miércoles, 5 de septiembre de 2018

Salvemos el paseo de San Saturio

La ermita barroca de San Saturio, de comienzos del siglo XVIII, colgada de los peñascales cual nido de golondrina, es uno de los centros principales de peregrinación, ya no tanto por los devotos del santo, que obró los milagros suficientes para su canonización y nombramiento como patrón de la ciudad, cuanto por los numerosos turistas que, curiosos, hasta ella se acercan andando. Con los Arcos de San Juan de Duero, a los pies del Monte de las Ánimas, según las estadísticas, son nuestros dos monumentos arquitectónicos más visitados. Ambos en la margen izquierda del río Duero, que, a partir de la construcción de la presa de Los Rábanos (31-12-1963) remansa sus aguas en llamativa tabla, formando, con los álamos que escoltan su andadura, uno de los más bellos paisajes de España. Es el meandro o curva de ballesta cantada por Antonio Machado y el escenario mágico de dos leyendas del visionario Bécquer. Por sus características naturales: el campo agreste de sierras y encinares está a las mismas puertas de la ciudad, debiera ser tenido por un “locus amoenus” o lugar idílico en consonancia con el tópico literario, alejado del mundanal ruido, bucólico y pastoril –dada la presencia de algunas cabras sueltas– y, por ende, garante de seguridad y de tranquilidad.
      Pero, por desgracia esto no es así y de ahí mi queja ante lo que considero una falta de sensibilidad hacia el medio ambiente de todo este paraje, sin duda bien de interés cultural, que requiere de una mayor atención, cuidado y mantenimiento, evitándose su manifiesto deterioro. Así, resulta inadecuado el uso de zahorra para abrir el acceso de vehículos a la pradera de Las Bailas, cuando ya se cuenta con otro de menor impacto más arriba. Debería restringirse a lo imprescindible la circulación de coches por este paseo, y evitar estacionamientos indebidos, puesto que dispone de aparcamiento a su entrada y muy amplio en la margen derecha. Y hacer algo con el puente de hierro, otrora peatonal. Y atender más al arbolado y a la limpieza. 
      Tenemos que asumir un firme compromiso cívico con su conservación. Ahora que tanto se nos recomienda salir al campo por balsámico. Pasear, se nos dice, es saludable física, emocional e intelectualmente, como ya propugnara la Institución Libre de Enseñanza. Porque el paisaje educa mejor que el más hábil de los pedagogos, aseveró Ortega y Gasset.
José María Martínez Laseca
(23 de agosto de 2018)

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