Soria presume de ser ciudad de poetas y lo usa de reclamo. Por contar con tres grandes tenores cantores: G. A. Bécquer, A. Machado y G. Diego, que, en este orden, subieron a Soria a soñar con su lírica. Y les rinde tributo con cualquier escusa. Ahora se cumple el 150 aniversario de la muerte del primero y el centenario de la llegada del tercero. Bécquer inaugura la poesía moderna española, por lo que ninguno de sus sucesores se entiende sin la obra de quien les precedió. Y es que en el arte y en la literatura lo que no es tradición es plagio. Bécquer y Machado son sevillanos, y Diego santanderino. Los dos andaluces se casaron con jóvenes sorianas, no así el cántabro, del que se dice que tuvo una novia con los ojos verdes.
Tiempo atrás hubo quienes utilizaron a Gerardo Diego como arma arrojadiza contra Antonio Machado, para minusvalorarlo. Craso error, cuando es el propio Diego quien reconoce a Machado por uno de sus maestros principales. Otra curiosidad es que a Antonio siempre se le retrata viejuno, pensativo, triste y cansado, como si nunca hubiera sido joven; mientras que la iconografía de Gerardo lo plasma tieso como una vara, carilargo, de rasgos acusados, inexpresivo y callado, pero siempre mozo. Ambos fueron catedráticos del entonces único Instituto de segunda enseñanza existente en Soria. Machado, de francés, durante cinco cursos (1907-1912) y Gerardo, de literatura, durante solo dos (1920-1922). Pero su presencia entre nosotros los marcaría para los restos. Y la querencia permanecería latente en su creativa producción poética. Dice Gaya Nuño en “El Santero de San Saturio” que Gerardo se enamoró de la ciudad y la cantó en poesía quizá no tan honda como la del maestro Machado, pero encantadora en lo musical, suelta, fácil y cariñosa, con nostalgias de Lope de Vega.
Gerardo Diego Cendoya (1896-1987) vino a Soria el 21 de abril de 1920, con solo 23 años, cuando la pandemia de la gripe española (muy similar a la actual del coronavirus) daba su último coletazo. Y permaneció entre nosotros hasta que cesó el 31 de mayo de 1922 para trasladarse al Instituto de Gijón. En Soria hizo amigos para siempre, como José Tudela, Bernabé Herrero, los hermanos del Riego, Mariano Granados, Blas Taracena, Gervasio Manrique y Mariano Iñiguez, entre otros. De su mano se adentró en la vida cultural del Casino y del Ateneo. A ellos dedicó los versos de su libro “Soría, Galería de estampas y efusiones” (1923), que fue, poco a poco, ensanchando hasta el definitivo “Soria sucedida” (1977).
Ya era un incipiente poeta Gerardo cuando llegó aquí. Ese mismo año publicó su poemario primerizo “Romancero de la Novia”. Continuó siendo ultraísta con “Imagen” (1922), creacionista con “Manual de espumas” (1924), más sólido con “Fábula de Equis y Zeda” (1932), religioso con “Ángeles de Compostela” (1940), perfeccionista con “Alondra de verdad” (1941) y “Cementerio civil” (1972), etc., etc. Siempre metódico y valiente, simultaneó la tradición y la vanguardia. Integrante de la flamante constelación llamada Generación del 27, la estrella de Gerardo Diego relumbra con luz propia en el firmamento poético. A lo largo de sus más de 90 años de vida, él nunca se olvidó de Soria. Y por eso, los sorianos, agradecidos, seguimos recordándolo y lo celebramos recitando sus versos: “ Esta Soria arbitraria mía, ¿quién la conoce? / ...”
José María Martínez Laseca
(21 de abril de 2020)
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