viernes, 30 de noviembre de 2018

Oratoria

Según el Diccionario de la RAE, oratoria es “el arte de hablar con elocuencia”. Y vemos que se concreta en diferentes formas, como el discurso, la disertación, el debate, la conferencia, el sermón, etc. Tiene por objetivo persuadir o conmover a la audiencia y, por ello, se diferencia claramente de la didáctica, que pretende enseñar y transmitir conocimientos y de la poética, que busca deleitar por medio de la estética. A la hora de ponerse ante un auditorio hay que cuidar múltiples aspectos, como el tono de voz, el lenguaje no verbal, hacer uso de ejemplos y formular preguntas para captar su atención y mantenerlo alerta en todo momento. Por supuesto que siempre hay que preparar a fondo el tema que se va a tratar, establecer cuáles son las ideas importantes que se quieren resaltar y ensayar mucho. Porque hay que sobreponerse a dos terribles enemigos: los nervios y el pánico escénico. Lástima que en nuestro sistema educativo, con marcado predominio de la expresión escrita, no se le dedique su debido tiempo a la práctica de la oratoria. Algo que ya hicieron los griegos, que la elevaron como instrumento de prestigio y de poder. Después los romanos la perfeccionaron. En consecuencia, nuestros clásicos entendían que es del contraste de pareceres de donde brota la luz de la verdad.
       Así debiera ocurrir en el ámbito de la política, dentro del juego parlamentario. Pongamos que hablo del Congreso de los Diputados de España, el que tendría que ser un espejo donde mirarnos por su revalorización de la palabra. Sin embargo, estamos viendo como, cada miércoles, la sesión de control al Gobierno, por parte de la oposición, parece haberse convertido en un mal club de la comedia. Con acritud, donde algunos tratan de ser ingeniosos compitiendo en decir el mayor disparate, en su desesperado intento de conseguir un titular en los medios de comunicación o un meme en las redes sociales. Con expresiones radicales y simplistas. Lo pudimos comprobar en la interpelación de Gabriel Rufián al ministro Josep Borrell y que acabó con la expulsión del primero. Y es que cuando los exabruptos y los excesos verbales reemplazan a los argumentos en el debate o la conversación democrática se está perdiendo lo más elemental que es el respeto a las personas. Mas, no me vale nunca la cobarde generalización del “todos son iguales”. Puesto que el sabio distingue y confunde el vulgar.
José María Martínez Laseca
(29 de noviembre de 2018)

martes, 27 de noviembre de 2018

Visita al acebal de Garagüeta

Por estas fechas otoñales, en que el sol va perdiendo su pasión para mutar en compasiva la luz de sus rayos, y en las que los fríos son más madrugadores, yo tengo por costumbre, ejecutada como un ritual, dirigirme a “La Sierra” soriana por antonomasia, con la intención decidida de recorrer ese espacio natural único que es el acebal de Garagüeta. Otrora propiedad de Mortero (despoblado) y ahora bien patrimonial del municipio de Arévalo de la Sierra. Cierto que en esta ocasión mi deseo se vio convertido en realidad gracias a la convocatoria que nos hizo la Asociación Cultural “Vega del Merdancho” de Almajano, a la que pertenezco.
       Quedamos emplazados en la mañana del día 11-N, a las 10 h., en el pueblo de Torrearévalo. Cuando llegamos, un milano, que planeaba por el cielo grisáceo, barruntando una lluvia que no llegó, nos dio la bienvenida. Se había concertado una visita guiada, que corrió a cargo de Cristina Martínez Narro, ingeniera agrícola natural del lugar. Tras ella, avanzamos, a pie, por la ladera de los Montes Claros, donde pastaban algunas yeguas con sus crías, y contemplamos el porte piramidal de varios acebos sueltos, hasta que nos adentrarnos en la masa pura de Ilex aquifolium. En verdad que este año el acebal luce sus mejores galas. Con el fruto de sus pequeñas bayas rojas multiplicadas y apretadas en racimos, relucientes entre las verdes hojas ovaladas y perennes de bordes espinosos, para su defensa. Cristina nos fue contando su relato explicativo. De las 480 hectáreas de dehesa boyal son 180 las que constituyen el bosque de acebo. Uno de los más extensos y cuidados de Europa. El buen uso y el aprovechamiento sostenible que tradicionalmente han hecho sus vecinos ha permitido que llegara tan vigoroso hasta nuestros días. Cristina nos habló de sus variopintos pobladores: aves, mamíferos y reptiles; de los canchales o ríos de piedra de origen glacial y nos mostró el chozo para refugio de pastores, bello ejemplar de arquitectura popular. 
       Por colofón, acudimos a la casa interpretativa del parque, sita en Arévalo. Comprobamos que “El Acebarillo” es un certero emprendimiento rural para rentabilizar este recurso endógeno, fijando población en la sierra, donde nació Julián Sanz del Río (Torrearévalo, 1814-Madrid, 1869). Aquel hombre, según Ortega, que salía embozado en su capa y se ponía a pensar. “Uno de los pocos españoles que lo hacía”.
José María Martínez Laseca
(22 de noviembre de 2018)

martes, 20 de noviembre de 2018

Despoblación: leyenda y mito

La reconquista de la península ibérica, para expulsar a los árabes, que se habían adueñado de ella al vencer a Don Rodrigo, el último rey visigodo, en la batalla del río Guadalete (año 711 d. C.), fue lenta y laboriosa. Hasta culminarla con la toma de Granada (1492). Se inició con don Pelayo, en la batalla de Covadonga (722), y continuó con los reyes de León, de Navarra, de Aragón y de Castilla. Al par que avanzaban fijaban población en el territorio. Los parroquianos construían su iglesia y alrededor el caserío. A estos les daban tierras de cultivo (minifundios), con lo que se fundaba el nuevo pueblo o aldea. Hasta el extremo del Duero, costó lo suyo. Después, al llegar a tierras meridionales se aceleró el ritmo, lo que supuso surgieran los latifundios, en manos de unos pocos. Ello justificaría la existencia de más poblaciones en el norte que en el sur de España. Estas gentes repobladoras, dotadas de fueros y privilegios, se dedicaban a la agricultura y a la ganadería para poder sobrevivir. Así que en el transcurso del tiempo esa dureza de subsistencia fue ocasionando un importante número de abandonos o despoblados. Y a partir de los años 50, la industrialización de Madrid, Bilbao y Barcelona reclamó la mano de obra que sobraba en el medio rural y que aspiraba a una vida mejor. De inmediato, el proceso de mecanización del campo, siguió expulsando a gente hacia las grandes ciudades. Sus consecuencias ya las conocemos todos, máxime en nuestra provincia, que es el paradigma de la despoblación. Somos muy pocos, envejecidos y dispersos en 513 núcleos.
       Pero, a la hora de explicar las causas de dicho éxodo, siempre está el mito como entrada secreta a lo asombroso, al misterio. Y fundamentará su relato en argumento tan llamativo como el del envenenamiento de las aguas. Así, una coplilla popular afirma: “Por una salamanquesa / se ha despoblado Mortero. / Ojalá se despoblasen / Cerveriza y Gallinero”. Recogida por Vicente García de Diego, la leyenda cuenta como a la boda entre los hijos de dos ricas familias de Mortero acudió invitado todo el pueblo, menos una vieja que hubo de ocuparse del ganado, por lo que al beber todos agua del pozo donde vivía la salamandra (que no salamanquesa) murieron contagiados. Muy parecida es la del fantasma de Masegoso. Siempre contamos la misma historia de forma variable y, sin embargo, maravillosamente inmutable. 
José María Martínez Laseca
(15 de noviembre de 2018)

martes, 13 de noviembre de 2018

Noviembre, dichoso mes

Noviembre: dichoso mes, que empieza por Todos los Santos (1de noviembre) y acaba por San Andrés (30 de noviembre). En otoño. Caracterizado por su languidez festiva, en lógica con el decaimiento de la misma naturaleza, y en claro contraste con el verano, definido por el etnólogo Julio Caro Baroja como “la estación del amor”, por más dionisiaco, luminoso y placentero, ya que comporta un derroche de vitalidad y de culto al cuerpo. Es un hecho que nos pasamos la vida negando la presencia de la muerte. En tanto que tema tabú. Antes el sexo era privado y la muerte pública. Ahora, al revés. Pues escondemos la muerte, hasta hacerla clandestina.
      Fiesta de guardar, en honor de los mártires del cristianismo, como onomástica de su “nacimiento”, de su victoria es El Día de Todos los Santos. Le sigue el 2 de noviembre, de los Fieles Difuntos, o Día de Muertos, cuyo objetivo es rezar por los finados, especialmente por aquellos que se hallan todavía penando, purificándose, en el purgatorio (lo connota el tradicional rito nocturno de las ánimas de Tajueco). A veces se confunde un día con el otro. Se trata del culto a los muertos, una costumbre universal presente en todas las culturas. Que, excepto en el Occidente moderno, no ha tenido nunca un carácter triste ni fúnebre. 
      Y es que este mes de noviembre, el noveno del calendario romano, abre un tiempo de hierofanía, de excepción o sagrado, permitiendo el contacto entre el mundo invisible (cielo) y el mundo real (tierra). Se creía que, junto con los antepasados, también los espíritus malignos podían entremezclarse con los vivos. Una sensación controvertida de miedo o terror que se busca causar con los disfraces de la fiesta importada del Halloween yanqui, tan introducida en nuestras escuelas como criticada por su marcada inspiración comercial. 
      Recién, ha surgido la moda de servir nuevos ceremoniales en odres viejos. Meritorios, en tanto que participativos de actores y espectadores, pero de nueva planta. Espectáculo y no tradición. En el origen de todos ellos está el Samaín o “año nuevo celta”, momento propicio para que los espíritus de los antepasados se paseasen por la tierra. Sincretizado por el cristianismo, que compara a sus santos con los granos de trigo sembrados en otoño y que renacerán como plantas en primavera.
José María Martínez Laseca
(8 de noviembre de 2018) 

Por la Grecia clásica

De Soria a Villanubla en autobús y desde aquí a Atenas en avión. Con Jesús Fernández. Viaje cultural, de piedras y museos, dijo Adolfo. Visita panorámica de la ciudad, al llegar. De noche, callejeamos por el barrio antiguo de Plaka, el de los dioses, lleno de animación. Al día siguiente, subimos a la Acrópolis o ciudad alta con una doble función: defensiva y sede de los principales santuarios de culto. Como el Partenón o templo de Atenea y el Erecteion con su tribuna de 6 cariátides. Bajamos al museo, a sus pies. Reconstruido en 2009, con esculturas de piedra y de bronce y otros restos procedentes de la colina. Después, al templo de Poseidón (en Cabo Sunion). El tercer día vemos el Canal de Corintio (1881-1893), de más de 6 km., que abre la navegación entre el Golfo de Corintio y el mar Egeo. Tras ello, al teatro de Epidauro (s. IV a. C.), modélico, con su graderío sobre el cerro, honrando al dios médico Asclepios. 
      En la Acrópolis de Micenas, excavada por el arqueólogo alemán H. Schliemann, nos impacta la Puerta de los Leones, y, extramuros, la sepultura de Agamenón o “Tesoro de Atreo”. El cuarto día, recorremos el impresionante recinto arqueológico de Olympia. Según la leyenda, Zeus instauró aquí los juegos al haber luchado contra su padre Cronos. Su museo reúne un rico patrimonio escultórico hallado en las excavaciones del s. XIX. En Patras, accedemos a la imponente catedral bizantina de San Andrés Apóstol. A Delfos, en el monte Parnaso, acudimos el quinto día. Reverenciado en el mundo griego como centro del universo. Con su famoso oráculo. En su museo los restos de su templo hallados en diversas excavaciones. Nos detendremos junto al monumento en honor a Leónidas y sus 300 espartanos que lucharon contra los persas en Las Termópilas hasta morir. 
      La sexta jornada visitamos dos de los monasterios bizantinos de Meteora. Sitios de retiro y rezo. Construidos sobre la cumbre de enormes masas rocosas talladas por la erosión. El penúltimo día realizamos un crucero por las islas Sarónicas de Hydra, Poros y Aegina (con el templo de Afaya), en la costa del Peloponeso. Por la mañana, el último día vamos al Museo Arqueológico Nacional de Atenas (1891), que cobija diferentes colecciones: prehistóricas, de escultura, cerámica, bronce y de Oriente próximo; desde el quinto milenio a. C. hasta la conquista romana. Melina, la guía local, nos contó viejos mitos y nos hizo comprensible todo el recorrido. Y regresamos. ¡Valió la pena!
José María Martínez Laseca
(1 de noviembre de 2018)