lunes, 21 de diciembre de 2020

Los Bécquer y los Gaya

Se cumple, ahora precisamente, el aniversario de la desaparición de los dos hermanos Bécquer. Hace 150 años. El día 22 de diciembre de 1870, fallecía, en Madrid, Gustavo Adolfo Bécquer, que había nacido 34 años antes, el 17 de febrero de 1836, en Sevilla. Con tan solo tres meses de diferencia le había precedido, el 23 de septiembre, en su viaje al más allá, en la misma ciudad, su hermano Valeriano Bécquer, nacido así mismo, en Sevilla, el 15 de diciembre de 1833. Gustavo Adolfo resultaría ser el más afamado de los dos, debido a su mitificación como gran poeta posromántico. 
      Y ello, pese a no haber visto publicadas en vida sus “Rimas”, compiladas en el “Libro de los Gorriones”, perdido durante la revolución de La Gloriosa (1868), en el saqueo de la casa de su protector político Luis González Bravo, que lo custodiaba; si bien sus “Leyendas” habían aparecido en la prensa de la época. Por lo que hubo de esperarse a la edición póstuma de sus versos y sus prosas, que realizaron sus amigos. Como consecuencia, su influencia resultaría decisiva, ya que su voz se hace audible en lo mejor de la lírica española y latinoamericana. Puesto que en su quehacer creativo aúna la sentimentalidad más estremecida y siempre a flor de piel con la más penetrante lucidez introspectiva, generando un resultado en el que la exquisitez literaria y el dejo popular logran un maravilloso equilibrio. Valeriano, sin embargo, como pintor al que no se le puede negar su calidad, quedaba en un segundo plano. 
      ¿A qué viene aquí, pues, que mezcle yo a los Bécquer con los Gaya? Máxime cuando no son coetáneos los unos de los otros y los Gaya (que así se les denominaba en los círculos culturales de la segunda mitad del XX a Juan Antonio Gaya Nuño y Concha de Marco) no eran siquiera hermanos y estaban unidos en matrimonio. Pues bien, trataré de justificar el motivo de mi atrevida asociación. Curiosamente, tanto Juan Antonio como su esposa Concha, presumían de haber habitado en la ciudad del alto Duero, siendo niños, la misma casa que, con antelación, había alojado a los hermanos Bécquer. En el número quince de la Plaza de Herradores. Concha, incluso, había nacido allí, por ocuparla en alquiler su abuela Concha Soria, y Juan Antonio debido a que perteneció a sus tíos-abuelos Guillermo y Fermina Tovar. Esta, solía referirse a los Bécquer diciendo: “Aquellos pobrecillos…”. 
      Ítem más. Cuando, en 1970, se cumplió el centenario de la muerte de los hermanos Bécquer, los Gaya se esmeraron en celebrarlo, honrándoles como es debido. Así, Concha de Marco, por ser ella misma también poeta, se centró en su favorito. Su ensayo: “Homenaje a la memoria de Gustavo Adolfo Bécquer” lo recogió la revista “Árbol de fuego”, Caracas, Año 3, nº 33, dic. 1970. Consiste en una sucinta biografía y una selección de textos. La autora va intercalando datos del biografiado y citas de sus versos y sus prosas, con exquisito gusto, para conformar una unidad armónica. El lector obtiene con ello una imagen muy nítida del lírico sevillano. 
      Por su parte, Juan Antonio Gaya Nuño, reputado escritor, historiador y crítico de Arte, incluía, en “Diario de Barcelona”, 2 de septiembre de 1970, su artículo: “En el centenario de los hermanos Bécquer”, ilustrado con dos cuadros de Valeriano: “Campesina soriana” y “Baile en los pinares de Soria”. Aquí, los situaba junto a otros hermanos célebres, como los Goncourt o los Álvarez Quintero. “Como mellizos, como iluminados por un ideal común de distinta expresión externa”. Y reivindicaba a Valeriano como un excelente dibujante y pintor costumbrista. Para nada un segundón. 
      También publicó: “Bécquer ante el Arte”, en “Revista de las Ideas Estéticas”, Madrid, nº 111, jul.-ag.-sept.,1970, págs. 13-20. Una vez más, insistía en que ambos hermanos le eran igualmente dilectos y repetía con ello el gesto de Francisco Rodríguez Marín que, cuando se inhumaron los restos de la fraterna pareja en Sevilla, del ramo de flores dispuesto sobre el ataúd de Gustavo Adolfo, separó varias de ellas y las colocó sobre el féretro de Valeriano. Así, lo que fuera admiración y simpatía con respecto a Gustavo Adolfo Bécquer, tomó otros perfiles, los de la respetuosa identificación con el poeta que comenzó la difícil, la rara tarea, tan excepcional en España, de compaginar la creación literaria con el estudio y la práctica de las Bellas Artes. Además de por la pintura (mentando a Rembrandt y El Greco) y la arquitectura de los templos, mostró su interés por la arqueología (Cueva de los murciélagos de Albuñol (Granada), la loza y hasta por la indumentaria popular (capa blanca de los pastores de Villaciervos, Soria). 
      En lo tocante a la crítica de arte la practicó respecto a algunas representaciones teatrales. Su curiosidad era, pues, incesante. Pero, ante todo, Gustavo Adolfo demostró ser un hombre sensible. Le preocupaba el vandalismo de que ya era víctima a la sazón el Tesoro Artístico Nacional y apuntó sus quejas. 
      Escribía Gaya Nuño que, a distancia cronológica, los hermanos Bécquer fueron sus compañeros de paseos. Antes que él, Gustavo Adolfo, recorrió mil parajes entrañables de su ciudad y sus afueras. Pues conocía bien el templo y claustro de San Juan de Duero, la delicia de San Polo, el Monte de las Ánimas y la Sierra de Santa Ana, como se constata en sus “Leyendas”. Que, anticipándose a Antonio Machado, frecuentaría el paseo inefable de San Polo a San Saturio, en la margen izquierda del Duero. Y que, también, se sintió subyugado por la ermita del santo anacoreta y por el pintoresco santero al que describe, antecediendo con su glosa el título de uno de los librejos más preciados de Gaya Nuño cual es “El santero de San Saturio”. 
      Convendría que el curioso lector degustara estos tres artículos de los Gaya, a los que yo he hecho aquí muy comprimida mención, relativos a loar a los hermanos Bécquer. Empero, todavía anotaré, para concluir, esta reflexión: “de una lectura atenta de sus escritos, ha de tenerse por cierto que Gustavo Adolfo Bécquer fue mucho menos sevillano o madrileño –nacimiento y óbito– que soriano –y todavía más toledano– de adopción. Porque el lugar de nacimiento no se elige, y el de muerte, con tanta frecuencia, tampoco. Pero sí se selecciona la geografía más acorde con las necesidades del espíritu, y en este hecho, como en tantos otros, Bécquer y Machado coinciden en la selección de la delicada Soria”. La Soria en la que, pese al largo tiempo transcurrido, su recuerdo permanece vivo. 
José María Martínez Laseca 
(21 de diciembre de 2020)

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