martes, 24 de marzo de 2020

Antonio Pérez de la Mata


En la Calle Real de Soria puede verse, aunque en una nueva casa, la lápida que marca el lugar donde murió -el 6 de julio de 1900- el filósofo insigne (prestigiado en el extranjero) Antonio Pérez de la Mata. Poco más sabrán de él muchos sorianos hoy, y aún dicha losa les habrá pasado desapercibida a la mayoría de ellos. Este 2020, en que se cumplen los 120 años de su pérdida, puede que alguno más se ocupe de recordarlo.
            Yo tan solo diré que era hijo del médico de Castilfrío de la Sierra. Allí nació el 13 de junio de 1842. Que estudió en Logroño, Calahorra y, Artes y Filosofía, en Zaragoza, en cuya Universidad se licenció (1869) y se doctoró (1870).  Después, pasó por el seminario y la Universidad Central de Madrid. Y se ordenó sacerdote. Enseñó en Aranda de Duero, Tudela y Pamplona. Llegó como Catedrático de Psicología, Lógica y Filosofía moral al Instituto de Soria en 1873 y en 1875 fue nombrado su director, sustituyendo a Víctor Núñez. Contaba el centro 140 alumnos: 124 en la enseñanza oficial y 16 en la doméstica. Fue además canónigo de la iglesia colegial de San Pedro. Realizó la hazaña de escribir un Tratado de metafísica (1876) Y entre sus otras obras: Demostración filosófica de la circunferencia y cuadratura del círculo (1877) y La Soberanía nacional (1881). A esta última pertenece el capítulo “Pastores, Artistas y Doctores”, que apostaba por una Soria ganadera y por convertir casinos y cafés en talleres. Fundó “El Porvenir” (1892-93) e inauguró el Ateneo Científico y Literario de Soria (7-11-1896). Gran pensador, buen orador  y polemista. Todo ello contribuyó al homenaje que al abrir el curso 1910-11 le rindieron Antonio Machado, Francisco Santamaría, Manuel Hilario Ayuso, etc., como vástago robusto del Krausismo español.  (Y tengo para mí que inspiró a Machado sus apócrifos Abel Martín y Juan de Mairena).
Empero, no tuvo Mata como estímulo de su enorme labor el deseo de merecer un día la fama póstuma, ya que él sabía que tal fama es un momento tan breve y fugitivo como el que media entre una voz que enmudece para siempre y el eco burlón que repite su palabra. Por primer enemigo de su obra tuvo a su propio espíritu escéptico, es decir buscador y crítico. Y pese a ello produjo su obra cultural por una fatalidad creadora, con la misma santa inocencia con que el árbol da su fruto. Algo que “sólo alienta en los privilegiados ejemplares de la especie, capaces de montar en pelo la quimera del ideal”.
José María Martínez Laseca
(19 de marzo de 2020)

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