Románticas se antojan las acciones de las parejas de enamorados que marcan, con la punta de sus navajas, sobre las blandas cortezas de los árboles, los contornos de unos corazones que cobijan en su interior sus dos nombres acompañados del día de sus promesas. En la orilla izquierda del río Duero a su paso por Soria, se halla ese paraje idílico, de los más bellos de España, que transcurre entre San Polo y San Saturio, y allí se pueden encontrar ejemplos de cuanto digo. El poeta Antonio Machado lo observó con sus propios ojos en sus habituales paseos de meditación y lo anotó así en su cartera: “Estos chopos del río que acompañan / con el sonido de sus hojas secas, / el son del agua cuando el viento sopla, / tienen en sus cortezas / grabadas iniciales que son nombres / de enamorados, cifras que son fechas”. Versos que quedan incrustados en la roca. Es el mismo escenario en el que Gustavo Adolfo Bécquer situó la acción de su hermosa leyenda “El rayo de luna”.
“Hoy las ciencias adelantan, que es una barbaridad” le decía don Sebastián a don Hilarión en la zarzuela de La verbena de la Paloma. ¿Acaso, avanzan también los usos y costumbres? Digo esto porque, desde la publicación de la novela rosa 'Ho voglia di te' (Tengo ganas de ti), del italiano Federico Moccia, después llevada al cine, cuyos personajes colocaban un candado en el 'Ponte Milvio' de Roma, se ha ido extendiendo –desde París a Sidney– por todo el mundo la moda de colocar tales artilugios sobre las barandillas de los puentes. Son los denominados “candados del amor”, que proliferan cada vez más, cual si del invasivo mejillón cebra se tratase. Hasta el punto de hacer peligrar con su peso dichos puentes. Aunque no llega a tanto, también puede observarse su contagio sobre las barandillas de la pasarela que conduce a la ermita de San Saturio. Por donde accedió San Prudencio a visitar a su maestro anacoreta.
“Mira –dijo señalando con su dedo índice quien me pareció ser el cabeza de familia del grupo–, también aquí hay unos cuantos de esos que llaman candados del amor para siempre. Pronto vendrán a descerrajarlos”. “Son como los tatuajes hechos en la piel, que ahora ya se pueden borrar”, oí que le respondió una joven adolescente. Porque el amor ha de ser libre, sin tan férreas ataduras.
José María Martínez Laseca
(4 de septiembre de 2014)
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