A
ese pajarillo, entre tierno y triste, como le cantaba Joan Manuel Serrat, se le
conoce como el gorrión común. Los chicos de mi edad estábamos muy acostumbrados
a verlo con frecuencia, dando saltitos al andar. Acercándose, con toda
confianza, a las puertas de nuestras casas del pueblo, aun estando nosotros
allí mismo. Como si fuera un vecino más. Y, en tanto que comensal gorrón,
reclamaba su cuota: unas migas de pan o algún tipo de grano que llevarse a su
buche, para lo cual se servía de su pico rechoncho. Que también capturaba
insectos por su cuenta. Viste el gorrión un plumaje de tonos parduscos en el
dorso, adornado con marcadas listas negras y grisáceas en el obispillo, el
pecho y el vientre. Y cola corta. Cierto es que hay diferencias en su plumaje,
puesto que el gorrión adulto macho es más vistoso y coloreado que la más
discreta hembra. Puede criar hasta tres veces al año y vivir entre 12 y 13 años. Aunque aparenta tranquilidad, lo cierto es que
se muestra agitado cuando se pone nervioso o se agrupa con otros colegas. Su
canto no es el dulce trinar del jilguero y se limita a emitir un chipchip o un
chirr-r-r-r repetitivo. Y, aún a pesar de que no simboliza la paz, cual la
paloma; ni se le asocia en su gracia poética con las oscuras golondrinas, yo le
tengo un cariño especial al amigo gorrión. Entre otras razones, por su lealtad.
Porque siempre se ha mantenido fiel al territorio, sin emigrar a otra parte,
aguantando los duros inviernos.
De
un tiempo acá, vienen sonando las alarmas al comprobar que los gorriones están
desapareciendo de nuestros pueblos y ciudades. Esto sucede, sin que se les
tenga por enemigos, como ocurrió en la China de 1958, cuando su líder Mao
Zedung decretó el plan modernizador “Un paso adelante”, y en el que bajo la
denominada “Las cuatro plagas” buscó el exterminio de ratones, moscas,
mosquitos y, sobre todo, de los gorriones, inculpados estos de comerse el arroz
de los cultivos. Tamaño error causó la hambruna subsiguiente. Ahora, responde a
razones como el uso de productos fitosanitarios contra los insectos y a la
competencia de especies invasoras como la cotorra argentina. Los chinos
tuvieron que comprar remesas a los EEUU para reponerlos. Son los sedentarios gorriones
termómetro sensible de la contaminación y el ruido medioambiental. Una clara
metáfora de nuestra Soria vaciada. Desde aquí yo los convoco a la resistencia.
José
María Martínez Laseca
(17
de octubre de 2019)
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