Agradecí mucho mi asistencia, el pasado miércoles, al Centro Cultural del Palacio de la Audiencia para presenciar la representación teatral “Numancia” (una adaptación de “La Numancia” de Miguel de Cervantes Saavedra hecha por Mar Zubieta) por parte de la Joven Compañía de Teatro de Parla (Madrid), bajo la dirección de José Luis Arellano. El amplio reparto de estudiantes de arte dramático y del conservatorio -que viven con pasión su sueño artístico-, con certero acompañamiento musical, acometió sobre las tablas una magnífica puesta en escena, que resultó del agrado de los alumnos de los cuatro institutos de la ciudad que la presenciaron, acompañados de sus respectivos profesores. Algo que evidenció el silencio guardado -en verdad que poco frecuente en estas circunstancias- y que rubricaron los aplausos entusiastas del cierre, al tiempo que las abundantes preguntas formuladas sobre diferentes aspectos que merecieron su especial interés. No olvidemos que este grupo teatral pretende añadir un componente pedagógico a su labor.
Y celebré, por varias razones más, el acontecimiento. En primer lugar porque el nombre de Numancia, junto al de Antonio Machado, suponen las dos señas de identidad primordiales de proyección de nuestra provincia de Soria de cara al mundo mundial (bien lo sabe nuestra escritora paisana Alejandra Mateos que los combina a la perfección en su primera trama narrativa, novelada bajo el título de “El hijo del Barbero”, Ed. Pergamimo, 2012).
Obviamente que, también, por poner en escena un texto de finales del XVI como es “La Numancia”, perteneciente a la primera etapa dramática de Cervantes, junto con “El trato de Argel”. Ya se vio representada en los corrales de comedias madrileños hacia 1585, antes precisamente de que el gran Lope de Vega -el Fénix de los Ingenios- se alzara con la “monarquía cómica”, al trazar su raya roja de “El arte nuevo de hacer comedias”. Es, pues, “La Numancia” la más alta cima de la producción de nuestro manco de Lepanto. Y, junto a “Fuenteovejuna” de Lope, la otra gran obra teatral colectiva de nuestro Siglo de Oro.
Cierto es que Cervantes concibió y escribió entonces la pieza con la intención de “hablar a los españoles de su tiempo de la grandeza española que estaban viviendo y protagonizando”. De ahí su componente más que trágico, tragicómico, sin perder por ello su sentido ejemplar. Al igual que hoy nosotros, “los mosqueteros” espectadores pudieron contemplar entonces una variante del teatro dentro del teatro, ya que entre ellos mismos o nosotros y los protagonistas del cerco se ubicaban las figuras alegóricas, a modo de espectadores privilegiados.
Su contenido versa sobre el motivo tópico del Cerco de Numancia, finalmente tomada por Escipión, mediante la plasmación de escenas familiares, militares y alegóricas, que culminan erigiéndolo en todo un símbolo nacionalista y humano. Constituyéndolo en un auténtico mito universal, siempre vigente e imperecedero, por centrarse en la lucha por la libertad frente al destino.
Dado el protagonismo colectivo, algunos personajes numantinos carecen de nombre propio (Embajador Numantino 1 y 2 o Mujer 1, 2 y 3), mientras que otros sí que lo tienen para dotar de autenticidad a la colectividad. Así, Teógenes es el poder político y cumple la función de “rey” de Numancia; al igual que Escipión entre los romanos; Marquino es el poder religioso; Marandro y Lira encarnan el amor; Marandro y Leonicio la amistad; Bariato (Viriato) la voluntad de autosacrificio de la ciudad entera… Y en su conjunto el papel de inundar de humanidad y de vida singularizada a la comedia colectiva. Gracias a las figuras alegóricas vimos y vieron el lado positivo de la tragedia y pudimos y pudieron contemplar no sólo el dolor y el sacrificio, sino también la gloria gozosamente celebrada por la fama y, por ende, la victoria renacida por los siglos de los siglos.
Los integrantes del grupo teatral nos contaron que en la mañana del día anterior habían visitado las ruinas de Numancia sobre el cerro de La Muela en Garray. Y yo me acordé al punto de las palabras de Juan Antonio Gaya Nuño en su apasionado relato de “El Santero de San Saturio” cuando escribe: “Y así es como para los vencidos no hay jamás consideración ni honores en la historia, a menos que se sea hijo de Venus. Numancia es óptimo ejemplo para discurrir sobre las injusticias de la Historia. Parece que no es buena recomendación para la severa musa la lucha por la libertad.”
Las imágenes proyectadas como telón de fondo de la obra también me remitieron, de inmediato, a “El último día de Numancia”, cuadro de Alejo Vera que -cedido por el Museo del Prado- está colgado en la escalera de acceso del Palació de la Diputación Provincial y les recomendé que lo vieran. Y lo asocié consecuentemente -por ser dicho día 2 de mayo la fiesta de la Comunidad de Madrid, lugar de residencia del grupo teatral- a otro cuadro del Prado, éste del genial Francisco de Goya, como es el de “La carga de los mamelucos” (o “Dos de mayo”), para concluir que frente al imperio –romano o napoleónico o de cualquier signo similar que sea- siempre, siempre hemos de estar con Numancia. Es decir, en defensa de la dignidad y de la libertad. Y de este modo me quedó, por si hubiera lugar a alguna duda, muy clara la vigencia y contemporaneidad de esta tragedia cervantina, que ya representara el poeta Rafael Alberti en el transcurso de nuestra Guerra Civil del 36, en aquel Madrid republicano que resistía tan heroicamente.
Por todo ello, yo me la arrimé como ascua a mi sardina, reflexionando sobre lo que suponen el uso y abuso del poder en nuestros mismos días, en que los ciudadanos españoles nos sentimos realmente cercados, asediados. Un problema que nos atañe tanto individualmente como al colectivo. De aquí que me pregunte: ¿Podremos eludir el funesto destino que nos aguarda? ¿Tenemos alguna posibilidad de vencer nuestro hado adverso? ¿Disponemos de libertad para escapar de él? ¿Podremos burlar de algún modo las hostiles predicciones que nos amenazan? Que algo habremos de hacer frente al exceso para no vernos convertidos en simples estatuas de sal. Todo, menos quedarnos como piedras, que ni hablan, ni sienten.
José María Martínez Laseca
(5 de mayo de 2012)
No hay comentarios :
Publicar un comentario