martes, 1 de julio de 2014

Trashumantes

Era con el solsticio (o sol quieto) de verano. Días antes de San Juan. Fecha mágica, en la que el astro sol, herido de muerte, se hacía visible al retomar su viaje, declinando su máximo esplendor. Por eso la creencia popular asegura que sale bailando y muchos acuden a verlo. Eran momentos de gozo. De fiesta sonada. Porque regresaban los pastores de merinas que, buscando mejores pastos, a Extremadura bajaron. Y la sierra, que sin ellos se quedó triste y oscura, ahora rebosaba de alegría y de luz. Los casados se reencontraban con sus esposas e hijos y los mozos con sus novias. Porque las mujeres, solas durante el crudo invierno, añadieron a sus faenas de la casa las tareas del campo.
Acudí a la Plaza de Herradores y entré en el bar “El Cielo”. Mis dos colegas refrescaban sus gaznates, mientras conversaban. A mí me complace saber que la diversidad y la intriga, frente a la unanimidad, son motores del diálogo. “El pasado jueves por la mañana seguí el paso de un rebaño de ovejas por la ciudad. Bello espectáculo –que presenciaron algunos niños–, verlas agrupadas, escoltadas por mastines y conducidas por los pastores. Son los últimos trashumantes, remontando a pie la Cañada Real Soriana Oriental hacia su destino en las tierras altas del Puerto de Oncala”, dijo “El Chismoso”. “Sin duda que la vida pastoril forma parte indisoluble de nuestra cultura más ancestral y ha dejado su impronta en aspectos tan significativos como la arquitectura, la gastronomía, la artesanía o el vestido. Ha contribuido a la prosperidad de nuestros pueblos. Los sorianos son más antiguos que los mismos montañeses en el pastoreo de ganado trashumante. Por eso un ganadero de Soria tenía el privilegio de sentarse a la derecha del Presidente en las Juntas del Honrado Concejo de la Mesta”, añadió “El Espabilao”.
“Pues yo disfruté mucho –les informé– acercándome el sábado hasta Oncala para presenciar “in situ” la llegada del rebaño y el recibimiento a los pastores. Hubo conteo y separación del ganado, junto a otras actividades que recreaban el oficio de esquilador y el proceso de transformación de la lana. También degustación de migas y caldereta. Y aún pude visitar su iglesia de San Millán y admirar sus tapices del XVII y su singular San Roque. Es la tradición como identidad. La oveja domesticada garante de la supervivencia y la civilización”.
José María Martínez Laseca
(26 de junio de 2014)

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