Le gustaba al filósofo José Antonio Marina contar la historia de un profesor americano de Pedagogía que, el primer día de curso, decía a sus alumnos, futuros profesores: “He dedicado este verano a enseñar a hablar a mi perro. Está ahí fuera. ¿Queréis que pase a haceros una demostración?” Y los alumnos asentían entusiasmados. Así que el profesor introducía en el aula a su perro, que iba directamente a tumbarse delante de su mesa. Pasados cinco minutos, el perro no decía nada. Pasados diez minutos, el silencio continuaba. Por fin, un alumno osó ponerse en pie y exclamó: “Señor profesor, su perro no habla”. Y el profesor respondió: “Espero que esto os sirva en el futuro. Yo he dicho que había enseñado a hablar a mi perro, no que mi perro hubiese aprendido”. Lo importante no es tanto enseñar como que los alumnos aprendan.
Otro profesor en su primera clase escribía en la pizarra: “Comienza la clase de lengua, ¡silencio, por favor!” y “Vamos a estudiar una lengua extranjera, que se llama español o castellano”. A sus alumnos, poco acostumbrados a la interacción oral, apenas les llamaba la atención el primer enunciado –extraído, por cierto, de una viñeta humorística de El Perich–, mientras que sí se revolvían respecto al segundo, por entender que el español era su lengua materna y, en consecuencia, no les resultaba extraña. Y el profesor les comentaba que el uso funcional y comunicativo de la lengua debe desarrollarse en todos los ámbitos: expresión oral y escrita y comprensión oral y escrita. Que no se trataba de que ellos se entendieran entre colegas, sino de que supieran hacerlo siempre correctamente.
A propósito, el escritor Luis Landero refería que, por aquello de estar a la moda, a los mandamases educativos se les ocurrieron lindezas como hacer árboles sintácticos con las frases, pero los alumnos no aprendieron a escribir y a leer como Dios manda. Y aludía a que “en COU, yo sigo enseñándoles lengua, con mucho aparato terminológico, pero bastantes de mis jóvenes alumnos leen titubeando y sin entender a la primera lo que leen, su bagaje léxico es exiguo, un hipérbaton o una oración subordinada les es ya un laberinto, quieren explicar algo y no les alcanzan las palabras”. No es, pues, una tarea fácil. Porque aprender lengua lleva toda una vida.
José María Martínez Laseca
(18 de septiembre de 2014)
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