Soria. Plaza de Herradores. Bar “El Cielo”. 14,20 h. Interiores. Se me acerca un paisano mientras bebo mi copa de tinto, que acompaño con unos cacahuetes, y me espeta a la cara: “Me ha parecido una astracanada lo del pasado viernes en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Soria para rendir homenaje a Antonio Machado en el 75 aniversario de su muerte. Mucha parafernalia y postureo institucional, a espaldas de la gente. Machado es el poeta del pueblo. Luego no dejarán de cacarear la necesidad de la participación ciudadana”.
“Díselo a ellos –le respondo– yo nada tengo que ver con dicho acto. Me he preocupado por difundir en los medios la vigencia de este poeta que sentimos como nuestro mejor embajador, por su bondad, sencillez y su tan alto nivel intelectual, en el que pensamiento y vida se funden. Símbolo de los derrotados republicanos que en penoso éxodo cruzaron la frontera hacia Francia en 1939. Muestra de un actuar diferente fue nuestra lectura-recital en el Casino Amistad-Numancia el día 22, abierta al público y centrada en la vibración de sus poemas y los de otros poetas agradecidos”.
“Hablando de poetas, ¿no crees que os estáis excediendo con Machado en menoscabo de otros que también cantaron a Soria, como Bécquer y Gerardo Diego?”. “Ni mucho menos –le digo–. Bécquer resuena en Machado que lo reivindica como “el primer innovador del ritmo interno de la poesía española” y Diego (“también, como vosotros, subí a Soria a soñar”) se identifica con sus dos predecesores, algo que ignoran quienes quieren enfrentarlos. Hasta Lorca y los del 27 aprenden de Machado, que es pura emoción”.
“¿Pero sirve para algo la poesía? –me inquiere–”. “Mira, todo necio confunde valor y precio, como dijo el poeta. La Segunda República cuidaba mucho los valores literarios y artísticos. Son valores espirituales que ahora se están relegando en los centros educativos. En la película “The Monuments Men” George Clooney utiliza la excusa del encuadre bélico para mostrar una historia de búsqueda del arte como esencia de la vida: pueden exterminar a toda una generación, arrasar sus casas y aún así el pueblo se repondría, pero si destruyen su historia, si destruyen sus logros es como si nunca hubieran existido. Curiosamente –concluyo–, esta sociedad que camina hacia lo instantáneo intenta valorar cada vez más lo profundo y de ahí que surja un cierto interés por la filosofía”.
José María Martínez Laseca
(27 de febrero de 2014)
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