 de enero del año nuevo 2021. Quedan contextualizadas todas ellas por un conjunto de 57 fotografías de los sanjuanes, aportadas las más antiguas por el coleccionista Tomás Pérez Frías y las más recientes y novedosas por el fotógrafo Juan Carlos Arlegui. 
      Cabe decir que todo partió del empeño de varias corporaciones municipales que dotaron las partidas presupuestarias necesarias para que el proyecto, bajo la dirección técnica de Pablo Yagüe Hoyal, saliera adelante. La realización de dichas reproducciones ha corrido a cargo de Del Olmo Arte y Restauración S.L. , la empresa adjudicataria en 2018, que administra Julián del Olmo Soriano. Se trata de un taller artesanal especializado en este tipo de trabajos con materiales religiosos. 

El proceso comenzó por el escaneado de las piezas originales en 3D, continuando con el mecanizado posterior en el taller. Se efectuó por lonchas. Tras encolarlas, se lijaron y se repasaron con gubia a mano todos los detalles. Luego se preparó una base con yeso y alabastro, atendiendo a los dorados y trazando los dibujos, con el estofado al modo tradicional para dotarlas de su policromía. Todo ello en madera de calidad, sin dañar a las verdaderas. El resultado conseguido ahí queda, sometido a la fiscalización del curioso espectador. 
      Las doce tallas históricas, de madera policromada, de autores desconocidos y de influencia o escuela castellana, son las de San Pedro (s. XVI), Santa Catalina (s. XVII), Santa Bárbara (s. XVI), San Esteban (s. XVII), La Blanca (s. XVIII), El Salvador (s. XVII), Santiago (s. XVIII), La Mayor (s. XVIII), San Martín (s. XVI), San Blas (s. XVI), San Juan (s. XVII) y San Miguel (s. XVII). Dichas imágenes presiden la asamblea vecinal de El Catapán el primer domingo de mayo, desfilan el Lunes de Bailas desde la plaza mayor hasta la ermita de la soledad y retornan para rendir pleitesía a la Virgen de la Blanca (salvo la de El Salvador y la de La Mayor) y, después, al compás de la música recorren, portadas en andas, las calles de sus respectivas Cuadrillas. Y, entre fiestas, la mayoría de ellas permanecía en las casas de los Jurados en condiciones inadecuadas (calefacción, humedad, frío…), sometidas a contrastes que les producen contracciones y dilataciones. 
      La preocupación por su estado llevó a la Asociación de Jurados de Cuadrilla a adoptar medidas de mejora. Y durante el periodo 1999-2000 fueron restauradas, en dos fases, por Chabel Martínez, Mónica Sanz e Inmaculada Medina, contando con la colaboración del Ayuntamiento de Soria y Caja Duero. El proceso consistió en una desinsectación general, una media limpieza, un sentado de color en zonas concretas, estucados y desestucados en las pérdidas, de preparación, reintegración pictórica invisible, limpieza general, primer barnizado, reintegración unificada y barnizado final. 

Además, en julio de 2000, la restauradora Inmaculada Medina remitió a la Asociación de Jurados unas recomendaciones para la buena conservación de las tallas de las Cuadrillas. Siendo yo presidente de dicha Asociación escribí en el boletín nº 2 de julio-agosto de 2001 el artículo titulado “Sobre la mejor conservación y cuidado de las tallas de las Cuadrillas de San Juan”. Queríamos sensibilizar a los sorianos en aras a preservar para las generaciones venideras este patrimonio mueble, de carácter histórico-artístico y sentimental, que suponen las 12 tallas de los santos titulares de las Cuadrillas. 
      Allí, recogíamos ya la conveniencia de crear una sala específica de las Fiestas de San Juan que las cobijara y que bien pudiera integrarse en un futuro Museo de la ciudad de Soria. Al modo del centro de interpretación de los encierros de Cuellar (Segovia). Y apuntábamos, también, aplicar la clonación a la forma de actuar en nuestro caso, coincidiendo con la apertura de un auténtico clónico de las famosas Cuevas de Altamira, que entonces corrían serio peligro de degradarse por la masiva presencia de visitantes. 
      Esperamos, en consecuencia, que esta aspiración se vea rematada al completo. Y cabe pensar que, al igual que al rodar una película un doble sustituye a un actor principal en las escenas de mayor riesgo, los santos duplicados reemplacen a las tallas originales e históricas de los Santos de Cuadrilla más delicadas en el duro trajín al que se ven sometidas. 
      Porque nuestras fiestas de San Juan, con sus tradicionales usos y costumbres, fueron patrimonio del Estado del Común o Estado llano, hasta su disolución en el siglo XIX (1836), dividido en 16 Collaciones, Barrios o Cuadrillas, hasta que en 1909 se decidió reducirlas a 12. Y son fiestas ahora del común del pueblo soriano. Identitarias y muy singulares. Puesto que no celebra cada Cuadrilla o parroquia, como cabría suponer, la onomástica de su santo de advocación, sino que todas ellas al unísono, festejan, coincidiendo con el solsticio de verano, la pasión y muerte del dios toro y a sus 12 santos titulares. Por san Juan. De común acuerdo. 
José María Martínez Laseca 
(6 de diciembre de 2020)