sábado, 6 de abril de 2013

Las tablas de Almazán

Querido diario: no era esta del Museo Numantino, donde se nos muestran, la vez primera. Ya las vi en 2009, en la Concatedral de San Pedro de Soria, con el “Paisaje Interior” de las Edades del Hombre. Me ganaron por su equilibrio. En su integridad original componían un tríptico, del que hoy se conservan sus batientes en madera policromada, ignorándose el paradero de la parte central desprendida, suma de las dos alas, tal vez una estampa de la Virgen María con el niño Jesús en su regazo. A Anna Muntada, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona y especialista en arte de los siglos XV y XVI, le llamaron la atención cuando las descubrió. Se las mostraron en el Ayuntamiento de Almazán, su propietario, envueltas en papeles y guardadas en una enclenque caja fuerte. Tras estudiarlas, concluyó atribuyendo la autoría al pintor de Brujas Hans Memling (1435-1494). Se basó tanto en la grácil pincelada como en la forma de construir los volúmenes, observados a través de macrofotrografías, que revelan similitudes con otras obras de este cotizado pintor flamenco.
No se sabe por qué estas tablas religiosas -expléndidas, tras el proceso de reparación acometido por Milagros Burón Álvarez y Pilar Vidal Meler, técnicas del Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Castilla y León ubicado en Simancas (Valladolid)- acabaron en las laicas manos del Ayuntamiento adnamantino. Alguna fotografía y testimonios personales confirman su anterior presencia en un retablo de retazos de un altar de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Campanario. Allí, su cara interior, con San Pedro Apóstol y Santa Isabel de Hungría, permanecía oculta, mostrándose a los ojos su parte externa con los retratos de cuerpo entero de los frailes San Francisco de Asís y San Bernardino de Siena, con sus pardos sayales. Este enclave fue antídoto contra anticuarios y expoliadores de arte. Su valor añadido radica en encontrarse en Almazán, otrora corte de los Reyes Católicos que residieron en el Palacio de Antonio Hurtado de Mendoza, su Guarda Mayor. Pudo tratarse pues de un regalo para la católica reina Isabel, gran devota de la regla franciscana.
José María Martínez Laseca
(4 de abril de 2003)

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