Han pasado 75 años. Tanto el bando republicano como el nacional recibían con idéntico optimismo la llegada del año 1937, lo que contrastaba con la agria realidad de una España fratricida. Los primeros periódicos del año despedían a Unamuno con la incomodidad que suscita todo inconformista disidente. Tras aquel tiempo para luchar, ahora llega el tiempo para recordar. De contarlo. Con el Alzamiento del 18 de julio de 1936 se desataron las más bajas pasiones. Y las delaciones interesadas o carcomidas por el odio buscaron su particular ajuste de cuentas. Hay quien me refirió que cuando fue al cuartel a preguntar por la suerte de su padre le dijeron que éste no figuraba en la lista inicial y que lo incorporaron en el pueblo al denunciarlo algún vecino y por eso acabó asesinado en una fosa común. En Almajano, mi pueblo, estaba entonces de Alcalde Emilio Bozal. Y cuando llegaron las rapaces de turno con su camioneta de la muerte a por el veterinario David Gayo y a por el médico Anselmo Peña, tildados de rojos, dicho alcalde les plantó cara espetándoles que si había que llevarse a alguien por delante que empezaran por él. Con lo que fuéronse y no hubo nada.
Muy distinto es el caso del carbonero de Magaña, que había hecho un par de mellizas a su pupilera. Éste solía increpar a los quintos del lugar aconsejándoles que no fueran a la guerra. No tardó mucho en darse el chivatazo. Y los piquetes falangistas acudieron en su busca. Lo encontraron junto al cauce del río mientras lavaba sus ropas. Lo subieron al camión y le dieron el paseo, descerrajándole un tiro en la sien. Dejaron su cadáver a la vista, tirado en la barranquera junto al puente. Los vecinos de La Losilla se apiadaron y lo cubrieron con piedras. “¡Ahí está enterrado!, me señalaba siempre el Marino -el tendero- cuando transitábamos por aquella carretera”, relata mi confidente.
Eso en la retaguardia. No obstante, en el frente sí que hubo algunas bajas de hombres de mi pueblo. En el atrio de la Iglesia una placa de mármol, junto a una cruz de madera, nos recordaba sus nombres de gloriosos caídos por Dios y por España. Eran tres: Saturnino Solano, Domingo Rodrigo y Honorio Heras. Este cayó en combate en Teruel. A Domingo lo alcanzó la explosión de una bomba. Y sobre Saturnino corrió el rumor de que se envalentonó con su capitán y le dispararon por la espalda.
José María Martínez Laseca
(12 de enero de 2012)
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