domingo, 4 de mayo de 2014

Trampantojo

Siempre que llueve escampa. Y siempre que vienen estudiantes y turistas se marchan. Como las oscuras golondrinas. Tras la Pascua, o paso de Jesucristo desde su muerte a su resurrección –como en la naturaleza misma, que salta del crudo invierno a la vivificante primavera–, la ciudad del alto Duero vuelve a su modorra habitual. La lluvia y el frío húmedo, al cierre de la Semana Santa, expulsaron a la mucha gente estabulada en las terrazas de la plaza de Herradores. Pero, de nuevo, torna a caldear el sol y un niño corretea tratando de atrapar una paloma que busca su alimento a las puertas del bar “El cielo”. Yo acudo una vez más. Los bares aquí en Soria siguen siendo un medio de relación social. Pido un “don Enrique” en la barra –"in vino veritas"– y me uno a “El Espabilao” que, más sibarita, sorbe un “Ramón Bilbao”. Veo que hoy no ha venido “El Chismoso”. “Me gustó vuestra celebración de “La Saturiada” –me dice– ya que la histórica ciudad de Soria no se entiende sin su envoltura literaria. Bellos eran los textos de Gaya Nuño que leísteis y muy grata la música del duo Sochantría. Y tenían su miga las letrillas, como la que decía: “Somos muy individualistas / desde siempre los sorianos. / Por no ponerle remedio / vamos de culo, al fracaso”. A propósito de nuestro patrimonio histórico, ¿qué te parecen los trampantojos que ha instalado el Consistorio en las calles Zapatería y Real? Nos saldrán por un ojo de la cara”.
“Ya sabes –le contesto– que trampantojo es la “trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es”. El Ayuntamiento lo ha hecho, según dice, para equiparar la línea de fachada de los edificios y evitar la fea imagen de los solares vacíos en pleno Casco Viejo, o mejor Casco Roto, de lo maltrecho que está. Cuidan así la estética de la ciudad: prefieren guardar las apariencias a afrontar la realidad. Otro negocio más, como el de los cosméticos, ya que nuestra sociedad niega la muerte, como si no existiera, y nos promete en los anuncios televisivos la eterna juventud. Pero para mí el excesivo maquillaje resulta siempre sospechoso. Yo espero que tales artilugios no corran igual suerte que el jardín vertical “Alas de Mariposa” ya mustio”.
“¿Acaso es la nuestra una sociedad de embaucadores? Yo pido –finiquitó “El Espabilao”– una vuelta a los valores y la ética, ya que nadie debería querer vivir en un país donde todo el mundo hace trampas”.
José María Martínez Laseca
(1 de mayo de 2014)

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