Bien alto puedo decir que Antonio Pérez
Solano era amigo mío. Nos conocimos al compartir la bancada socialista del
Congreso de los Diputados, cuando yo llegué en 1993, junto con el constituyente
Demetrio Madrid, representando a la provincia de Soria. Antonio, diputado por
Valladolid, era veterano en las Cortes. Congeniamos pronto, ya que soplaba el
viento de las aficiones comunes a favor. Ambos éramos de letras. Él, en su
condición de abogado, gustaba de la lectura y yo también, en tanto que profesor
de lengua y literatura. De ahí que muchas de nuestras transacciones fueran
literarias. Entre nuestros paseos favoritos estaba el de acudir de mañana a la Cuesta de Moyano. Sobre
todo al puesto de libros de lance de
Alfonso Ruidavets, de donde tornábamos con las bolsas repletas. Por
vacaciones a los dos nos gustaba viajar al extranjero. "El que lee
mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho",
escribió Cervantes. Y muestro tercer placer era el de saborear un vaso de buen
vino en grata compañía conversacional. Si nuestras vidas están hechas de
destellos, yo me quedo con estos compartidos. Junto al afán de luchar por una
mayor justicia social, porque todo recobra su sentido con los otros y por los
otros.
Aunque
partiera de Madrid antes que yo, nuestra amistad superó la distancia. Él fue al
Consejo Consultivo, yo a mi Instituto. Correos electrónicos, llamadas
telefónicas, intercambio de libros, encuentros ocasionales en Valladolid o en
Soria. Le dediqué mi soneto “Bella Lisboa”, ilustrado con foto de Pessoa. Pero
vino la enfermedad a ensañarse y , ya jubilado, el triste desenlace, del que me
enteré por la prensa. Es muy fugaz la dicha de vivir y hemos de disfrutarla.
Haber sido amigo de Antonio me da fuerzas para seguir haciéndolo. Sabed que
para siempre Antonio Pérez Solano quedará en mi memoria.
Porque
obró con nobleza, merece que se le recuerde.
José María Martínez Laseca
(12 de marzo de 2015)
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