Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) y Antonio Machado (1875-1939) son dos poetas andaluces que, en expresión de Gerardo Diego, subieron a nuestra alta Soria a soñar. Claro que en diferentes momentos de nuestro pasado histórico. Ambos se enamoraron y se casaron con mujeres sorianas. Gustavo con Casta Esteban, la hija de su médico y Antonio con Leonor Izquierdo, la hija de su pupilero. Pero, aunque las circunstancias que rodearon sus vidas fueron bien distintas, no obstante encontramos entre ellos ciertas similitudes o semejanzas. Sobre todo, en cuanto a su producción literaria se refiere. G. A. Bécquer es quien llegó primero, y, por lo tanto, su influencia recaerá sobre quien le sucedió.
Al decir de Manuel Altolaguirre, Gustavo Adolfo Bécquer nos ofrece la poesía más humana, más desnuda, más íntima del Romanticismo español. Donde estén sus versos estará el poeta, o su fantasma, rodeando de irrealidad y de poesía su vida interior, descubriéndonos el paisaje de un espíritu que derribó sus muros, anticipándose a la muerte. Ningún poeta ha contribuido en más alto grado que él a desarrollar la inteligencia amorosa de los hombres. “Todo el mundo siente. Sólo a algunos seres les es dado guardar, como un tesoro, la memoria viva de lo que han sentido.
Yo creo que éstos son los poetas. Es más, creo que únicamente por esto lo son”, atinó a sentenciar Bécquer.
También Antonio Machado tiene un cierto halo romántico. Una entrañable humanidad impregna toda su obra, donde se palpan belleza y decadencia. Y es partidario de la rima asonante, dominante en la poesía becqueriana. Algunos han visto en sus primeros poemas una continuación de las Rimas de Bécquer, pero para José Luis Cano esto es una exageración. Su depurado lenguaje poético posee una sobriedad y una densidad excepcionales, que aúna lo claro y lo profundo. Por lo que admite una doble lectura: “Da doble luz a tu verso, / para leído de frente / y al sesgo” (LXXI). Ambos poetas rezuman mucha melancolía en sus versos, con un toque de ingenuidad y sencillez. Se trata, pues, de una poesía escrita sin complicaciones: clara y transparente, para ser comprendida. Que tiene su encanto al margen de la lógica. Inspirándose en Bécquer, Antonio Machado llegó a definir su poesía, como “palabra en el tiempo”.
Incluso, se advierten claras semejanzas en los temas que ambos acometen. Como ocurre con la idea de la temporalidad o del paso del tiempo, el no parar de la vida y la monotonía. Así, Bécquer escribe en su Rima LVI: “Hoy como ayer, mañana como hoy, / ¡y siempre igual! / Un cielo gris, un horizonte eterno / y andar... andar. (…) Voz que incesante con el mismo tono / canta el mismo cantar; / gota de agua monótona que cae, / y cae sin cesar. // Así van deslizándose los días / unos de otros en pos, / hoy lo mismo que ayer..., y todos ellos / sin goce ni dolor”. Lo que Machado plasma en su poema Hastío (LV) de este modo: “Pasan las horas de hastío / por la estancia familiar / el amplio cuarto sombrío / donde yo empecé a soñar. // Del reloj arrinconado, / que en la penumbra clarea, / el tictac acompasado / odiosamente golpea. // Dice la monotonía / del agua clara al caer: / un día es como otro día; / hoy es lo mismo que ayer”.
Ello estaría relacionado con un segundo tema compartido, como lo es el del sueño o la ensoñación. Pero, mientras que en Bécquer el sueño alude al acto fisiológico, según vemos en la Rima LXXI: “No dormía; vagaba en ese limbo / en que cambian de forma los objetos, / misteriosos espacios que separan / la vigilia del sueño”; en Machado es casi metafísico, como un volverse hacia adentro la conciencia, hacia lo más hondo del alma: “Soñé que tú me llevabas / por una blanca vereda, / en medio del campo verde, / hacia el azul de las sierras, / una mañana serena. (…) ¡Eran tu voz y tu mano, / en sueños, tan verdaderas!...” (CXXII).
Asimismo, influido por G. A. Bécquer, Antonio Machado acometerá también la temática de la idealización de la mujer o el amor imposible, que conduce al desengaño. Si Bécquer escribe en su rima XV: “¡Tú, sombra aérea, que cuantas veces / voy a tocarte, te desvaneces!”, Machado exclamará: “Todo amor es fantasía; / él inventa el año, el día, / la hora y su melodía; / inventa el amante y, más, / la amada. No prueba nada, / contra el amor, que la amada / no haya existido jamás” (CLXXIV, II).
En lo que a nuestra ciudad se refiere, hay un hermoso paraje especialmente machadiano: el paseo entre los restos del monasterio de San Polo y la ermita de San Saturio, bien escoltado por los álamos dorados en otoño. Es la margen izquierda del río. Por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria. Que, previamente, había sido consagrada por Bécquer en dos de sus más célebres leyendas como son El monte de las ánimas y El rayo de luna. En consecuencia, este ameno lugar añade a su belleza congénita todas las resonancias que evoca la literatura.
José María Martínez Laseca
(3 de julio de 2020)
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