domingo, 22 de julio de 2012

Soria: orígenes fundacionales y un poco de historia

Soria, “ciudad castellana, tan bella bajo la luna” como le cantara el gran poeta Antonio Machado, está situada en el altiplano de la meseta norte, a 1.056 m. sobre el nivel del mar. Su vistoso caserío se asienta a lo largo del Collado, o eje abierto entre sus dos cerros fronteros del Mirón y del Castillo, para expandirse, extramuros, hacia el oeste con forma de raqueta. Soria está allí, por donde traza el río Duero su curva de ballesta. Precisamente, sus orígenes fundacionales arrancan de ese vado, que después fue viaducto de acceso a su recinto murado y que se llamó puente de Navarra, con hasta catorce ojos, que ahora son ocho, por donde fluye el agua de la vida y del tiempo.
La primera vez que se la nombra, en el año 868, es mora; en rebeldía frente a los emiratos cordobeses. Sin embargo, sería durante la Reconquista cuando se la disputaran navarros, aragoneses y castellanos hasta que Alfonso VII, en 1134, la ocupó definitivamente. Debido a la lealtad demostrada al rey Alfonso VIII, cuya cabeza figura en su escudo sobre el castillo que lo custodió, saldría muy favorecida con privilegios y fuero propio. Esto explica que el primer gran núcleo monumental de Soria lo constituyan sus numerosos templos románicos del siglo XII. Fue el rey Alfonso X el Sabio quien le otorgó un nuevo fuero y el título de ciudad, en 1266. Su enclave estratégico en la frontera con Aragón hace de la ciudad centro de luchas políticas, de cortes y bodas reales. Son siglos medievales en los que Soria se engrandece razonablemente con sus instituciones de municipalidad entre las que destaca la de sus Doce Linajes.
Esencialmente agrícola y ganadera, la “Soria pura, cabeza de Estremadura” como reza su leyenda, mantuvo su importancia durante el siglo XVI gracias al auge del Real Concejo de la Mesta, lo que también dejó una impronta arquitectónica plasmada en casonas nobiliarias y palacios. Empero, sufriría un duro golpe con la expulsión de los judíos, lo que acrecentó notoriamente su decadencia económica, con el consiguiente descenso de su población. A finales del XVII contaba con 5.000 almas, pero su mala suerte continuó con la Guerra de la Independencia, viendo incendiado su arrabal y destruidos su muralla y su castillo. A partir del siglo XIX, Soria iniciará su lenta recuperación, alcanzando a inicios del XX los 7.000 habitantes, para convertirse en una ciudad fundamentalmente de prestación de servicios como capital de provincia. Por ello siguió succionando la población de su ámbito rural hasta alcanzar los casi 40.000 vecinos empadronados en la actualidad.
Pese a todo, Soria, con una configuración urbana y monumental marcada por su larga trayectoria histórica, sigue siendo hoy en día una ciudad bonita, pequeña y recoleta, fácil de conocerla recorriéndola a pie. Paradójicamente, continúa dándole su espalda al padre Duero.
José María Martínez Laseca
(16 de julio de 2012)

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