Noviembre: dichoso mes, que empieza por Todos los Santos (1de noviembre) y acaba por San Andrés (30 de noviembre). En otoño. Caracterizado por su languidez festiva, en lógica con el decaimiento de la misma naturaleza, y en claro contraste con el verano, definido por el etnólogo Julio Caro Baroja como “la estación del amor”, por más dionisiaco, luminoso y placentero, ya que comporta un derroche de vitalidad y de culto al cuerpo. Es un hecho que nos pasamos la vida negando la presencia de la muerte. En tanto que tema tabú. Antes el sexo era privado y la muerte pública. Ahora, al revés. Pues escondemos la muerte, hasta hacerla clandestina.
Fiesta de guardar, en honor de los mártires del cristianismo, como onomástica de su “nacimiento”, de su victoria es El Día de Todos los Santos. Le sigue el 2 de noviembre, de los Fieles Difuntos, o Día de Muertos, cuyo objetivo es rezar por los finados, especialmente por aquellos que se hallan todavía penando, purificándose, en el purgatorio (lo connota el tradicional rito nocturno de las ánimas de Tajueco). A veces se confunde un día con el otro. Se trata del culto a los muertos, una costumbre universal presente en todas las culturas. Que, excepto en el Occidente moderno, no ha tenido nunca un carácter triste ni fúnebre.
Y es que este mes de noviembre, el noveno del calendario romano, abre un tiempo de hierofanía, de excepción o sagrado, permitiendo el contacto entre el mundo invisible (cielo) y el mundo real (tierra). Se creía que, junto con los antepasados, también los espíritus malignos podían entremezclarse con los vivos. Una sensación controvertida de miedo o terror que se busca causar con los disfraces de la fiesta importada del Halloween yanqui, tan introducida en nuestras escuelas como criticada por su marcada inspiración comercial.
Recién, ha surgido la moda de servir nuevos ceremoniales en odres viejos. Meritorios, en tanto que participativos de actores y espectadores, pero de nueva planta. Espectáculo y no tradición. En el origen de todos ellos está el Samaín o “año nuevo celta”, momento propicio para que los espíritus de los antepasados se paseasen por la tierra. Sincretizado por el cristianismo, que compara a sus santos con los granos de trigo sembrados en otoño y que renacerán como plantas en primavera.
José María Martínez Laseca
(8 de noviembre de 2018)
No hay comentarios :
Publicar un comentario