En la mañana del pasado sábado, tan
radiante, que parecía engañar con su luz al escarchado frío, tres amigos partimos
en coche desde Soria y nos desplazamos hacia Almazán por la A-15 , tomando después la
carretera de Barahona, pasando cerca de Atienza, hacia la zona norte de
Guadalajara. En su tramo final, el camino se torna endiablado con mareantes
curvas. Por ello, llegamos tarde a la cita con quien se acercó desde la capital
alcarreña. El punto de encuentro es Valverde de los Arroyos. Un pueblo que
agrupa un puñado de casas, con pocos habitantes. Descuella la torre de su
iglesia, como reclamo del amparo divino al haber sido la dedicación tradicional
de sus gentes la agricultura y la ganadería, en una economía de autosuficiencia
tan pendiente del favor de los cielos. Ahora, se ha adaptado al ritmo de estos
tiempos, apostando por el turismo. Lo avalan sus establecimientos de negocio
hostelero (casas rurales y restaurantes).
Y es que Valverde de los Arroyos
es un lugar con encanto. De los pueblos más bonitos de la conocida arquitectura
negra, caracterizados por las tonalidades oscuras de la roca predominante en
toda la Sierra
de Ayllón. Con lajas de pizarra por
tejas. En las estribaciones circundantes, enjalbegadas de nieve, destaca la mole
del Ocejón. Una leyenda antigua dice que es el mediano de tres hermanos, junto
al Moncayo, el mayor, y el Pico del Rey, el más pequeño, que fueron petrificados
por su padre brujo, harto de sus envidias y codicias. Toda esta montaña, en la
que el pino desaloja al roble, ejerce un hechizo especial sobre los urbanitas.
Mis amigos trepan al monte contiguo que ofrece unas impresionantes vistas desde
su cima. Yo deserto y me allego a “las chorreras de Despeñalagua”, una
impresionante cascada de más de 100
m . de altura. Corre el agua abundante por regueros que
nutren al Sorbe, afluente del Henares, en la parte oriental y al Jarama los del
otro lado.
Acabo el primero y callejeo. El
interesante museo etnográfico está cerrado. Junto a la fuente, un monolito
homenajea a sus danzantes con botarga en la fiesta de la Octava del Corpus.
Reencontrados los cuatro, vamos a comer “un dios nos guarde” asado, regado con
buen vino. Y se estira la conversación. Bien de noche, con la luna creciente
alta en el cielo, los tres amigos regresamos a Soria.
José María Martínez Laseca
(17 de marzo de 2016)
José María Martínez Laseca
(17 de marzo de 2016)
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