Íbamos el Antonino, “el Mocha” y yo por las márgenes del Duero. Herederos de aquellos aventureros que buscaban las fuentes del Nilo o del Amazonas como si de un Santo Grial se tratase. Sintiendo bajo nuestros pies la permanencia del paisaje, a la par que el paso del tiempo. Eran los días en que vino la nieve a visitarnos. Los tres caminábamos como otra jornada cualquiera, contracorriente y contra el frío. Embutidos en nuestras pellizas. Las manos dentro de los guantes y protegidas las orejas por unas coberturas que habíamos adquirido en las rebajas de enero por el módico precio de un solo euro. Observamos en las orillas los flamantes atracaderos para las piraguas. Mayor el del Augusto, junto al puente de piedra y otro más, aguas arriba, próximo al Peñón. Yo les recordé aquellos tiempos en que la alcaldesa Encarna Redondo quiso ponernos un barquito turístico -inspirado en los que surcaban el Misisipí en época del gran Mark Twain-. Idea ésta que ya a finales el siglo XVIII preconizara el periódico “El Numantino”, órgano oficial de la Sociedad Económica Numantina de Amigos del País. Pero aquel barquito, aquel barquito -el de la Encarna- nunca se fletó.
-Os supongo enterados del siniestro del Costa Concordia que estaba realizando un crucero de placer por el Mediterráneo, frente a las costas de Italia -nos dijo “el Mocha”-. Fijaos que transportaba más de 4.000 personas, que es como decir toda la gente de El Burgo de Osma y su comarca. Se cuentan ya 11 víctimas y 24 desaparecidos. Curiosamente el capitán fue el primero en saltar a tierra. Uno de los turistas que viajaban en el barco se quejaba, cabreado, de que miembros de la tripulación los abandonaran a su suerte, mientras otros se preocupaban antes de poner a buen recaudo las sacas del dinero que portaban.
-Lo que dices -añadió el Antonino, mientras observábamos el río helado- me recuerda la tragedia del trasatlántico Titanic, inundado como una bañera, tras chocar contra un iceberg el 14 de abril de 1912, va para 100 años. Primero las mujeres y los niños. Y la orquesta sonando en cubierta. Pero a bastantes se los tragó el mar.
-Es -concluí yo- una clara metáfora de los que acontece ahora en este país de negocios fáciles y hábiles tahúres. El barco hundiéndose y ¡sálvese quien pueda!
José María Martínez Laseca
(19 de enero de 2012)
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