-¡Ha muerto Baldomero Peralta! -exclamé sorprendido y con tristeza al pasar el martes 28 por la Plaza Mayor, y ver su esquela fijada a la madera de la puerta de la Iglesia de San Gil. Nada memos que con 101 años de edad. Ni que decir tiene que Baldomero era el afiliado más longevo, tanto del PSOE como de la UGT de Soria, siendo reconocido en la celebración del centenario de la formación del sindicato en 2010.
Además, formaba parte indisociable de nuestro paisanaje. Últimamente, yo acostumbraba verlo sentado en los soportales del Collado, junto a la cristalera del Casino a la manera de la escultura del poeta Gerardo Diego, sorbiendo una taza de café caliente, chupando parsimonioso su puro y charlando con algunos otros asiduos, sentados a su lado. Porque Baldomero era buen conversador, afable al trato. -¡Ven para acá Laseca, -me llamaba, al tiempo que sacaba su petaca- y fúmate un habano de estos! Y yo, aunque ya había dejado de fumar, se lo cogía para luego, agradecido; porque entendía que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Si no llevaba prisa, me sentaba junto a él. Entonces me contaba sus batallas de la Guerra, que tanto me gustaba escuchar por mucho que me las repitiera. Así, de cómo liberó a un paisano, cogido prisionero, que iba a ser fusilado. O de cuando conoció al dirigente anarquista Buenaventura Durruti. Y muy especialmente el caso del desalojo del convento de monjas en zona republicana que inspiró a Gaya Nuño su prodigioso cuento de “Sor María de Asís”.
Y es que Baldomero Peralta (Hinojosa de la Sierra, 27 de febrero de 1911), albañil de profesión, casado en 1933 con Bonifacia Montejo, y afiliado a la CNT, luchó en la Guerra del 36, con tan solo 25 años, del lado de la República. Formó parte del glorioso Batallón Numancia que combatió en el frente de Guadalajara y alcanzó el grado de Comandante en 1939. Luego, vencido y derrotado, tuerto de un ojo, desde el 37, a causa de la metralla, padeció cárcel y volvió a Soria, trabajando como jefe de camineros.
Siempre vestía elegante: su traje de chaqueta, con chaleco, y una gorra de visera, cubriendo su cabeza cana. El bastón al alcance de su mano, pues lo necesitaba como apoyo al andar. Altisonante la voz y la sonrisa presta. Compañero entrañable por sus profundas convicciones socialistas a favor de la igualdad, la solidaridad y la justicia. De aquí mi añoranza y mi homenaje.
José María Martínez Laseca
(1 de marzo de 2012)
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