Cuando muere un grande, como Gabriel García Márquez (Gabo), se produce un terremoto. Los “mass media” revelaron la última página de su biografía. Todo empezó en Aracataca (Colombia) el 6-3-1927. Al partir sus padres a Barranquilla, el niño Gabito quedó al cuidado de sus abuelos maternos. A su yaya Tranquiliana le oía las cosas más maravillosas como si fueran cotidianas. Cual las crónicas de Indias de los asombrados conquistadores. Allí empezó todo. Fermentó la semilla del realismo mágico, que fue echando raíces, hojas, alas. Con 19 años –estudiaba derecho–, le entró la calentura por el inicio de “La metamorfosis” de Kafka. “Eso sí me interesa”, dijo. Leer y escribir como respirar. Leía mucho. Con sus dos dedos índices tecleaba sin cesar las 27 letras de su máquina. Sabía lo que perseguía. Voluntad, disposición y ánimo para ser escritor no le faltaban. Si llegó al periodismo fue porque vio el cauce para contar historias. El reportaje también era un género literario, ya que ninguna ficción es totalmente inventada; todas son elaboraciones de experiencia.
Degustó la obra de Faulkner. Así pudo redescubrir cuanto llevaba dentro. Dominar la carpintería de la narrativa para tener estilo propio, a fin de hipnotizar al lector como cobra a su presa. Quiso recomponer el espejo roto de su memoria. Porque la literatura es la infancia al fin recuperada. Su mítico territorio de Macondo, donde transcurren “La hojarasca” (1955) y “Cien años de soledad” (1967), equivale a la Yoknapatawpha de Faulkner, a la Ítaca de Homero. Mostrar sus emociones y las de los demás. Claro es su compromiso de justicia, pues los estragos de la vida no son iguales para todos. Quiso, por eso, corregir este mundo imperfecto y lo tildaron de deicida. Como Cervantes supo que escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad.
Por eso y por ser “un curioso contador de historias” le otorgaron el Nobel en 1982. Lo suyo fue “Vivirla para contarla” en todo su recorrido poético. Pero esta mía es la “Crónica de una muerte anunciada”. Sucedió el 17-4-2014 en México. Algunos recordaban los felices nacimientos del actor de cine mudo –bigote, bastón y bombín– Charles Chaplin, hacía 125 años; y del dramaturgo universal W. Shakespeare, hacía ya 450. Entonces, Gabo tomo el tren a la eternidad. Gracias “jinete de jirafas” por renovar nuestra lengua común, que emputeció el franquismo. Por mirar diferente y enseñarnos a soñar leyéndote.
José María Martínez Laseca
(24 de abril de 2014)
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