Las fiestas populares son la
mayor manifestación del folklore. Seña de identidad inequívoca. De ahí que formen
parte del patrimonio cultural inmaterial de las colectividades. Porque
constatan un rincón de su alma. Con esa riqueza simbólica, cultural y
tradicional, su autenticidad y recursos (leyendas, mitos y ritos, música y
canciones, gastronomía…) trascienden lo propiamente material, ya que nos
transportan a otros mundos por medio de una poética propia como forma de
trasmisión de ideas.
Toda fiesta grande se espera y se
desea porque abre un tiempo nuevo. Un tiempo sagrado o de ruptura con la rutina
cotidiana, a la vez que es de excepción o subversión del orden establecido, ya
que, en su paréntesis, la sustitución del rito social por el rito festivo
permite ciertas licencias o excesos. La fiesta crea una conciencia general,
deliberadamente superior a la estructura de clases y a determinados preceptos
del orden moral. A ella subyacen rasgos atávicos, asociados a sus creencias,
costumbres y, probablemente, a sus orígenes y a la misma subsistencia como
entidad colectiva. No es de extrañar por ello que las fiestas populares se
hayan convertido en un gran reclamo para el turismo internacional. Se ve en
Internet el interés que despiertan. La
Noche de San Juan, San Fermín o la Tomatina de Buñol están
entre las más aclamadas de España para el mercado europeo. No se destacan las
nuestras de Soria, sin duda de las más expresivas. Porque no son reiterativas,
sino variadas y ricas en su secuencia narrativa. Así, las de San Pedro Manrique
aúnan el rito solsticial del paso del fuego, la leyenda medieval y la pingada
del mayo. Aquí, las tres móndidas protagonistas adquieren claras connotaciones
sexuales. En la ciudad de Soria sus fiestas plasman un rito
gastronómico-sexual, en torno al toro. Su pasión festiva justifica la ruptura
del tabú de comer al animal totémico para poder adquirir su fuerza genésica.
Ambas son redentoras. Para que la
vida siga. Cual fuegos artificiales o pompas de jabón, las fiestas son tan
vistosas como efímeras. Muestran el “Carpe diem” y el “Collige, virgo, rosas”. Por
eso cuando acaban quienes las han vivido intensamente se sienten desorientados
y perdidos. Como expulsados del paraíso.
José María Martínez Laseca
( 4 de junio de 2015)
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