Entra septiembre, mes que supone en esta sociedad nuestra del espectáculo y del consumo el regreso a la rutina cotidiana, al recogimiento y a la cavilación. El retorno al orden establecido, simbolizado por la vuelta al cole (que antes, curiosamente, acontecía en octubre, tras las fiestas del patrón San Saturio, por estos pagos capitalinos). Y atrás se queda agosto, el mes más luminoso, en que el sol más calienta y en el que la inmensa mayoría de la gente hace una tregua en su trabajo habitual para irse de vacaciones buscando nuevas experiencias. De aquí que pueda representarse por el ajetreo de esas maletas viajeras. Maletas grandes y pequeñas, sofisticadas y normales, de todo tipo y condición, ya que denotan la posición social de sus portadores.
Y es por esta jungla por la que yo voy a adentrarme, tratando de abrir vereda a mi reflexión en torno al ocio, en tanto que derecho a la inacción y al entretenimiento y que ha derivado en un negocio tan significativo y rentable como es la denominada industria del turismo. Va para once décadas que el semanario “Blanco y Negro” publicaba en sus páginas una ilustración con un nutrido grupo de personas en la playa de Biarritz. Plasmaba así la incipiente moda de las familias acomodadas de veranear junto al mar. Después fueron las clases medias, con el auge de las poblaciones urbanas, las que comenzaron a disfrutar de esa cultura del ocio que alteraba su quehacer cotidiano y llenaba de nuevos contenidos su comportamiento y su mentalidad. En consecuencia, expresaron nuevas demandas de bienestar cultural. Todavía los sectores populares estaban alejados de ellas, ya que se centraban en sus reivindicaciones sociales de mejorar en las condiciones laborales, horarios de trabajo, seguros de paro o de accidente que eran prioritarias para ellos. Esto cambiaría a partir de los años veinte. Así, la necesidad de ocio se fue extendiendo como un fenómeno coherente con el desarrollo económico.
En esta progresión democrática del ocio, un salto cualitativo lo supuso, sin duda, la medida adoptada por la Ministra de Asuntos Sociales (1988-1993) Matilde Fernández, bajo la Presidencia del Gobierno de Felipe González, con la implantación de las vacaciones sociales del IMSERSO para los jubilados. Lo que imitó la Junta de Castilla y León con el llamado “Club de los 60”. Una generosa oferta de primavera y otoño.
José María Martínez Laseca
(6 de septiembre de 2018)
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