domingo, 25 de marzo de 2012

Los topos

Quién me iba a decir a mí, que, pasado tanto tiempo, volverían a mi recuerdo aquella suerte de personajes fantasmas. Porque, a partir de abril de 1969, con el decreto de amnistía del 28 de marzo, “los topos” surgieron en España cual setas tras la lluvia. ¿Cómo habían funcionado los mecanismos del miedo, del instinto de conservación y del temor a las represalias? se preguntaron J. Torbado y M. Leguineche en su libro, de 1980, con igual título. La espoleta que detonó mi memoria histórica fue el documental de Manuel Hidalgo Martín: “30 años de oscuridad”, finalista en los premios Goya, que relata lo sucedido a Manuel Cortés, antiguo alcalde de Mijas, quien permaneció todo ese tiempo emparedado para evitar que lo fusilaran, por rojo, los vencedores. Otrosí, la historia del topo Eladio Lavilla contada por J. A. Gaya Nuño, bajo el rotulo: “La resurrección de Eladio”, de su libro “Los Gatos Salvajes” de 1968, que reúne seis cuentos de la guerra civil más otros tantos de posguerra. Eladio de la CEDA, tendero por más señas, se oculta durante dos años bajo tierra, enclaustrado en una bodega, mientras que su mujer Eulalia Vaquerizo se liaba con el joven dependiente y quedaba embarazada.
Recientemente, mi amigo Pedro Antonio me contaba dos casos similares a los antedichos acontecidos en nuestra capital. El primero, el de Pepe Calvo, de la CNT, que, por temor a ser represaliado, permaneció largo tiempo enclaustrado en el “zulo” de su taller de carpintería, adosado a la muralla de la calle Puertas de Pro, para burlar así a sus perseguidores. Batió el record soriano, pues hubo de esperar al nombramiento de Jesús Posada Cacho como Gobernador Civil para salir a plena luz del día. Emotiva, resultó, el día 6 de noviembre de 1971, la reinhumación en El Espino de los huesos de los fusilados en el Puente Ullán de Berlanga de Duero. Pepe Calvo se plantó en el cementerio y clavó un clavel rojo sobre la tierra que les cubría, rindiéndoles así su homenaje. El otro caso sonado de topo soriano fue el de Juan, el perrero, oculto en su propia casa. Cuando preguntaban por él a su mujer, ésta respondía desconocer su paradero. Mas, hete aquí que llegó el día en que, por quedarse preñada, evidenció públicamente su embarazo. Así que a Juan, no le quedó otro remedio -como pasó a otros tantos- que el de recurrir a su afiliación a Falange para poder sobrevivir tranquilo.
José María Martínez Laseca
(22 de marzo de 2012)

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