La reconquista de la península ibérica, para expulsar a los árabes, que se habían adueñado de ella al vencer a Don Rodrigo, el último rey visigodo, en la batalla del río Guadalete (año 711 d. C.), fue lenta y laboriosa. Hasta culminarla con la toma de Granada (1492). Se inició con don Pelayo, en la batalla de Covadonga (722), y continuó con los reyes de León, de Navarra, de Aragón y de Castilla. Al par que avanzaban fijaban población en el territorio. Los parroquianos construían su iglesia y alrededor el caserío. A estos les daban tierras de cultivo (minifundios), con lo que se fundaba el nuevo pueblo o aldea. Hasta el extremo del Duero, costó lo suyo. Después, al llegar a tierras meridionales se aceleró el ritmo, lo que supuso surgieran los latifundios, en manos de unos pocos. Ello justificaría la existencia de más poblaciones en el norte que en el sur de España. Estas gentes repobladoras, dotadas de fueros y privilegios, se dedicaban a la agricultura y a la ganadería para poder sobrevivir. Así que en el transcurso del tiempo esa dureza de subsistencia fue ocasionando un importante número de abandonos o despoblados. Y a partir de los años 50, la industrialización de Madrid, Bilbao y Barcelona reclamó la mano de obra que sobraba en el medio rural y que aspiraba a una vida mejor. De inmediato, el proceso de mecanización del campo, siguió expulsando a gente hacia las grandes ciudades. Sus consecuencias ya las conocemos todos, máxime en nuestra provincia, que es el paradigma de la despoblación. Somos muy pocos, envejecidos y dispersos en 513 núcleos.
Pero, a la hora de explicar las causas de dicho éxodo, siempre está el mito como entrada secreta a lo asombroso, al misterio. Y fundamentará su relato en argumento tan llamativo como el del envenenamiento de las aguas. Así, una coplilla popular afirma: “Por una salamanquesa / se ha despoblado Mortero. / Ojalá se despoblasen / Cerveriza y Gallinero”. Recogida por Vicente García de Diego, la leyenda cuenta como a la boda entre los hijos de dos ricas familias de Mortero acudió invitado todo el pueblo, menos una vieja que hubo de ocuparse del ganado, por lo que al beber todos agua del pozo donde vivía la salamandra (que no salamanquesa) murieron contagiados. Muy parecida es la del fantasma de Masegoso. Siempre contamos la misma historia de forma variable y, sin embargo, maravillosamente inmutable.
José María Martínez Laseca
(15 de noviembre de 2018)
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