Días atrás viajé a Calatayud, sita a orillas del río Jalón, que dista unos 90 kms. de nuestra ciudad. Se trata de la cuarta población en importancia de la vecina Comunidad Autónoma de Aragón, por detrás de sus tres capitales de provincia: Zaragoza, Huesca y Teruel. Porque rebasa los 20.000 habitantes. Recorrí sus calles y plazas, tanto del casco viejo como de su parte moderna, y me gustó, no ya por su rico patrimonio histórico-artístico y su gastronomía, sino, también, por el latir de su vida cotidiana. Antes había estado allí, de paso. Anoto que desde 2001 dispone de una estación del AVE, con la que íbamos a enlazar desde Soria por medio de la famosa lanzadera (¿Ubi sunt?).
Al patearla, observé oquedades en su casco urbano. Consecuencia directa de los precipitados derribos de edificios por el ansia especulativa de la construcción, y que al pincharse la burbuja inmobiliaria han dejado esos solares para corrales del sereno. ¿Qué locura colectiva nos llevó a pensar en la necesidad de tal oferta de vivienda nueva a tan elevados precios? ¿De dónde iba a venir la cantidad de gente requerida para habitarlas, máxime cuando esto sucedía en todos los sitios a la vez? ¿Acaso se esperaba una masiva invasión de los “bárbaros” del norte? Me fijé, en la carretera, al pasar por Almenar de Soria, como se ofertaban sin éxito unas cuantas viviendas unifamiliares adosadas. Aún me acordé de aquella ocurrencia del salto del Duero expandiendo el plano de Soria, la que se justificaba en la pretensión de dar cabida a 100.000 habitantes en la ciudad, cuando ni succionando a la provincia entera se alcanzaba dicha cifra. Ni aun acogiéndose al interesante fenómeno de segunda residencia.
Somos pocos, dispersos y envejecidos. Acaso con la despoblación nos pase como con la crisis, que, de tanto mentarla, parece perder su importancia. La mayoría de la población reside en el litoral y en las grandes ciudades. El interior de España, con provincias como Soria, Zamora y Teruel, se vacía. Si “Gobernar es repoblar” los sucesivos gobiernos han fracasado en el reto del equilibrio territorial. Ahora los doctores del Congreso la consideran “un problema de Estado” y los galenos del Senado están auscultándola. Pero dinero llama a dinero y el cáncer de la despoblación hiede a silencio y soledad.
José María Martínez Laseca
(25 de septiembre de 2014)
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